La participación de deportistas mexicanos en los Juegos Olímpicos que están teniendo lugar en Londres inflama la pasión y enciende el fervor patrio. Los televisores, radios y computadoras en casas, oficinas y comercios capturan la atención de manera especial cuando transmiten las competencias donde participan nuestros connacionales. Ha habido días felices y otros llenos de desilusión. En cada nueva competencia renace la esperanza y en múltiples ocasiones aparece el “ya merito”, cuando nuestros participantes no alcanzan el desempeño que les puede hacer merecedores de medalla.

            México participa desde hace 112 años en Juegos Olímpicos, comenzó en 1900, aunque suspendió su intervención de 1904 a 1920, primero debido al conflicto armado que vivía el país y a la etapa de inestabilidad que sobrevino una vez que concluyó éste. Nuestro país ha figurado en 22 ediciones de las justas deportivas y sólo en dos de ellas no obtuvo ninguna medalla —en las de 1924 y 1928—; en tanto que a lo largo de las 20 restantes ha acumulado 60 medallas, sin tomar en cuenta las que ha obtenido en los juegos que se desarrollan estos días en la ciudad de Londres.

            Son casi cien años seguidos en los que reparamos acerca de la situación poco, muy poco alentadora que prevalece en el deporte mexicano, justo cuando tiene lugar la intervención de los deportistas. Con las pocas medallas que obtiene la delegación mexicana nos gana la emoción, acapara la atención la felicitación presidencial, y así, hasta la siguiente olimpiada.

            Lo anterior no invalida la excitación que provocan los triunfos aunque sean pocos, o precisamente por eso, porque el triunfo es el resultado de mucho esfuerzo individual y no de una tendencia nacional, pero no deja uno de preguntarse por qué no hay más deportistas destacados. Generalmente me respondo que es por las mismas razones que tenemos problemas con la lectura, con la ortografía, con el rendimiento académico y por las que no somos una sociedad inclinada a la ciencia: no comenzamos desde pequeños debido a que las políticas públicas aplicadas en la materia no han sido suficientes o son poco pertinentes.

            El presupuesto de egresos de la Federación que diseña la Secretaría de Hacienda y Crédito Público prevé recursos destinados al deporte. Incluye al menos tres programas, uno de cultura física, otro de deporte y el Sistema Mexicano del Deporte de Alto Rendimiento. Es difícil establecer si los recursos son muchos o pocos, pues las cifras pueden parecer altas pero abarcan rubros caros como infraestructura, es decir, edificios e instalaciones deportivas, personal que trabaja en las instituciones y presupuesto para operarlas. Lo anterior reduce drásticamente los recursos que se destinan de manera específica a apoyar o formar a los deportistas, todo ello bajo el supuesto de que los dineros se apliquen con honestidad.

            El problema, sin embargo, viene de atrás. Las escuelas no cuentan con programas deportivos sólidos o que ocupen un lugar importante en la formación de los niños y jóvenes de los distintos niveles escolares. El enfoque de la educación física ha variado pero los resultados no se han transformado notablemente desde que en 1921 el proyecto educativo de José Vasconcelos la incluyera en las escuelas de educación básica. Dos años después dio inicio la formación de profesores en el área. Los planes de estudio han sufrido muchos cambios y el que está vigente ha abandonado el enfoque técnico-deportivo que tuvieron otros planes para privilegiar, supuestamente, el conocimiento teórico del papel que tiene la educación física en la educación básica y en el desarrollo de los niños y jóvenes del sistema de educación básica.

            La Secretaría de Educación Pública ofrece algunos argumentos para justificar tal enfoque, sin embargo, las generaciones de estudiantes de la licenciatura en Educación Física que año con año egresan de las escuelas normales no han transformado la comprensión del papel que tiene la educación física y sí, en cambio, se ha marginado el deporte de la formación básica. Es decir, la SEP mantiene un plan de estudios que intenta propiciar una conceptualización diferente del papel de la educación física sin educación física. Se trata, dice la SEP, en el documento donde presenta el plan de estudios de la carrera de que el deporte sea un medio de la educación física y de “generar y orientar el deporte en la escuela para desarrollar las competencias motrices, no de seguir impulsando el enfoque competitivo del mismo —competir para vencer al adversario— en detrimento de valores y actitudes positivas”. Nada más falaz, porque eso querría decir que alguna vez se impulsó el enfoque competitivo (quizá cuando la SEP temió que se ganaran medallas en exceso) y como eso es muy negativo, ahora se impulsa exclusivamente el desarrollo de valores con las competencias motrices (gulp).

            Si a la falta de una concepción sólida del papel que deben desempeñar los maestros de educación física le agregamos la falta de actualización docente, la carencia de acervos actualizados, material didáctico insuficiente e instalaciones inadecuadas, problemas reconocidos por la propia SEP, así como la incapacidad de crear las plazas docentes para estos egresados, podemos imaginar la escasísima contribución que hacen al impulso del deporte en las escuelas. Se desperdicia así el gran potencial que representa la predilección del ser humano, en edades tempranas, por el ejercicio físico.

El panorama deportivo mexicano también se nutre del carácter elitista de muchas disciplinas. Equitación, lanzamiento con jabalina, tiro con arco, bádminton o tiro olímpico sólo son asequibles a jóvenes de cierto nivel socioeconómico. Son disciplinas que no están a disposición de cualquier niño o joven; muchos estudiantes no pueden desear seguir tales disciplinas cuando a veces no saben siquiera que existen y los maestros normalistas “que impulsan valores positivos” difícilmente les pueden transmitir con un video o fotos (en el mejor de los casos) el interés por tales deportes.

            Así, las cosas, no nos queda más que felicitar a los ganadores por su gran esfuerzo, aprovechar la ocasión de pasar varias horas frente al televisor admirando el resultado de la disciplina deportiva y riéndonos con Ponchito y Brozo. ¿La vocación por el deporte? Después, hay cosas más urgentes. ¿Las medallas? Ya merito.

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