Cada una de las mil fosas clandestinas desenterradas en México da forma a un abismo de secretos por desvelar. He ahí una humana tarea del periodismo en estos tiempos de depravación. 

Lo paradójico es que en el mundo de la narcopolítica se tejen intrigas de poder, alianzas de negocios e incluso disputas de honor que terminan por ser más interesantes -incluso adictivas- que el adolorido y ensangrentado subsuelo sobre el cual se construyen las tramas modernas.  

A pesar de los obstáculos, la situación de víctimas y victimarios de diversos lugares del país ha sido documentada por el periodismo mexicano. Es tan notorio lo que se ha logrado que por ello los reporteros han pagado caro la osadía. Basta revisar cualquier reporte reciente sobre la libertad de expresión para darse cuenta de las adversidades que enfrentanquienes tienen como oficio contar la barbarie de este siglo XXI surgida a la par de nuestra incipiente democracia. 

Existen dos obras de ficción recientes producidas en Estados Unidos que han gozado una enorme recepción y atención por parte de esa misma sociedad mexicana: una sociedad que aunque en su día a día reciba golpes severos de la realidad, es al mismo tiempo un público lector o televisivo que se deslumbra con la narcopolítica y se fascina con la vida de los bandidos que no tienen ningún escrúpulo y sí mucho dinero.

El cártel de Sinaloa y Joaquín Guzmán Loera son dos hechos innegables de nuestra historia reciente. También resulta innegable que ambos son en varios sentidos una creación colectiva basada en la manipulación informativa oficial y la imaginación popular. 

De ambas realidades cuasi mitológicas es de donde surgieron "El Cártel", una novela de Don Wislow; y "El Chapo", una serie de televisión emitida por Netflix.

El libro de "El Cártel" narra de manera profusa y ágil la versión gubernamental de una guerra que, ya muchos sabemos, ha sido ideada en Washington y librada en Latinoamérica. El expediente policial antinarcóticos mexicano y estadounidense -un documento de ficción por excelencia- es la sustancia de dicha novela. Durante varios años, ese recurso narrativo –empleado con menos destreza que Wislow- ha servido para intentar esquematizar el mundo criminal coludido de manera inconfesable con poderes políticos y económicos estadounidenses y mexicanos. La novela de Wislow es más entretenida que una película de Bruce Willis, pero sabemos que no nos servirá para entender la realidad.

Caso contrario es la primera temporada de "El Chapo", de Netflix, donde es evidente que hay una investigación profunda que permite construir una narrativa alternativa a la oficial. Una narrativa que aunque tiene una estructura enfocada en la acción y el entretenimiento, también es provocativa intelectualmente y, como lo marca la buena literatura, no tiene temor de problematizar a su personaje principal, mostrándolo en un mismo capítulo como alguien noble y bondadoso que a la vez resulta capaz de mandar matar a una veintena de obreros para mantener seguro su negocio. Buena parte de este mérito debe atribuirse a Alejandro Almazán, destacado periodista y dotado novelista que participó como guionista de la producción estadounidense hecha en conjunto con un equipo de periodistas de Univisión.

La época de violencia que padece México ha sido un reto narrativo que también ha generado otras obras notables no solo en el mundo del periodismo y la ficción, sino también algunos estudios académicos e informes de denuncia que nos permiten asomarnos al abismo en el que vivimos hace tiempo. Sin embargo, aún estamos lejos de mirar las profundidades. Por ahora, seguimos descifrando los hologramas que nos lanzan desde el fondo de la fosa, llámense El cártel de Sinaloa o Joaquín Guzmán Loera. Descifrarlos: he ahí otra humana tarea del periodismo en estos tiempos de depravación.

Nuevo Laredo, Tamaulipas