En varias ocasiones, el Presidente de México Andrés Manuel López Obrador, ha agradecido a la oposición su comportamiento ante su gobierno, sus políticas públicas y sus proyectos estratégicos. Crítica feroz en los medios de comunicación y en las redes sociales; vacío a la consulta para enjuiciar a los expresidentes y seguramente, a la revocación de mandato del próximo año. Ha dicho, que a diferencia de otras naciones latinoamericanas, como Chile, la oposición mexicana, particularmente, la derecha ha ejercido su libertad de expresión y canalizado su descontento por la vía electoral.

Probablemente, en más de una ocasión en las mesas de inteligencia del gobierno de Estados Unidos se ha manejado la posibilidad de intervenir en México, como lo han hecho en varias naciones latinoamericanas y otras partes del mundo, pero se han detenido. El Estado mexicano, después de la Revolución, creció con instituciones solidas, una clase política estable y lo más importante, un ejército leal y nacionalista.

Tiene razón el presidente. La oposición mexicana está haciendo su papel. Muchos quisiéramos que hubiera un debate de mayor altura; una confrontación de propuestas y no de descalificaciones; menos polarización y menos odio destilando en cuentas de Twitter y de Facebook; partidos de oposición con capacidad de autocrítica y de transformación. No los hay, pero la oposición mexicana no es golpista, su objetivo es derrotar en las urnas a Morena en las próximas elecciones, lo cual es su legítimo derecho y aspiración.

En 1988, la izquierda, representada por el Frente Democrático Nacional (FDN) fue la que, ante el fraude electoral y la imposición del candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, optó de manera responsable por la vía electoral y desechó la insurrección social violenta. Este hecho, obviado por algunos, definió la vida política del país en los últimos treinta años. En 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se alzó en armas en la Selva Lacandona y Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Lomas Taurinas, mayoritariamente la sociedad mexicana optó por la paz. En 2006, el propio Andrés Manuel López Obrador jaló la liga hasta los límites que permite la resistencia civil, pero nunca la rompió. Al final ha prevalecido la lucha democrática y pacífica por el poder.

¿Existe una manera para que gobierno y oposición pudieran desarrollar una confrontación de mayor nivel? Sí.

En primer lugar, gobierno y oposición deben tener la capacidad de diferenciar claramente las cuestiones de Estado de las políticas de gobierno. No es tan complicado, sólo hay que leer con atención la Constitución. En las cuestiones de Estado, el diálogo debe ser cotidiano y permanente; en las políticas públicas, pueden darse hasta con la cubeta. Segundo, el respeto a la democracia como único camino de acceso al poder por la vía pacífica. Tercero, el gobierno debe hablar menos y actuar más. Dejar de insultar a la oposición diariamente e ir contra los corruptos, los evasores, los delincuentes y los narcos; mientras, la oposición debería destinar más tiempo a la construcción de propuestas. Un poco de autocrítica no les vendría mal. El país no necesita una oposición bien portada, sino una oposición responsable. Eso pienso yo, ¿usted que opina?

Onel Ortíz Fragoso I Twitter: @onelortiz