La falta de rigor en las palabras es común en la política al momento del activismo. Se trata de simplificar, exagerar y motivar. La eficacia riñe frecuentemente con la precisión y, a veces, con la verdad. Se trata de motivar, de mover, de invocar emociones, no razones. Una de las características del presidente López Obrador. El mensaje de la celebración del 1º de diciembre es buena muestra, como también sus comparecencias matutinas.

El evento de celebración no daba para un examen estricto de la situación del país, para presentar un balance razonablemente honesto de logros a partir de lo prometido. No era el propósito. López Obrador de fiesta, con los suyos, después de la penosa tregua a los actos masivos que impuso la pandemia. Un presidente exultante, feliz, disfrutando a plenitud el reencuentro que alude no a su presidencia, sino a la gesta previa para alcanzarla, a la campaña.

Las cifras y las cuentas no se le dan. No importa porque su reino no es de este mundo. Se busca transformar, no gobernar. Se trata de desmantelar todo aquello con tufo neoliberal, aunque sean programas, proyectos o instituciones asociados a lo mejor del pasado y del presente democrático.

El presidente empezó mal su gobierno revirtiendo en la víspera de su arribo al cargo el proyecto ya muy avanzado del nuevo aeropuerto de Texcoco. Él invoca a la voluntad del pueblo; pero la consulta fue una farsa, no sólo por su informalidad, sino por la ausencia de una deliberación previa, a manera de que ésta hiciera una decisión mínimamente razonada el dilema de suspender o continuar.

Ahora, ante tan desastrosa decisión al presidente le da por razonar a manera de justificarla; el elevado costo de lo que suspendió y lo económico de lo que lo sustituyó. No son comparables, peras con manzanas. Se frenó un hub aeroportuario y en su lugar quedó un aeropuerto mediano, de difícil acceso terrestre que coexistirá con el Benito Juárez, y del que todavía se desconoce su compatibilidad respecto al espacio aéreo. Las cifras alegres de López Obrador no coinciden con las de la Auditoría Superior de la Federación, además, de que el valor del inmueble del actual aeropuerto es parte del cálculo obligado de los costos. En sus números, lo ahorrado casi da para pagar el Tren Maya, cuando que el costo de éste crece cada día que pasa.

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Tampoco la defensa de la militarización en curso es sostenible. Nadie pide que el ejército reprima o abuse de los derechos humanos. El dilema que plantea el presidente, como muchos de los que presenta son falsos. La cuestión es que las fuerzas armadas no deben ser utilizadas como policías, tampoco ser empleadas en tareas propias de las autoridades civiles. Además, dotarlas de un régimen de excepción para no transparentar, rendir cuentas o ser objeto de control administrativo o constitucional es un grave error, producto de la desesperación por el previsible atraso de la obra pública. Asumir que la lealtad y el patriotismo de las fuerzas armadas los vuelve inmunes a la corrupción tiene por único sustento el dogma. Equiparar la violencia del delincuente con la violencia institucional para proteger a la población es otro caso de confundir peras con manzanas.

La eficacia en la comunicación de López Obrador se da a contrapelo del rigor de juicio y del cuidado en las palabras. El discurso o la arenga le han servido para concitar con éxito el apoyo mayoritario popular. Debe preocupar que no todo queda en las palabras, también en decisiones con un negativo impacto para el país, incluso a contrapelo de los objetivos que animan al proyecto político presidencial.

Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto