IRREVERENTE
Les platico: Hay personas que cuando uno las ve, en ellas se ve la muerte, aunque estén vivas.
Y se ve la muerte porque hablan más de sus enfermedades, de sus dolencias, de sus padecimientos, de sus cánceres -actuales y superados o medio controlados- que de las cosas que la vida les da por el solo hecho de seguir respirando. Hay personas que cuando las veo, veo en ellas la frustración, el resentimiento vueltos traumas, por chingaderas que les hicieron y que seguramente solitas se granjearon, por p3nd3jos, por andar mamoneando su supuesto “talento”; por buscar el elogio hasta por debajo de las piedras.
Los veo afanados, bien beodos, porque han emborrachado sus vidas, no solo de alcohol sino de complejos, y de éstos se echan dos o tres al día.
Y para acabar de joderse, van a terminar emborrachando a sus propias muertes cuando les llegue el momento. También hay unos en quienes veo la trampa, la mentira, el engaño, la sosa y falsa amistad de la que presumen y que son apenas réplicas baratas de lo más chafo del mercado. Una vez vi en uno su indolencia y conveniencia, mal disfrazados de sus afanes de gloria apresurada porque los años se le echaron encima y siendo cincuentón se creía y balbuceaba como adolescente espinillento.
Resumo después de todo esto, que la gente no es lo que uno ve en ella, porque los afeites y el maquillaje de esta época pueden hacer pasar a uno por jefe, siendo que en realidad es todo un mequetrefe.
He aprendido con la vida que es más fácil que uno cambie de bueno a malo, que al revés.
Ah, me olvidaba. También he visto humanos convertidos en yerros yernos de la Naturaleza o de la Divinidad -según sean sus creencias- dignos de un museo del terror.
Los he visto presumir un orden que solo existe en sus acciones más visibles, pero que los vuelven inservibles en lo trascendente, en lo que realmente importa.
Con todos esos de quienes hablo, quisiera tener un espacio vital de kilómetros y también quisiera que mi número de celular se les perdiera para no tener que andar oyendo sus mamadas.
A éstos -que lloran antes de que les peguen- les digo: yo no soy curita de nadie que les tape las ampollas que los zapatos de otros -no los míos- las causaron.
Me dan hueva y con mis respuestas parcas se los digo, pero -carajo- no agarran la onda y ante eso, no me queda más que sugerirles que remienden sus vidas vueltas garras con sus propias agujas, porque yo, suturas y oscuras costuras para otros, no me salen, y si siguen con sus cosas, para lo que sí soy bueno es para las roturas o rupturas.
Y conste, no es una amenaza, es una promesa.
CAJÓN DE SASTRE
“Santa madre la modista del Dios de Spinoza”, exclama la irreverente de mi Gaby.