Trasnochado, a.
1 adj. Que está pasado de moda.
2 Que tiene un aspecto demacrado o desmejorado.
A estas alturas, lo que diga el pequeñoburgués blanco privilegiado Rafael Sebastián Guillén, alias el “Subcomandante Marcos” da igual.
Cuando yo era un niño y adolescente, en los noventas, no faltaba el compañero que portaba alguna playera de Marcos, alternándola cómo parte de alguna banda de rock “contestataria” cómo Rage Against the Machine. En ese entonces, recuerdo, La imagen del “Subcomandante” era de rebeldía contra el PRI-gobierno, mutando aceleradamente al PRIAN.
Conforme fue aumentando el descontento contra el neoliberalismo y la destrucción de buena parte del tejido social en México, quedó claro que solo existían dos salidas de ese atolladero: buscar una salida electoral o la rebeldía. Muchas y muchos compañeros, sin dudarlo, apoyaron a mayor o menor nivel tanto a la insurgencia representada por el EZLN y Guillén “Marcos”, cómo la vía electoral y de resistencia civil pacífica representada por Andrés Manuel López Obrador.
En algún momento antes de las elecciones del 2006, “Marcos” tuvo desviaciones en el camino. Abandonando el marxismo y maoísmo que distinguía a los inicios del EZLN en los noventa, se acercó a ideologías fallidas cómo el posmodernismo y el anarquismo y se subió a una nube de egocentrismo de la cual no va a bajar nunca.
Dos décadas después, la vía electoral de AMLO y su movimiento han entregado resultados materiales concretos: más de 9 millones de personas salidas de la pobreza, programas sociales que benefician a decenas de millones de jóvenes estudiantes y adultos mayores, infraestructura, nuevas escuelas, ¿qué resultados entregó la dirigencia de Guillén (muy poco democrática, por cierto) durante las últimas dos décadas?
La realidad es que las opiniones de Guillén y las de sus cada vez menos apoyadores en la menguada clase “intelectual” mexicana son obsoletas, trasnochadas. AMLO, dentro del juego de la democracia liberal, entregó resultados. El “cara de trapo”, cómo lo inmortalizara el finado Jaime Avilés, poco y nada.