El panorama rumbo a 2015 presenta más interrogantes que certezas. Con el inicio del año electoral en octubre, diversos analistas participan jubilosos en un añejo deporte nacional conocido como ?futurismo?. A la luz de esta tradición, se cruzan apuestas y se juega a las adivinanzas, generando escenarios y proyecciones.

En el pasado, a pesar de sus ostensibles diferencias, PAN y PRD han construido, sin ningún recato o remordimiento, una serie de alianzas electorales que les ha permitido obtener buenos réditos en lo local. En estos ?experimentos democráticos?, ambas fuerzas, acompañados de otros partidos minoritarios, han logrado ganar gubernaturas tan importantes como Puebla, Oaxaca y Sinaloa.

Las alianzas entre el ?agua y el aceite? se fundamentan en un proceso de ?emulsión pragmática? que ha hecho a un lado las notables diferencias, para privilegiar la mayor coincidencia: derrotar por los medios que sean necesarios al PRI, quien ha sido dibujado como heredero de las peores tradiciones autoritarias del país.

El propósito explícito de este tipo de uniones ha sido terminar a través de las urnas con la preeminencia tricolor durante largos periodos en muchos estados del país. El mantra de dichas coaliciones reside en la convicción de que es válido aliarse, aun con contradicciones, con tal de vencer al PRI.

Cuando los ?gobiernos aliancistas? llegan al poder, normalmente los triunfadores deciden inclinarse por el color político con el que se sienten más cercanos. En un ejercicio de puro pragmatismo, incluso hemos sido testigos de gobernadores como el de Sinaloa que han ?roto? con sus promotores iniciales con tal de liberarse de compromisos previos y regresar tácitamente al origen partidario de su propia historia política.

Aún no tenemos evidencia clara sobre los efectos de las alianzas en la vida de l@s ciudadan@s, tampoco con estudios serios que determinen si la gestión pública de este tipo de gobiernos es más efectiva que aquella de candidatos que son propuestos de manera individual por un solo partido o por uniones con alineación ideológica.

Las alianzas PAN-PRD han despertado un debate interesante entre quienes las defienden a toda costa, destacando su eficacia para derrotar al PRI y entre quienes piensan que la coalición entre proyectos antagónicos no son más que una ?triquiñuela electoral? que abusa de la buena fe de l@s ciudadan@s.

En el DF, bastión indiscutible de la izquierda desde 1997, se comienza a discutir con seriedad la posibilidad de que haciendo a un lado pruritos y pudores, se enfrente a las ?fuerzas progresistas? con una alianza electoral entre PAN y PRI, sobre todo ahora que el divorcio entre AMLO y el PRD se ha materializado con el registro de Morena.

La lógica de un futuro ?matrimonio de conveniencia? entre la derecha y el centro radica en el reconocimiento de que se ha abierto una ?ventana de oportunidad? irrepetible para enfrentar, con verdaderas posibilidades de triunfo, a la otrora ?aplanadora amarilla? aprovechando los efectos del cisma entre los seguidores del político tabasqueño y la nomenklatura del sol azteca.

BALANCE

Tradicionalmente, el PRI ha construido una sociedad política con el Partido Verde, obteniendo resultados favorables en muchos estados, quedándose corto en la capital del país. Con la llegada de Mauricio López a la presidencia del partido, quizá sea momento de replantear una alianza pragmática con el PAN, con el propósito de concluir el reinado tan prolongado del PRD, con base en compromisos de política pública específicos que logren remontar las diferencias entre ambos partidos.

Siempre he sostenido que las alianzas que no se fundamentan en un buen programa de gobierno tienden a conducir a l@s ciudadan@s a elegir a candidat@s que son respaldados por todos, razón por la cual terminan respondiéndole a nadie. Sin embargo, no dejo de reconocer que en pos del pragmatismo, la ?cosquilla? de aliarse con l@s enemig@s de tus enemig@s puede ser tentadora. En el DF, la tentación existe.

 

                Twitter: @pacoguerreroa65