Así que durante los seis días que el Papa Francisco estará en México, no dará muestras de una particular sensibilidad ante la barbarie de violencia que vive este país. Sí, habrá misas, discursos, saludos, reuniones privadas con personalidades, pero no habrá tiempo en su agenda para dar un poco de consuelo, de frente y con calidez, a las personas que han sufrido los estragos de la violencia, producto de la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción.

Es lamentable, porque la situación que vive México es extraordinaria. El Papa llegará a un país donde la impunidad es grotesca. Aquí, en las fosas clandestinas avientan cuerpos como basura. Se cuelgan personas en los puentes como piñatas.

¿Realmente sabe Francisco a que país llega? ¿Sabe que aquí la policía trabaja para la delincuencia? No toda la policía, pero sí un porcentaje suficiente para poner de cabeza a estados enteros. Guerrero, por ejemplo, es un  territorio perdido. Acapulco, el maravilloso puerto, sucumbe ante las bandas de criminales. Apenas esta semana asesinaron a tres en la Costera Miguel Alemán. El puerto ya huele feo, y pronto, a este ritmo, el mar se pondrá rojo.

México ya perdió la capacidad de asombro. Ya nadie dice nada si en un solo día hay 20 asesinatos. Y en una semana 100 asesinatos. Las fosas clandestinas ya son parte del paisaje. Lo que en México se está instalando es un clima de miedo. Todos estamos expuestos a la impunidad.

En este sentido, para mucha gente la visita del Papa representa alegría, motivación,  consuelo. Y qué bueno. Pero sucede también que hay ciertos grupos de personas que han sufrido más que otros, y merecen atención especial. Por supuesto, los enfermos están en primer lugar. Pero hablo también de los grupos que han sido víctimas de la violencia, y en particular de la violencia practicada por el Estado. Así, se creó la expectativa de que el Papa podía recibir en privado a los padres de “los 43”.

Pero en un reciente comunicado el Vaticano ha dicho que no habrá tiempo en su agenda, lo cual me parece un error. Es un hecho que esa decisión tuvo una razón política. Está claro que el gobierno de México y el gobierno del Vaticano acordaron que no debían dar un espacio privado a los padres de “los 43”. ¿Por qué?

Por una razón política. De modo que la religión, una vez más, sucumbe a la política.

Considero que es un razonamiento absurdo del Vaticano y de México.

No tiene caso que escondan los dos gobiernos un hecho  que ha simbolizado lo peor de éste país. Es momento de que, el Papa, ofrezca una bendición a los deudos, ante los ojos de México.

El gobierno de Peña Nieto debió acordar con el Vaticano una reunión del Papa con los padres de “los 43”. Debió crear las condiciones para que se llevara a cabo, en un esfuerzo por decirle a la comunidad creyente que los hechos de Ayotzinapa han lastimado a México, como lo han lastimado todos y cada uno de los hechos delictivos e impunes, y muy en particular en los que el gobierno ha sido parte.

Todavía hay tiempo para que la reunión se acuerde. Hágalo, señor Presidente.

La investigación llevada a cabo por la PGR ha dejado más dudas que certezas. La reciente conclusión de los peritos argentinos ha venido a echarle más leña a la hoguera. Es justo que, al menos, los padres dolidos reciban poco de consuelo.

Qué bueno que el Papa visitará en el hospital a los enfermos de cáncer. Qué bueno. Pero también debe permitir que se acerquen a él y escuchen palabras de aliento los padres de “los 43”, que están enfermos de dolor, como están enfermos de dolor grandes capas de este país adolorido.

El Vaticano ha dicho que habrá tres boletos para que los padres de Ayotzinapa se sienten en primera fila en una misa. Grave error. Eso es muy poco. El dolor de la impunidad en México no se cura con una llamada a misa.

En privado, durante seis días puede haber espacio para atender, en primera persona, el hecho delictivo que ha conmocionado a esta administración. Aunque sea unos minutos. La misericordia del Papa lo puede lograr.