“Cada cual tiene la edad de sus emociones”
Anatole France.
Llegó el momento histórico en el que los adultos mayores, incluso mayores de 80 años, puedan, y deban, participar activamente en los sucesos históricos y políticos mundiales, aunque de alguna manera siempre lo han hecho, el mejor ejemplo es Winston Churchill, quien a sus 80 años, seguía ejerciendo muy enérgicamente su puesto como Primer Ministro de Inglaterra, además de que seguía bebiendo alcohol y fumando puros cubanos; y, conforme la expectativa de vida va aumentando a nivel mundial, este paradigma se consolida evolutivamente, pero, teniendo en cuenta que los adultos mayores, hombres y mujeres, en un contexto de salud, pueden seguir trabajando hasta los 90 años, o más, al proporcionarles pensiones y/o jubilaciones desde los 65 o 68 años, de alguna manera existencial, los limitan para seguir trabajando, al no tener la necesidad histórica-bíblica-fundamental de tener que sudar por el pan de cada día; mi padre, por ejemplo, hasta sus 75 años siguió trabajando como agente de seguros y fianzas, por necesidad, y si no fuera por un error médico que desencadenó en su partida de éste Mundo, hoy, 5 años después, seguiría trabajando.
Ya sé que esta ideología se contrapone a los principios fundamentales de sindicalismo y de seguridad social existentes, incluyendo los que el Dr. Santiago Levy citó de alguna manera en su célebre ensayo: “Buenas intenciones, malos resultados” de Noviembre del 2008, pero habría que tener una contraparte de principios humanos de superación y de lucha de la propia especie humana por subsistir en este planeta, los cuales han hecho que el ser humano siempre se haya dedicado a mejorar, individual, y colectivamente, independientemente de la edad que tenga.
Una manera de que personalmente cada lector de este ensayo empiece a comprender mi postura es preguntarse al llegar a la edad adulta: ¿estaría orgulloso de mí, el niño que fui? y así comenzar a pensar si le gustaría seguir trabajando y superándose hasta el final de sus días sin tener que haberse retirado para recibir su pensión o su jubilación.
También ya sé que los lectores de SDP noticias están esperando que en este ensayo hable del Ingeniero Javier Jiménez Espriú, quien nació antes de la Segunda Guerra Mundial y cuya personalidad es envidiable, pero no lo voy a hacer.
Y, de ninguna manera estoy ni siquiera sugiriendo que uno de los programas de abanderamiento de la Cuarta transformación en México, la de ayuda a adultos mayores, se vea afectado por estas líneas, aunque haya que tomar en cuenta que todos los gastos gubernamentales “se suman”, como dicen los grandes empresarios, pero sí que se tome en cuenta que los adultos mayores, hombres y mujeres, pueden, y, deberían, seguir trabajando, por su bien físico, moral, y hasta espiritual, y por el bien de toda la sociedad, y que el hecho de que reciban programas de ayuda, jubilaciones y/o pensiones no se convierta en una limitación, existencial, repito, para que no consigan trabajo remunerado u oportunidades de superación, independientemente de su edad.
A mí, personalmente, me gustaría, como lo hacen muchos adultos mayores en la actualidad, a los 85 años, trasladarme a mi trabajo todas las mañanas a trabajar, y los fines de semana descansar y reunirme con mis amistades..
NOTA ANECDOTICA: Tuve la oportunidad de conocer en persona al Maestro Salvador Zubirán en el año 1996 cuando trabajé como pasante de Medicina en el Instituto Nacional de Nutrición que él fundó, era muy raro que el Maestro faltara a trabajar, ese año cumplió 99 años.