El lopezobradorismo construyó un gobierno absolutamente vertical. Erguida sobre cimientos forjados entre el culto a la personalidad y la propaganda, la administración de Andrés Manuel López Obrador es una suerte de presidencia imperial krauziana, adaptada al siglo XXI. Esto se nota en el tentáculo que maneja los medios de comunicación alternativos y sus herramientas para el control de ficciones en las redes sociales o el ahora también denominado metaverso.

El actual régimen cuenta con opinadores orgánicos. No se vale de intelectuales como lo hicieron regímenes poderosos anteriores, pues el discurso de hoy apela a los sentimientos y sensibilidad de una audiencia distinta, que se conduce tocándole fibras sensibles y no estimulándola ideológica o políticamente. La vulgaridad en la que se sostiene la popularidad de este presidente radica en su simpleza emocional. Todo el poderío político del oficialismo se basa en la motivación del ánimo popular negativo: encono, resentimiento, venganza, envidias, coraje. Los oficialistas convirtieron la esperanza de millones en lo que Víctor Trujillo nominó “desquitocracia”.

Todo esto se consigue a través de la monopolización de la narrativa nacional. El presidente AMLO todos los días inicia la jornada dictando la agenda desde el púlpito del poder. Así ha venido edificando una realidad falaz, un espejismo en el imaginario colectivo que consiste en una dicotomía conformada por conservadores y liberales, propios y ajenos, oficialistas y opositores, buenos y malos. La parábola binaria se le vende sin problemas a la gente porque resulta fácil de comprender. Luego se logra mantener imponiendo la falacia de falso dilema y promoviendo un falso contrafactual fundamentado en que, si no fuéramos nosotros, estaríamos peor.

Por eso es indispensable conservar como impoluta y perfecta la imagen del líder. Consecuentemente, le es imposible al oficialismo aceptar cualquier error. Por eso no se han realizado en todo el sexenio destituciones. Ahí siguen los responsables de cientos de miles de muertos como consecuencia de un pésimo manejo de la pandemia; ahí siguen los encargados de la seguridad pública, a pesar de que estamos viviendo una de las etapas más violentas en la historia de México; ahí siguen los custodios de la justicia, no obstante que la misma no se ha podido procurar y que se ha diluido el estado de derecho en personalismos.

Así que pase lo que pase, no esperen destituciones este sexenio. Ello significaría rectificar, asumir, aunque de manera tácita, sin embargo, real, la responsabilidad por un yerro. Imposible. No en este gobierno. No en esta administración. Hoy nadie se equivoca. Mucho menos el presidente.