Es lamentable el Papa no tenga prevista una reunión con los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa. Por qué el Vaticano se empeña en hacer de una visita religiosa, una visita política. Por qué tanta insensibilidad de la iglesia católica.

Me sorprende que en los escrupulosos detalles del magno evento a iniciar el 12 de febrero, el dolor de Iguala no esté contemplado.

No está bien que el Papa prefiera estrechar la mano de Peña Nieto, de Eruviel Ávila, de César Duarte, en lugar de estrechar la mano de unos padres que no encuentran a sus hijos porque el Estado se los llevó, los asesinó y arrojó en cenizas al río.

De hecho, no creo que tenga algo mejor que hacer en México el Papa que darle un abrazo a esa gente afligida.

Si no es a eso, a qué viene. ¿A visitar a la Virgen de Guadalupe?

Ya lo veo en el papamóvil, sonriente. Ya lo veo derrochando su carisma. Por cierto, qué bien cae el Papa Francisco. Lo siente uno como la persona más bondadosa. Así se mira, así se ve a través de la televisión. Es un asunto de tacto visual.

Sin embargo, en los hechos es reprobable que un evento tan trágico no esté entre sus prioridades.

Ayotzinapa es el emblema de la impunidad, significa el hecho que mejor ejemplifica la desgracia en la que ha caído el aparato de seguridad y justicia en México. El Papa debe venir a dar un poco de paz a los mexicanos que han sido presas de un Estado cooptado por la delincuencia.

Insisto, la visita debe girar en torno al intento de aliviar a los más adoloridos. Y el dolor en México se puede resumir en una palabra: Ayotzinapa.

Y en dos palabras más: Tierra Blanca.

El Papa llegará a un México que desaparece y asesina a sus jóvenes. Vendrá a un México donde no hay duda: la policía es parte del crimen organizado.

Por si alguien era escéptico, ahora es en Tierra Blanca, Veracruz, donde la policía desaparece a cinco muchachos. Sí, la policía. Están los videos que documentan la impunidad de la que hablo.

Herida tras herida.

Y el Papa afinando los detalles de una visita política, una visita de cortesía, una visita para saludar al pueblo de México.

Por dios. Que se baje un momento de la gran altura en la que vive. México está esperando al emisor del mensaje de Dios, no al político.

Es verdad que se trata del jefe del Estado Vaticano, pero que deje por un momento el protocolo. Queremos ver a un Papa sensible, lo queremos ver más con la gente que lo necesita, y menos con los políticos.

Es tiempo de que su peregrinaje sea con el pueblo. No a través de los medios de comunicación.

Si deja plantados a los padres dolidos es porque entre sus prioridades no están las palabras amor y consuelo.

De hecho, los anfitriones del Papa deberían ser ellos, y no Peña Nieto. La visita debe girar en torno a ellos.

Son ellos quienes sabrán conducirlo a través del México real, adolorido. Nadie mejor que ellos conoce la crudeza de este país.