Más de la mitad del equipo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador son mujeres y en sus discursos ha destacado la importancia de la igualdad de género en todos los ámbitos de la vida nacional, especialmente en el económico y en el político.
Reiteradamente declara que en las familias se debe promover la participación de las mujeres, que desde niñas sean educadas en igualdad de condiciones y que se le garantice el derecho a la seguridad, la integridad, la salud y a una vida libre de violencia.
Pero la realidad nacional muestra otros datos. Por ejemplo, en el campo son las mujeres las que producen más de la mitad de los alimentos, pero solamente 3 de cada 10 mujeres disponen de un trabajo remunerado.
En las ciudades las cosas no son mejores porque apenas el 40 por ciento de las mujeres disponen de un ingreso formal que les proporciona las garantías de la seguridad social y, de éstas, alrededor del 40 por ciento son jefas de familia.
Los programas de apoyo a las madres solteras son desordenados, clientelares y marginales.
Tanto en el campo como en las zonas urbanas prácticamente todas las mujeres desarrollan dobles o triples jornadas como empleadas, madres, cabezas del hogar, servicios domésticos y como cuidadoras de enfermos o infantes. Actividades que, si fueran remuneradas, equivaldrían al 25 por ciento del PIB.
Las mejoras discursivas no han llegado a las leyes ni se han cristalizado en políticas públicas que favorezcan la paridad de oportunidades.
Al contrario, persiste la discriminación laboral, los despidos por embarazo, la contratación informal, el pago de salarios más bajos que los que se conceden a los hombres.
La desigualdad hacia las mujeres sigue siendo en México una cuenta por cobrar.
En el Primer Informe de Gobierno, o tercero a la sociedad, el presidente López Obrador se olvidó de las mujeres.
Aunque a lo largo de la lectura de su documento tuvo en la primera fila de invitados a 11 mujeres, en ningún momento hizo referencias al papel que como género desempeñan en la vida social, política y económica del país.
La desigualdad fue patente en un discurso patriarcal pero que deja a las mujeres en la oscuridad y el abandono.
Nada se dijo del creciente número de feminicidios y de las agresiones de todo tipo hacia las mujeres que, como parte de los desatinos de la autoridad, desencadenaron violentas manifestaciones en exigencia de seguridad y revivieron afortunadamente el interés por el feminismo en México.
Tampoco se mencionó el cierre de los refugios para las mujeres violentadas y que han sido cerrados en función de la austeridad republicana que ha destinado recursos para campos de beisbol, al tiempo que desaparecieron las guarderías, indispensables para las madres trabajadoras.
Ante el silencio, las prioridades quedaron expuestas y es claro que el discurso nada tiene que ver con el cambio, aunque representen más de la mitad del gabinete.
La desigualdad en que viven las mujeres desde la infancia no parece tema urgente, como tampoco actuar para erradicar el hecho de que cada año se sepa de unos 30 mil embarazos de niñas y adolescentes, que generalmente son resultado de violencia sexual o abandono.
Este desamparo cierra el paso al progreso nacional cuando 4 de cada 10 mujeres cuentan con los mejores niveles educativos que de abrir oportunidades mediante políticas públicas integrales pueden marcar la diferencia entre la mediocridad reinante y la transformación.
Por ello, es importante preguntar: ¿Y las mujeres?
@lusacevedop