La obra titulada “Antología universal del discurso político” es una joya en sí misma.

 

Dos tomos contienen los discursos que marcaron la historia de México y el mundo.  Liébano Sáenz fue el compilador de esta obra y Carlos Slim fue quien hizo posible la edición de la misma.

 

Ken Robinson afirma que en este momento, los sistemas educativos del mundo, están sufriendo una transformación, porque el modelo basado en Español, Matemáticas, humanidades y artes (en ese orden) es obsoleto y esto se debe en parte a que los currícula corresponden al modelo de la fábrica del siglo XIX. Otro tiempo, diferentes necesidades.

 

Sin embargo, no podemos soslayar el hecho de que en México, no se promueve el arte ni la oratoria. La clase de educación física en las escuelas se remite en la mayoría de los casos, a lanzar un balón “para que jueguen los niños”, cuando estas habilidades son imprescindibles para formar a los ciudadanos que México requiere hoy en día.

 

Slim afirma:

 

“Ya desde los tiempos de la antigua Grecia, la importancia de la palabra era ampliamente reconocida. En esta civilización, hablar en público era requisito indispensable si de alcanzar éxito, influencia y celebridad se trataba; y para ello los hombres se preparaban desde la juventud. El dominio del lenguaje era uno de los logros más apreciados, porque conducía a un nivel superior de respeto y admiración. Y nada parece haber cambiado”

 

En estos dos tomos, hay un plus que ayuda a comprender el significado y el impacto de cada uno de estos discursos, porque el lector puede comprender el tiempo y la circunstancia en la que fueron pronunciados. Al respecto, el señor Sáenz comenta

 

Además de la reproducción de los textos originales, esta obra brinda un marco contextual para cada uno de los capítulos y para cada uno de los discursos. (…)uno de los propósitos de este esfuerzo es permitir que cada disertación se manifieste arropada por sus circunstancias particulares ante el lector, incitándolo a escudriñar las motivaciones, desafíos, ideales y necesidades que empujaron a los protagonistas a levantar sus voces.

 

En ese orden de ideas, el análisis aplica entonces no solamente para el discurso, sino también para los hombres que lo pronunciaron, más allá de ser considerados titanes de la oratoria.

 

Y así, estimado lector, puede usted deleitarse con La apología, un diálogo escrito por Platón, que recoge la defensa de Sócrates, quien finalmente fue condenado a muerte

 

“Pero me preguntarán “¿por qué a las personas les gusta conversar conmigo?” Ya se lo he dicho, atenienses, y esta es la única verdad: Les resulta intrigante ver cómo interrogo a los que presumen de sabios, pero que de hecho, no lo son.”

 

El discurso a las tropas, de Alejandro Magno

 

“Yo no diferencio a la gente, como hacen los cortos de mente, en griegos y bárbaros. No me interesa el origen o la raza de los ciudadanos. Sólo los distingo en función de su virtud”

 

El maravilloso Sermón de la Montaña

 

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”

 

Y esto es sólo el comienzo.

 

 

Uno de los muchos méritos de esta obra, es que educará al lector para reconocer que más allá de las palabras, se encuentran los hombres que con sus acciones les dieron un sentido tal, que cambiaron la historia y el destino de la humanidad.

 

¿Cómo reconocer un discurso de lugares comunes, zonas vacías, que pretenden decirlo todo y al mismo tiempo no significan nada?

 

Leyendo y estudiando a los grandes. A los congruentes. A los titanes de la oratoria que supieron hacer coincidir el verbo con la acción para transformar aquello que decidieron que estaba corrompido, equivocado o injusto.

 

Y para muestra un botón.

 

 

En este número de la revista Letras Libres, Guillermo Sheridan hace un análisis de los discursos de nuestros gobernantes ante el Congreso de la Unión.

 

Prepárese, estimado lector. Se reirá a carcajadas, porque el asunto es tan trágico, que al final, resulta siendo cómico.

 

 

“El futuro como materia prima” es, en palabras de la revista, “un divertido e involuntario alegato sobre la inanidad de nuestros políticos y la maldición de un país Sísifo, condenado a ser siempre el país del futuro”

 

Y de esta forma, Sheridan presenta un discurso que ha permanecido impasible: el del México del futuro, que ya desde Iturbide se vislumbraba utópico, digno de ser alcanzado si se trabaja lo suficiente, si el esfuerzo es conjunto, si la batalla es encomiable y así, sólo así podremos disponernos a recibir los laureles de la inmortalidad ¿qué tal, eh?

 

Iturbide, Victoria, Guerrero, Bustamante, Santa Anna, Juárez, Lerdo de Tejada, Porfirio Díaz, Francisco León de la Barra, Madero, Huerta, Carranza, Obregón, Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Ávila Camacho, Miguel Alemán, Díaz Ordaz, Luis Echeverría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, tienen pues, más en común de lo que ellos suponen.

 

Hermanados a través de un discurso para el México del mañana, Sheridan termina el artículo con un atinado signo de interrogación ¿…? (2013) y la afirmación “pero de que hay futuro, hay futuro ¡Viva México!”

 

Estoy segura que después de lo anterior, no volveremos a escuchar de la misma forma, ningún discurso, cualquiera que sea su origen.

 

¿Usted qué opina, estimado lector?