La alcaldesa de la Cuauhtémoc, de ADN panista (no importa el membrete político con el que se disfrace), retiró por capricho y ocurrencia las estatuas de bronce de El Che y Fidel, quienes desde la banca de un parque suponían una atracción turística en sí misma para incuantificables miles de visitantes y locales que se tomaban ahí la foto de rigor; hoy no están más, bajo argumentos leguleyos y absurdos, tipo el proceso de desafuero a AMLO (toda proporción guardada) los retiró como si de chatarra se tratase.
La señora Rojo de la Vega, torpe como es el sello de los de su clase e ideología política, ya tuvo los efectos opuestos a los deseados: más publicidad a las estatuas y los personajes ahí representados, indignación de no pocos y la decisión de la jefa de gobierno de CDMX de reubicarlas en un mucho mejor sitio, lo más seguro, en una demarcación que no sea la Cuauhtémoc, de paso.
Sorprende constatar en México el desdén por la historia, el intentar reescribirla por capricho, filias y/o fobias y por decreto, al más puro estilo del sexenio de Luis Echeverría, el cual intentó borrar de nuestro pasado a uno de nuestros libertadores, Agustín de Iturbide, lo mismo que promocionar a los falsos restos del emperador Cuauhtémoc situados en Ixcateopan, Guerrero, los cuales la ciencia tiene identificados como los de nueve seres distintos, mujeres y hombres los huesos mezclados, sumados a los de un par de animales salvajes de la zona.
La historia es, nos guste o no nos guste, y en ese particular caso, en la Ciudad de México se conocieron el Che Guevara y Fidel Castro, y gracias a México ese proceso histórico (la Revolución cubana) fue posible, no sin la indispensable ayuda del gobierno mexicano, en la persona de don Fernando Gutiérrez Barrios con el visto bueno del entonces presidente, don Adolfo Ruiz Cortines. ¿Que si se torció y se retorció esa revolución y acabó siendo una condena para Cuba? También es parte de la terca historia.
Por cierto, los llamados gobiernos de izquierda en la Ciudad de México han removido monumentos a su antojo, como la ridiculez del de Cristóbal Colón, o el borrar a Pedro de Alvarado de la nomenclatura citadina “por violentos”; ¿sabrán que el cura Hidalgo era un psicópata asesino de mujeres y niños y saqueador de hogares?, ¿que Francisco Villa asesinó a más de 80 mujeres en una sola noche debido a la traición de una?, ¿que mandó a quemar vivo a cuanto chino inocente se encontraba en su camino? No lo creo, dado que esos monstruos son parte (elevados a la categoría de héroes) de nuestra historia.
Otro caso es el de haber quitado las placas alusivas al presidente Díaz Ordaz y del general Corona del Rosal del Metro, como si con esa decisión ya esos personajes no hubiesen sido los posibilitadores de la existencia de la tercera empresa paraestatal más grande del país, el Sistema de Transporte Colectivo Metro.