México no es ajeno a las realidades de narrativas pseudo religiosas inspiradas en las teologías de la prosperidad o teologías capitalistas. En el seno del catolicismo conservador han transitado figuras tan polémicas como detestables: el patriarca Pérez, Marcial Maciel, Onésimo Cepeda, Norberto Rivera, Girolamo Prigione y Juan Sandoval, por no mencionar a Jorge Serrano Limón o Carlos María Abascal. Si usted desconoce algunos de estos hombres, agradezca a la vida. Fueron representantes de grupos de paradójica e incongruente vivencia de una interpretación de la religión lejana al amor y cercana al temor y la culpa. Pero no piense que todo está perdido, esta cepa sigue viva aunque en una versión más caricaturesca en Eduardo Verástegui.
Siguiendo la tradición neoliberal, Trump ha dispuesto la creación de la Oficina de Fe de la Casa Blanca, en apariencia es un departamento de relaciones iglesias-Estado y promoción de la libertad religiosa, pero en la práctica tiene un fin claro: fortalecer al cristianismo (de cualquier denominación) como una fuerza político-electoral que apoye los proyectos republicanos y volver al Partido Republicano en un partido cristiano, provida y anti-diversidad religiosa. Es decir, promoverá la libertad religiosa en función de brindar un puente entre las iglesias y el Estado, eliminando todo rastro de laicismo.
Eduardo Verástegui, es un famoso converso al catolicismo conservador (tan conservador que seguramente no coincidía con parte del pensamiento social del difunto Papa Francisco) y que en realidad tiene fe en una extraña religión: el anticristianismo blanco. Esa doctrina que promueve su profeta Trump en donde Jesús es blanco, no era migrante., y de vivir en nuestro tiempo seguramente sería un emprendedor y usaría bitcoins para pagar el diezmo. Ese anticristianismo que busca la disciplina de rezar el rosario y de procurar que la eucaristía vuelva a ser en latín pero no acepta la comunidad de la diversidad sexual y juzga con dureza (todavía más que la de los fariseos) a las mujeres que deciden sobre su propio cuerpo. Esa curiosa fe en donde el amor falta pero le sobra disciplina, reglas y castigos.
El nuevo embajador de Estados Unidos de América en México celebró al actor mexicano Verástegui, lo llamó “su hermano”. En un torpe gesto político quiso mostrar la cercanía de Trump con las fuerzas de extrema derecha, incluso en un país como el nuestro en donde a Verástegui se le observa de manera folclórica, sin mucha seriedad y sin posibilidades de ser un contendiente real que pueda enfrentar al poder en turno. Aunque viendo el panorama de la oposición, no dudaría que ante la desesperación pudieran pedirle que se postulara, aunque sea para tener los votos que permitan mantener el registro de los ya moribundos partidos neoliberales.
¿Funcionará la estrategia de Trump para implementar un fascismo al estilo de Washington? ¿Sabrá mover sus peones continentales? ¿Sabremos resistir quienes nos oponemos al proyecto libertario y creemos en el proyecto verdaderamente liberador?