La solución del presidente a la aguda polémica, con tintes de escándalo, que detonó la afirmación del historiador que trabaja para la 4t, Pedro Salmerón, de que quienes mataron hace 46 años al empresario regiomontano don Eugenio Garza Sada, fueron unos “jóvenes valientes” fue salomónica.
AMLO confió en su instinto al declarar que era mejor que el historiador renunciara tras la tolvanera que desató.
Aquí mismo, en SDP Noticias, en la serie de AMLOVmetrics que semanalmente publica un sondeo sobre temas relevantes del nuevo gobierno, hay elementos que ayudan a entender esta decisión, al ver los resultados de un sondeo nacional entre 800 mexicanos con teléfono en sus hogares, en donde se preguntó si el presidente debe o no aceptar la renuncia que Salmerón puso en la mesa, al retirarse -sin disculparse-
Quienes simpatizan con el historiador, es decir respondieron que AMLO no debe aceptar la renuncia, fue 27% de los entrevistados. Pese a que no se midió una decisión general del gobierno sino un desliz verbal de un funcionario/historiador, aunque sí miembro de la 4t, el parámetro aprobatorio está muy por debajo de la norma del mandatario en estos monitoreos de las acciones clave de la administración.
Quienes desaprueban al historiador, es decir respondieron que AMLO sí debe aceptarle la renuncia fue 37% de los mexicanos, un índice superior al estándar de quienes no avalan al presidente en otros sondeos de este género.
E, indicio también de la polarización de la afirmación de Salmerón, los mexicanos indecisos alcanzaron un 37%, anormalmente alto en este tipo de mediciones del nuevo gobierno.
De modo que el instinto del presidente- de evadir el tema- va en la dirección correcta.
El mandatario de Palacio Nacional sale relativamente bien librado de la metralla de reacciones en medios y redes sociales, que desató el incidente.
Pero en el análisis del control de daños quedan resabios y cicatrices del incidente.
Fue agudo el agravio a la clase empresarial de Monterrey, al empañar la imagen del principal icono de los capitanes de negocios, que dejó un hondo legado, abatido por la guerrilla del 17 de septiembre de 1973, hace 46 años.
José Antonio Fernández Carbajal, presidente de FEMSA, quien maneja ahora parte del grupo de negocios legado de don Eugenio Garza Sada, envió una carta criticando la afirmación de Salmerón a la secretaria de Gobernación. En el congreso de Nuevo León, fueron declarados non gratos Salmerón y Gerardo Fernández Noroña, quien respaldó las afirmaciones del historiador.
El desliz verbal caló hondo en empresarios de otros estados, miembros de la clase política, líderes sociales, y un amplio sector de la sociedad, lo que fue evidente en medios, redes sociales, y un sector de la comentocracia.
Para estos segmentos, cuyos miembros destacados son intelectuales como Enrique Krauze, es inadmisible aplicar el adjetivo de “jóvenes valientes” a un asesinato. Contrario a los valores de una sociedad basada en el respeto a la vida humana. Injustificable en ningún caso, máxime tratándose de un empresario distinguido como lo fue Garza Sada, en muchos sentidos el gestor del modelo de competitividad en esa región norte del país, que ha sorprendido en México y allende fronteras.
Y es que el Caso Salmerón develó una faceta, que en varios sentidos sorprende a un amplio sector de la sociedad mexicana que está viendo con lupa las acciones del nuevo gobierno, con inquietud no disfrazada: una simpatía velada por la guerrilla.
El propio presidente dejó ir a Salmerón con una suerte de palmada en la espalda, diciendo que “lo respeto mucho, es un extraordinario intelectual de primer orden”, que ayudó mucho su decisión pero que de esa manera “deja sin argumentos a sus adversarios” y que “Pedro vale más como investigador, como historiador, que como funcionario”.
Fernández Noroña, el representante más conocido del ala radical de izquierda del nuevo gobierno, no tuvo empacho en tuitear, días antes de la renuncia de Salmerón:
“Pues digan misa: el comando que intentó secuestrar a Eugenio Garza Sada era un puñado de valientes y de revolucionarios. No reivindicó la tragedia en que el hecho terminó, comparto la adjetivación de Salmerón”.
En la residencia oficial de Los Pinos, convertida ahora en recinto cultural, fueron homenajeados con el Premio Nacional Oscar Montemayor, sobrevivientes de la guerrilla. Según reportó la prensa, Francisco Ornelas, uno de los 13 guerrilleros que intentaron tomar el cuartel de Ciudad Madera, considerado el inicio de los movimientos guerrilleros en todo el país, dijo en el evento, en tono emotivo sobre sus camaradas caídos: “su sangre y sus ideales aquí se quedan, y cada amanecer se renueva como aliños y granos de una cosecha de primero vientos, que le lluvia vivifica cada septiembre”, en remembranza del día, que hace casi 54 años, se gestó la acción.
Y esta misma semana, el gobierno al más alto nivel representado por Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, ofreció una disculpa pública a una exmilitante de la Liga 23 de septiembre, en ceremonia efectuada - ese día 23 de septiembre, pero de 2019- por la llamada “Guerra Sucia”, entre las décadas de 1960 y 1970.
“A nombre del estado mexicano les ofrezco una disculpa pública por la transgresión a sus derechos en el marco de las violaciones graves generalizadas y sistemáticas a derechos humanos, ocurridas en un contexto de violencia pública del pasado en el período conocido como guerra sucia”, dijo en el evento conmemorativo.
Tal faceta de reconocimiento a la guerrilla, ha expuesto esqueletos a la luz pública desde el punto de vista histórico, ya arrinconados en el rincón del olvido por las generaciones nuevas de mexicanos, sobre todo los jóvenes.
En la historiografía de la época está documentada la existencia de torturas a la guerrilla, que reivindica ahora el gobierno actual con disculpas públicas. Pero fueron los mismos guerrilleros quienes secuestraron aviones, personas, o le quitaron la vida para decirlo en forma suave a personajes, como Eugenio Garza Sada en Monterrey.
La exposición del caso del crimen de Garza Sada, por el escándalo de las afirmaciones de Salmerón, eludió convenientemente otro esqueleto que se había enterrado, aunque no olvidado: la evidencia que ha pasado a formar parte de la verdad histórica, de que el gobierno del expresidente priista Luis Echeverría, infiltró a la guerrilla, en operaciones fraguadas por personajes como Fernando Gutiérrez Barrios, el Secretario de Gobernación.
Así parece haber sido con algunos de los guerrilleros que asesinaron a Garza Sada.
El “Caso Salmerón” también sacudió lo que pareciera lucir como una verdad histórica, surgida de las investigaciones sobre este crimen, evadida también por los voceros de la nueva ideología dominante: que la muerte en 1973 del empresario regiomontano, victimado por la guerrilla, fue un crimen de estado, orquestado por el gobierno echeverrista de aquel tiempo, por el enfrentamiento abierto y frontal entre la clase empresarial de Monterrey, capitaneada por el victimado, con el echeverrismo, a fin de detener la zaga de crecimiento del imperio de los negocios del clan regiomontano, que apuntaba hacia los medios impresos (Garza Sada ya tenía una participación accionaria en lo que es hoy Televisa), con la intención de comprar la cadena de diarios del Coronel García Valseca.
“Al final de su vida, con más de 80 años, la Liga Comunista 23 de septiembre asesinó a don Eugenio una semana antes de concretar la compra de la cadena periodística del coronel García Valseca, que para efectos prácticos ya estaba en manos del gobierno del presidente Echeverría”, dice la historiadora Gabriela Recio Cavazos, en un libro reciente (Don Eugenio Garza Sada: ideas, acción y legado)
¿Cuál es el problema?
En principio no podría haber ninguno.
Es un derecho legítimo del gobierno en turno promover su ideología. Sólo que es nuevo en la atmósfera política del gobierno izquierdista de López Obrador, la admiración por un movimiento guerrillero, que en su tiempo fue transgresor de la ley.
En los segmentos conservadores de la sociedad mexicana, no sólo en la llamada derecha personificada en el PAN, sino en amplios segmentos de la población, estas posturas sorpresivas que salieron a flote tras el desliz verbal de Salmerón, causan preocupación por una posible radicalización del sistema.
Y exacerban una polarización, ya evidente, y creciente en la sociedad mexicana, cuando donde desde el más alto púlpito, se fustiga a los opositores en vez de promover la unidad; un reclamo persistente de amplios sectores de opinión, en particular la clase empresarial hecho a este nuevo gobierno.
El Caso Salmerón, desprende graves preguntas.
¿Conviene exacerbar la polarización de la sociedad, y resucitar esqueletos que en su tiempo dejaron huella que lastimó el tejido social en aquella época, en momentos cuando se enfrentan serios desafíos como reactivar la economía para lo cual se requiere el apoyo de los grandes empresarios, y cuando un segmento de la sociedad ve con recelo al nuevo gobierno de López Obrador, y es temeroso de las simpatías del ala radical de MORENA por el modelo venezolano?
Fueron en parte estas rencillas, que dividieron al país, las que provocaron la apertura política del sistema a fines de los 70´s, en el sexenio de López Portillo, y que dieron pie con el tiempo a figuras importantes como el INE, y otros organismos descentralizados, contrapeso del poder.
Tiene mérito la postura conciliadora del presidente, quien dejó pasar la renuncia de Salmerón.
¿Pero no es hora de sacudirse esos resabios que dejó esta controversia -que sorprendió por su intensidad- en momentos donde urge privilegiar la unidad en el discurso y los hechos?
Pocas palabras reflejan más esta demanda que las expresadas en una carta que envió José Antonio Fernández Carbajal, el presidente de FEMSA, a la secretaria de Gobernación, condenando las afirmaciones de Salmerón.
El empresario - quien el mismo día del dicho de Salmerón comió con el presidente en una reunión conciliatoria y encabeza el enjambre de negocios más cercano a la herencia del victimado don Eugenio Garza Sada- señaló lo siguiente en la misiva:
“Queremos manifestar nuestra extrañeza por la utilización del objetivo de “valientes”, dice.
“Hay muchas razones para ello, destacando dos de ellas.
“Primero, porque resulta altamente ofensivo para los millones de mexicanos que han tenido acceso a oportunidades de desarrollo personal, educativo, y cultural, o económico, a partir de la obra de don Eugenio.
“Segundo, porque don Eugenio perdió la vida en un cobarde atentado; seis individuos armados con pistolas automáticas y una metralleta interceptaron el automóvil de un hombre de 81 años, intentaron secuestrarlo y, ante su resistencia, lo asesinaron”.
Lo dicho: es momento de unir en base a los más altos intereses de la nación.