El expresidente Donald Trump avanza inexorablemente hacia la nominación formal del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos. Tras la salida de Nikki Haley de la carrera como resultado del Supermartes, nada ni nadie podrá evitar que el neoyorquino se enfrente nuevamente a Joe Biden en noviembre.

El Partido Demócrata, por su parte, se encuentra en una encrucijada. Saben bien que una revuelta interna que buscase colocar en la nominación a otro candidato conllevaría un debilitamiento del presidente, y con ello, una inevitable derrota frente a los republicanos en la elección general.

Como apunte histórico vale recordar que algo similar sucedió en 1980 cuando el senador demócrata Ted Kennedy, sabedor de la impopularidad del presidente Jimmy Carter, levantó la mano e inició una breve campaña interna para descarrilar la candidatura del presidente en funciones. Los resultados son bien conocidos. La iniciativa de Kennedy cayó en el vacío, y Carter resultó vapuleado por Ronald Reagan.

Otro elemento relevante que merece una mención es que ningún presidente en funciones ha desestimado su reelección en los últimos cincuenta y seis años. El último fue Lyndon Johnson, quien en un momento de reflexión ante su impopularidad provocada por la guerra de Vietnam, decidió retirarse y ceder su lugar al vicepresidente Hubert Humphrey; quien resultaría, a la postre, derrotado por el republicano Richard Nixon.

En otras palabras, los demócratas saben de antemano que un hombre o mujer que ose desafiar a Biden conduciría al triunfo de Trump. Por lo anterior, en un ejercicio de control de futuros daños, han apostado por la reelección de un presidente disminuido y con claros signos de fatiga física y mental.

El caso de Trump merece igualmente una opinión. Muchos analistas se han preguntado: ¿Cómo es posible que el hombre acusado de contravenir leyes federales y estatales tenga posibilidades reales de ganar nuevamente la presidencia?

¿No fue él mismo quien azuzó a la turba aquella tarde en Washington para entrar violentamente en el Capitolio y “colgar” al vicepresidente Mike Pence? ¿No es Trump una verdadera amenaza contra la democracia estadounidense? ¿No ha sido encausado por haber buscado corromper a los delegados estatales para que cambiaran el sentido de su voto en 2020?

Y sí, a la luz de las encuestas, Trump llevaría una ventaja relativa en estados clave como Michigan, Wisconsin y Pennsylvania.

En suma, la próxima elección general de 2024 trasluce, a mi juicio, dos elementos: una degradación política de los estadounidenses (están dispuestos a entregar las riendas de su país a un enemigo de la democracia y del sistema) y un signo inequívoco de que los EU están ante un grave riesgo de perder su sitio como líderes del mundo libre.