3 de mayo de 2024 | 08:26 p.m.
Histórico

    ¿Votarías por López Obrador? III los intelectuales de la izquierda bonita. Una crítica.

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    Es un lugar común pero hay que

    repetirlo: la izquierda es más sectaria que la derecha y en ello radica en

    alguna medida su debilidad.

    Ciertos comunicadores no reparan

    en detalles que cambian radicalmente el sentido de las cosas que se dicen.

    Cuando López Obrador mandó al diablo a las instituciones que están al servicio

    de una oligarquía (de acuerdo con su diagnóstico y diciendo al diablo con sus

    instituciones), Televisa se empeñó en presentarlo como el peligro para México

    que los spots decían que era. Los comentaristas de radio y televisión se

    esforzaron por hacer notar su tono sobresaltado y el impulso antiinstitucional

    que, de haber llegado a la presidencia, no habría reparado en derrumbar las

    instituciones que sudor y sangre costaron a los mexicanos. Pasaron por alto,

    inaceptablemente por alto, que la expresión no mandaba al diablo a las

    instituciones de modo genérico. Se refería a unas en particular, a esas: a las que

    pertenecen a aquellos que han influido

    para coparlas de ciertos nombres de personas incapaces: a la Suprema Corte con

    ministros recomendados por Diego Fernández de Cevallos y al IFE con un

    presidente impuesto por la misma Elba Esther Gordillo. Ciertos intelectuales de

    gran talla como Roger Bartra, y otros de menor calado en sus reflexiones,

    aunque respetables igual que todos, como Denise Dresser, tomaron la interpretación de Televisa y en

    ella se apoyan hasta el día de hoy para calificar como arcaico y populista al

    movimiento encabezado por AMLO.

    Fue Lorenzo Meyer quien con el

    poder de la televisión desmintió lo que en Televisa y en todos lados se decía.

    La respuesta del poder fue quitar de youtubey otros sitios de videos el

    tan repetido "al diablo con sus instituciones" para dejar lugar a la duda. Por

    más que los diarios, como Crónicao aún más serios como El País,

    hubieran dado cuenta en el cuerpo de sus notas del énfasis puesto en la palabra

    sus,

    sus,el mito del antiinstitucionalista loco que no sabía perder estaba

    creado y había echado raíces aún en la izquierda intelectual. Las críticas son

    contradictorias y revelan una discrepancia en las formas y no en los

    planteamientos de fondo.Largo sería citar cada crítica a López Obrador y decir

    por qué son erradas o por qué se trata de temas que afectan más la

    superficialidad de la imagen televisiva que a un eventual gobierno encabezado

    por él. Tocaré las más persistentes.

    Unas veces lo descalifican por

    purista y otras por cínico. Una vez por no aliarse con Gordillo para las

    elecciones y otra por defender "intereses creados" si se trata del SME. Lo

    hacen mostrando el presupuesto destinado a mantener a Luz y Fuerza pero no

    reparan en los matices que hacen las cosas distintas, al revés de lo que ellos

    plantean. No reparan en el abismo que hay entre este dinero,el del SME, y los

    miles de millones entregados al SNTE por los dos últimos gobiernos; en la

    diferencia que supone que estos recursos se destinen a derechos laborales y

    aquellos a operación política, en que el SNTE es un obstáculo al desarrollo de

    la niñez y la juventud y en que el SME, con terribles vicios y todo (debe

    decirse que consentidos por los gobiernos federales en turno), es un aliado en

    la defensa de la propiedad nacional de la energía y brindó un servicio más

    llevadero que el que brinda la CFE, responsable de la pérdida de no pocos

    aparatos eléctricos en nuestras casas.

    Denise Dresser ha dicho que AMLO

    debe pronunciarse contra algunos de sus aliados para tener credibilidad y luego

    le reclama: debes --porque le habla de tú--- ser un político profesional con un

    menor contenido moral. Esto puede explicarse así: quizá Dresser es moralista

    cuando se trata de protestar por alianzas con la vieja izquierda nacionalista y

    quisiera borrar el pasado de un plumazo, pero es muy profesional si se trata de

    pactar reformas económicas que dejan la repartición de la riqueza a la buena

    voluntad de algunas empresas. Así parece mostrarlo cuando hace preguntas mal

    intencionadas como la siguiente: si, como tú quieres, México deja de exportar

    petróleo crudo ¿estarías dispuesto a subir tremendamente los impuestos, dado

    que esto sería necesario? Aquí, por ejemplo, Dresser hace de cuenta que la

    palabra crudoes irrelevante cuando forma parte del planteamiento

    esencial de AMLO. En este caso se trata de dejar de vender crudo y vender, en

    cambio, derivados (plásticos, combustibles, fibras, etc), con una ganacia que

    excedería en gran medida a lo que se obtiene hoy de vender barriles de petróleo

    sin procesar.

    Existe también el mito de

    pobrelandia. Lo que se ha repetido con más insistencia es que se quiere hacer

    un país donde sólo tengan cabida los pobres y esto ha tenido una gran

    repercusión, pues ha asustado a no pocos integrantes de la clase media. Su

    sustento, sin embargo, es débil y no tiene más asidero que el viejo lema de

    "por el bien todos primero los pobres", que lo que plantea es una igualación

    hacia arriba. Quizá habría que decir para que se nos entendiera mejor: por una

    sana clase media, más trabajo --y mejor pagado-- para todos. Pero la

    negatividad del discurso no es gratuita, debe decirse que lo que intenta López

    Obrador es no borrar la miseria. Hay que darle un lugar simbólico a los pobres y esto no implica quitárselo a la

    clase media. Si se remarca la existencia de la pobreza es porque se priorizará

    su erradicación.

    También está bien difundida la

    falacia de ver en López Obrador a quien divide y no hacerlo, en cambio, en las

    demás fracciones y facciones de la izquierda. Si el movimiento encabezado por

    él es el que le ha dado a la izquierda mexicana el mayor impulso que ha tenido

    en la historia, sería torpe, por decir lo menos, que éste pusiera su línea

    política a disposición de todos los demás. Falta diálogo y retroalimentación,

    siempre que no se pida a López Obrador claudicar en sus causas fundamentales.

    Existe el material para lograr un gran bloque progresista, lo que abordaré

    rumbo al final de esta serie de artículos.

    Las diferencias de estos

    intelectuales con López Obrador son más bien de forma. El mismo Bartra ha dicho:

    "se mantuvo en una actitud agresiva más simbólica que real" y sigue "no es Fidel Castro ni Che Guevara".

    "tiene un poco de Keynes, un poco de Roosevelt y un poco de nacionalismo

    revolucionario. Entonces, ¿para qué esa agresividad tan terrible?" (La Crónica

    de hoy, 26 de julio de 2006) Mi respuesta es que en México las propuestas de

    López Obrador se tienen que plantear como radicales porque México no es un país con una normalidad

    liberal. Hacer una reforma fiscal es un acto osado porque los grandes empresarios

    están acostumbrados a no pagar un quinto al erario a pesar de que ya tienen un

    desarrollo suficiente como para hacerlo (ni Televisa ni Bimbo ni Telmex son

    empresitas vapuleadas por el capital trasnacional). Desgraciadamente no pocos

    comentaristas e intelectuales han hecho esta advertencia extensiva a los

    pequeños empresarios y a la clase media, cuando su papel debería de ser el de

    aclarar su verdadero destino.

    Aunque debo reconocer que a mí

    también me gustaría que López Obrador fuera un orador más agudo y un estudioso

    más preciso no puedo juzgarlo por lo que le falta ser: la noticia es que se

    trata de un líder político y no un mesías, y es por lo mismo que los

    desacuerdos acerca de su estilo durarán tanto como puede durar la diferencia en

    los gustos de la gente. No se puede caer en la pretensión fascista de que a

    todos nos satisfagan los mismos modos, pero sí puede pedirse que la izquierda,

    y más aún la que se dice intelectual, privilegie los planteamientos de fondo y

    en ellos centre el debate. Si López Obrador tuviera otro tono... Otro

    vocabulario: más sociedad civil y menos pueblo. Otro estilo. Más elegancia: no

    decir que es una mafia sino un conglomerado de destacados empresarios que han

    acumulado concesiones poco sanas para el bienestar de una buena parte de los

    menos favorecidos. Quizá así todo sería más bonito, como los discursos de

    Denisse Dresser y las novelas (no los ensayos) de Jorge Volpi. El griterío y

    las marchas no son políticamente correctos, por lo menos no si van combinados.

    La confrontación y la divergencia

    son normales en la política y su existencia no debería asustar a nadie. Debe

    llamar la atención, en cambio, que sea un gran franja de nuestra izquierda

    intelectual la que prefiere confrontar a quienes más que antagonistas son probables

    aliados según las convicciones que dicen defender. Ser de izquierda implica

    mínimamente un compromiso con la igualdad y con la justicia social. Aunque no

    soy yo un intelectual me gustaría llamar a los que sí lo son --no obstante que

    es muy difícil que lean este modesto artículo--- a entablar una diálogo crítico

    sistemático. La crítica del centro-izquierda a las formas de AMLO es atendible

    pero las críticas a ese centro provenientes de otra izquierda, más radical,

    también lo son. Los intelectuales socialdemócratas tienden a poner oídos sordos

    a los intelectuales más volcados a la izquierda que los han criticado con

    lucidez. Ni Octavio Rodríguez Araujo, ni Héctor Díaz Polanco ni Arnaldo Córdova

    tienen los espacios mediáticos que sí tienen Denise Dresser, Denise Maerker

    (antes tan digna) o Jorge Volpi. Sin embargo, los segundos se comportan como si

    no leyeran los diarios y no supieran, por ello, lo que dicen sus colegas, dando

    nulo espacio al debate. ¿Es soberbia o temor a la polémica?