Antes que mencionar una sola palabra, que quede bien claro que aquello de que Andrés Manuel López Obrador vino a “polarizar México” es un slogan gastado y sin eco (uno de tantos) por parte de la oposición, hasta hace poco con un gobierno ruin, desesperada y carente de argumentos ni líderes que la legitimen.

Lo que si hizo Andrés Manuel es, simplemente, sacar al debate nacional, cómo si de un esqueleto en un clóset se tratara, los terribles daños de la etapa neoliberal, con especial énfasis en la que prácticamente todos los partidos, pero subrayando los dos más grandes (PRIAN) infringieron al país desde la farsa de transición del año 2000 hasta el año del inicio de una verdadera, el 2018, pasando por episodios tan espeluznantes como la guerra pérdida, simuladora e inútil (y tristemente sin un final a la vista) de Felipe Calderón contra el narco, hija del fraude electoral más ominoso de toda la Historia de México, el del año 2006.

Indicadores aparte, como el llamado ‘coeficiente de Giny’, en esos 18 años el mercado (léase oligarquía de un puñado de grupos empresariales, tanto nacionales cómo extranjeros) tomaron por asalto, a base de cañonazos multimillonarios al Estado mexicano, vía políticos entreguistas y traidores a la patria, provocando una de las más groseras desigualdades socioeconómicas en el mundo. Todo esto, no es una simple opinión, sino que quedará asentado en los libros de texto para las escuelas y los de Historia de México para las generaciones postreras. No hay más y que no quede ninguna duda.

Y baste de muestra que, hasta hace pocos años, prácticamente toda la clase política simulaban el debate sobre temas torales nacionales, dejando incluso palideciente el periodo del PRI, partido prácticamente único y hegemónico, donde militaban elementos de todo el espectro de la geometría política. No exagero al decir que era más democrático aquel sistema que el del periodo 2000-2018. En aquel sistema (a pesar de sus tantos defectos) el Estado era un auténtico rector de la vida pública en México, no así el mercado, que vino a tomar su lugar en el sexenio anterior, hasta a la izquierda, encarnada en el PRD, en un tiempo valioso contrapeso, que sucumbió ante el canto de las sirenas.

Siempre he dicho que la inmortalizada frase de Azcarraga Milmo, de que como voz de la IP de entonces espetó “soy un soldado del presidente” haya devenido en algo muchísimo peor: el presidente era un soldado, y raso además, de ese selectísimo grupo de empresarios, con los daños y prejuicios a la Nación que hoy ya casi todos conocemos y todavía padecemos.

En el periodo referido hubo muy pocos contrapesos reales, lo cual hizo que la ultraderecha hiciera y deshiciera a su antojo. Prácticamente toda la clase política, se fundía en abrazos, favores mutuos y compadrazgos, con el obvio resultado de una impunidad reinante y un debilucho Estado de Derecho, mientras Andrés Manuel recorría incansable, cómo Juárez y su carruaje en tiempos aciagos el país entero.

Hoy, sin “PACTO POR MÉXICO” ni nada parecido aparecen debates reales en las cámaras, no sólo retóricos y testimoniales, sino de fondo y forma, con un reflejo e impacto; esta nueva correlación de fuerzas en el rumbo que está ya retomando la nación. Lo mismo hay una actividad de todos los órganos del Estado mexicano, teniendo no pocas veces que dirimirse algunas resoluciones en el máximo tribunal del país, la SCJN.

Bienvenida sea pues la “polarización de López”, pues, que no es otra cosa que llamar a las cosas por su nombre; exhibir, debatir hasta los golpes, de ser necesario (en los congresos de los países más desarrollados llega a suceder), construir mayorías políticas que realmente representen al pueblo de México, sus anhelos, problemas y sentires, dejando un poco de lado el abrazo hipócrita del político, a la vez traidor y cómplice, y a unos pocos líderes de opinión, resentidos ante el retiro de ilegales privilegios, que buscan cual arqueólogas nefastas adolescencias en la vida nacional, la mayoría, paradójicamente, causados por ellos mismos en su causa, en complicidad con dadivosos políticos con dinero ajeno.

Hoy, México está por fin politizándose, democratizándose, así como el ingenuo Madero soñaba (ignorando por completo los medios para lograrlo, por cierto). Vamos, por fin, hacia la consolidación democrática, una tan dolorosa e innecesariamente aplazada por dos décadas; una donde no se pretenda hacer creer que el voto es la solución de todos los males, un fin en sí mismo, sino lo que es: un medio, uno de los tantos instrumentos indispensables para que una democracia, ahora sí, SIN ADJETIVOS, funcione, y vayamos con ese sistema político, inventado en la antigua Grecia, por los caminos de una verdadera y urgente transformación, de fondo. La cuarta en toda nuestra historia.

Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco