Después de escuchar en su teléfono una larga entrevista a un alto funcionario del gobierno bolivariano de Venezuela, Deog Archimboldi, un periodista mexicano que se hospedaba en un hotel de Chacaito, se puso releer “Caracas sin agua”, un texto escrito a mediados del siglo pasado por Gabriel García Márquez sobre la crisis hidráulica que puso en jaque a esta ciudad. Antes de dormir, Archimboldi trataba de encontrar algún símil entre el colapso de aquella época de agua escasa con la actual que le había tocado reportear.
La mañana del 5 de abril de 2017, Archimboldi despertó con un mensaje avisándole que los diputados opositores al presidente Nicolás Maduro, habían madrugado a la seguridad oficial y se habían metido a la sede de la Asamblea Nacional para llevar a cabo una sesión en la que destituirían a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia que unos días antes habían suspendido al Poder legislativo. Archimboldi se dirigió como pudo para allá y pese al cerco policial logró entrar al Congreso, donde los opositores cumplieron la amenaza, engrandeciendo así la crisis política del país sudamericano.
Al término del evento, Archimboldi entrevistó a diputados oficialistas que intentaron detener los trabajos de sus rivales sin éxito. Cada uno de los entrevistados cuestionaba lo sucedido y denunciaban la orquestación de un complot internacional contra “el pueblo venezolano”, el cual se estaba llevando a cabo en la misma Asamblea Nacional y en la sede de la Organización de Estados Americanos, que, de acuerdo con la visión gobiernista, está preparando la aplicación de una Carta Democrática a Venezuela, con la cual buscarían aislar internacionalmente al gobierno que pregona la construcción del “socialismo del siglo XXI”.
Federico Parra / AFP
Archimboldi hizo fotos de los interiores de la imponente sede legislativa y luego se dirigió a registrar las protestas que había en los alrededores de simpatizantes del gobierno, las cuales eran contenidas con vallas por la Guardia bolivariana. La Asamblea Nacional está ubicada en el centro de la capital, un sitio considerado bastión del gobierno. Imágenes de Hugo Chávez abundan por todos lados y grafittis rayados sobre paredes de comercios reiteran lo obvio: “Territorio chavista”. Así es que las protestas tenían una participación nutrida y bien organizada. El Ministerio de Asuntos Indígenas había prestado un camión desde el que se repetían proclamas contra los legisladores opositores que sesionaban adentro. “Lárguense de aquí, yanquis de mierda”, se oía a todo volumen, una grabación con la voz del fallecido Chávez, cada vez que algún diputado o asesor pasaba a algunos metros de la valla. Después de eso, venía una lluvia de pirotecnia o basura en contra de quienes los chavistas llaman “escuálidos”.
Con la cámara de su teléfono, Archimboldi grabó las protestas. Luego se dirigió de nuevo a la Asamblea Nacional para entrevistar al diputado Víctor Clark, del Partido Socialista Unificado de Venezuela, quien consideró que Venezuela podría dejar la OEA en estos días. Al término salió del lugar y se dio cuenta de que los cercos policiales habían sido retirados y los manifestantes chavistas se dirigían a la entrada principal de la Asamblea. Eran alrededor de 500 personas las que caminaban detrás del camión del Ministerio de Asuntos Indígenas y Archimboldi empezó a grabar. Luego de un minuto, un hombre con una camisa negra con la imagen de Hugo Chávez apareció corriendo a toda velocidad por un costado y le arrancó el teléfono que sostenía con una mano.
De inmediato, Archimboldi corrió y detuvo al tipo, pero otro grupo de hombres llegaron a rodearlos y, el hombre que le había quitado el teléfono, se lo pasó discretamente a otro que se había colocado detrás de él. Al notar eso, Archimboldi se dio cuenta de que eran unos pillos y descartó que se tratara de simpatizantes chavistas preocupados por identificar a un posible espía escuálido que estuviera grabando. Como en cualquier lugar en conflicto, las manifestaciones son riesgosas para los periodistas.
Una mezcla de paranoia y resentimiento se activa contra los reporteros y son agredidos. En los últimos días, esto se ha intensificado: a Archimboldi le contaron que las manifestaciones recientes sumaban una docena de periodistas y fotógrafos a los que además de golpearlos, les habían destruido su equipo fotográfico y de video.
Pero esta no era exactamente la situación padecida por Archimboldi en las afueras de la Asamblea Nacional. Por eso el periodista alegó y logró zafarse de los otros hombres que lo rodeaban para encarar al segundo que se había quedado con su teléfono, quien llevaba una bolsa negra en la cual lo había colocado. Al hacer esto, los demás tipos comenzaron a azuzar a los manifestantes chavistas diciendo que se trataba de un periodista de CNN. Mientras encaraba al ladrón, Archimboldi tenía que dar explicaciones a jóvenes y señoras chavistas que llegaban a cuestionarlo. Les decía que no era periodista de CNN y que había cubierto desde 2004 la situación en el país. Cuando logró estar frente al ladrón, le exigió que le devolviera el teléfono. En eso llegaron tres policías, a quienes el periodista les contó lo sucedido. Después de eso, un grupo de cinco hombres rodearon a Archimboldi y empezaron a empujarlo y decirle que parara ahí. Uno de ellos sacó una pistola en medio de la bola y se la puso en el abdomen, diciéndole: “¡Cállate, cállate!”. Luego de eso, el ladrón, el de la pistola y los demás se metieron a una estación del Metro. Y los policías se esfumaron.
Juan Barreto / AFP
Acabado el zafarrancho, llegaron algunos de los manifestantes. Por la confusión de los hechos, unos seguían creyendo que Archimboldi era una especie de espía, pero otros aclaraban la situación. Uno de ellos, que decía ser sacerdote, aseguraba haber visto el robo y condenaba la situación, asegurando que escribiría de inmediato al Ministro de Comunicación, Ernesto Villegas, para dar parte de lo sucedido. Otra señora chavista que lo había increpado antes ya se había dado cuenta de lo sucedido y lo lamentaba. “Esos son ladrones, no son chavistas”.
Archimboldi ya sabía que Caracas es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. En 2015, esta ciudad de tres millones de habitantes, registró casi cuatro mil asesinatos, o sea una muerte cada dos horas. Pero viniendo de México no tenía demasiada preocupación por engrosar dicha lista de víctimas. La noche previa había visto en la televisión la noticia de un estudiante al que unos ladrones le habían disparado cuatro tiros a quemarropa para quitarle su teléfono: una escena común en medio de la crisis política y económica que sufre el país.
Cuando regresó a su hotel en Chacaito y terminó de hacer todas las fastidiosas diligencias que implican para un periodista extranjero perder su teléfono, Archimboldi detectó que el aparato seguía en el centro de Caracas, el territorio chavista donde se libra una lucha de clases que el lumpen ha aprovechado también para sus propios negocios.
Ya en la noche, haciendo un símil con el ingeniero alemán que Gabriel García Márquez inventó para narrar la crónica “Caracas sin agua”, el autor de esta nota creó al personaje Deog Archimboldi para contar lo que ese día le había sucedido en su faena como reportero.