Pasan los días y en México ronda de nuevo el fantasma de la decepción. Xóchitl Gálvez, para muchos nuestra estrella fulgurante, nuestro propio “rayito de esperanza”, se mueve como peje en el agua en las redes sociales entre frases ocurrentes, memes, sordera y soberbia., en una ruta que nadie de su equipo le dice pero que desconecta con la realidad y parece la más segura al precipicio.

Los partidos sienten que ya cumplieron, que “ciudadanizaron” la candidatura y corrieron a lavarse las manos. Ahora mismo, mientras llueven por todos lados los ataques contra su candidata presidencial, están en lo suyo, en lo que consideran realmente importante, en los acuerdos sobre las otras candidaturas que no piensan ceder a “intrusos” de esa política tradicional fincada en el arreglo cupular y el distanciamiento con los ciudadanos, que se niega a aceptar que tiene certificado de defunción escrito por el voto popular.

Santiago Creel, en el organigrama del Frente Amplio por México la figura más destacada, queda como el payaso de las cachetadas. No organiza a nadie, ni coordina nada. Quizá, a juzgar por el semblante al borde de las lágrimas que arrastra por todos lados, ni le interese.

Xóchitl, que aireó durante muchas semanas el vetusto edificio de la política opositora, parece hoy intoxicada por el ambiente que le ha tocado respirar. Va con Alito Moreno, quien le muestra el “músculo y poderío” del que es el partido que mejor encarna el fracaso de la política tradicional, y ella, deslumbrada por el aplauso, se deja cautivar por el encantador de serpientes al grado que confiesa a los suyos ser su fan. Si tuviera un poco de malicia vería que tras el escenario priista no hay nada, y que el público es de utilería.

El PRI es lo más parecido a la sábana del fantasma. Y del PRD ni hablamos.

Pero los partidos son un mal necesario; se les requiere porque son la vía para competir por el poder, pero se les desprecia justo por sus desplantes políticos carentes de congruencia y de un mínimo de dignidad. Sus dirigentes y sus representantes en el Congreso son hijos de esa nación que creció pensando que la moral es un árbol que da moras. Incluso con la soga al cuello, son capaces de intentar la última jugada para sacar provecho.

Ahí están, por ejemplo, demostrando que sólo piensan en lo suyo, quienes votaron por la morenista Celia Maya para integrarse al Consejo de la Judicatura Federal. Senadores priistas como Manuel Añorve, Ángel García y Verónica Martínez, coincidiendo en la jugada, en el arreglo, en la desfachatez, con senadores anti Alito Moreno, es decir, ex priistas, ahora independientes, como Eruviel Ávila y Claudia Ruiz Massieu.

Pero, ojo, también votaron a favor de la ex candidata de Morena a gobernadora de Querétaro Alfredo Botello, Estrella Rojas y Roberto Moya del PAN. Adiós oposición, viva la disposición y el colaboracionismo con el régimen populista y autoritario.

El problema es que mientras la unidad opositora se vuelve humo en situaciones concretas, Xóchitl parece creer, por sus actitudes, que con Creel y con Alito tiene medio pie en Palacio Nacional. El estilo seco y directo de Fox no le hizo mella a la ingeniera en aquel lejano año 2000, pero ahora es distinto: Marko Cortés, Chucho Zambrano y Alito y la esperanza social que deveras cambió de manos, la han llevado a perder el piso, y se siente tocada por el dedo divino; como la Cenicienta, en pos de la zapatilla presidencial que alguna mariposa multicolor le dijo que ajustará muy bien al tamaño de su pie.

La ingeniera no es capaz siquiera de construir un equipo, y se mantiene con dos o tres gentes de confianza, mientras la realidad la desborda. Un día la exhiben porque la construcción de su casa se hizo sin permisos, y al otro, porque en su trabajo de titulación cometió plagio. Ella responde mal y tarde, con el “Manual Peña Nieto” y con el “Manual AMLO”: dice que que la titulación es fruto de su esfuerzo profesional, que sí es ingeniera y que lo que pasa es que estamos en tiempos políticos.

“Ya dijeron que no soy indígena, que no vendí gelatinas, que mi casa no es mi casa y ahora que no soy ingeniera”. Una respuesta muy al estilo del manipulador profesional López Obrador, con la diferencia que el presidente labró una imagen de “tiranetas” mediante una trayectoria ininterrumpida en los reflectores de la opinión pública de 1988 a la fecha, y Xóchitl, aunque un fenómeno mediático, acaba de aparecer en escena.

Nada le costaba a Xóchitl asumir que cometió algún error al no citar correctamente las fuentes en los párrafos que se le señalan, y decir que se apegaría a lo que establecen los reglamentos universitarios. Nada le costaba mostrarse como la mujer imperfecta que vieron los mexicanos tocando a la puerta cerrada de Palacio Nacional. Pero optó por otra ruta de la misma política tradicional, la de intentar victimizarse. Sólo faltó que dijera “No me quieren en las boletas”.

Lo que sucede con la senadora Gálvez y con la desarticulada oposición que la hará su candidata presidencial, es muy lamentable, sobre todo en un país tan necesitado de contrapesos. La buena noticia es que si tiene disposición y no se le ocurre ir al cerro a preguntarle a las mariposas si continúa o si se raja, hay tiempo para corregir y que, en la contienda, lo que se pondrá a debate popular serán dos modelos de futuro para el país. Uno, forjado en la revancha, en la polarización y en el asistencialismo populista, y el otro, en la reivindicación del aspiracionismo, las oportunidades de desarrollo y la democracia liberal.

Soy parte de ese sector que, aunque parezca una contradicción, cree que se puede ganar a Morena en 2024 pero no que se puede vencer a AMLO en el debate mediático. Y AMLO va a estar en el debate. Por eso toca enfocar la estrategia: centrarse en los malos resultados y en el riesgo que atañe la continuidad del modelo. En paralelo, le toca a Xóchitl reescribir para los mexicanos cuál sería una ruta segura, una que otorgue certeza al futuro del país. No parece algo imposible.

X: @mayraveracruz