El ex ministro Arturo Zaldívar es uno de los personajes públicos más oscuros de la historia reciente de México. Si bien es un hombre preparado, conoce bien el derecho, y, aunque pese reconocerlo, hizo un buen trabajo en la Corte como promotor de las causas liberales, cayó, motivado por sus ambiciones personales, en el abismo del desprestigio.
Hay que recordar que Arturo Zaldívar no llegó a la Suprema Corte durante el gobierno de AMLO, sino que fue el presidente Felipe Calderón quien lo integró en las ternas que fueron enviadas en 2009 al Senado. En otras palabras, a diferencia de sus colegas Loretta Ortiz, Yasmín Esquivel y Lenia Batres, Zaldívar no es un personaje originario del obradorismo.
Sin embargo, y a pesar de no haber surgido de las filas de Morena, AMLO vio en él un alfil que le resultaría útil para una serie de acciones reprobables: intervenir en las decisiones de la Suprema Corte, hacer caer el peso de los intereses del poder presidencial sobre la Judicatura y promover una reforma judicial de la mano de la eventual presidencia de Claudia Sheinbaum.
Todas estas acciones traslucen el talante de Zaldívar. A la luz de la evidencia, y tras los penosos audios dados a conocer por los medios de comunicación, sumado a su decisión de sumarse a la campaña de Sheinbaum, el ex presidente de la Corte es un abogado sin principios éticos que desdeña el valor de la ley, viola los cánones morales y se entrega al proyecto que mejor convenga a sus ambiciones políticas.
En ese sentido, el cargo de presidente de la Suprema Corte le quedó corto; no únicamente por el prestigio del nombramiento, sino en términos de su propia ética personal.
Hoy los jóvenes abogados mexicanos, y aun más, aquellos que cursan ilusionados los primeros semestres de la carrera de Derecho, buscan modelos para un día alcanzar posiciones tales como la presidencia de la República o de la Suprema Corte.
Estos futuros constitucionalistas que aspiran a ser un día líderes en la rama de la abogacía deben ser conscientes que personajes como Arturo Zaldívar, lejos de representar la figura del abogado ideal, encarna lo más rancio del gremio, y que el ejemplo de su vergonzosa trayectoria debe servir como muestra de lo que ellos NO deben emular.
Arturo Zaldívar avergüenza a los juristas, a sus ex colegas de la Suprema Corte, a la opinión pública, a los jóvenes abogados y a todos los mexicanos.