El triunfo de Lula da Silva en Brasil merece varias lecturas. Por un lado, podemos concluir que la sociedad brasileña, al igual que la mayoría de los países de América Latina, ha optado por una opción política que ofrezca soluciones a los principales problemas estructurales de la región: pobreza, desigualdad y ausencia de oportunidades.

Según se estima, con el triunfo de Lula, las cinco principales economías latinoamericanas serán gobernadas por políticos surgidos de la izquierda (o al menos, algo que ellos llaman izquierda), a saber, México, Colombia, Argentina, Perú y Brasil.

El mensaje del votante latinoamericano es inequívoco: la mayoría de la población exige gobiernos que trabajen en favor de los que menos tienen. Para la mala fortuna de muchos, y para nuestra desgracia, un buen número de estos políticos, a pesar de presentarse como gobernantes de izquierda, en realidad nada más utilizan esta categorización para ganar votos y no para mejorar la vida de las mayorías.

Veamos rápidamente el caso de México. AMLO, a pesar de jactarse de velar por los pobres y de luchar contra la desigualdad lacerante, ha optado por recetas desfasadas que en nada han contribuido a la solución de los problemas. En vez de impulsar una reforma fiscal que haga posible una mayor recaudación, y con ello, aumentar el gasto público en áreas prioritarias como salud y educación, se ha decantado por medidas populistas que le han hecho ganar puntos de popularidad, pero en nada han ayudado a resolver problemáticas estructurales.

Nada ilustra mejor este fenómeno que Venezuela; un país cuyos habitantes han sufrido durante años el azote populista, primero perpetrado por el dictadorzuelo Hugo Chávez, y ahora, por un Nicolás Maduro que no ceja en su empeño de hundir a la economía venezolana, provocando así un éxodo de venezolanos que gritan a viva voz el sufrimiento de su pueblo.

Las columnas más leídas de hoy

Otras izquierdas más moderadas prometen mejores cosas. Tal es el caso de Boric en Chile; cuyo triunfo suscitó una importante ola de entusiasmo en su país. Y ahora, Brasil. Lula da Silva, quien fue acusado y sentenciado por corrupción, se alza nuevamente con el poder con el deber de sanar la polarización provocada por las posiciones extremistas de Bolsonaro, y tras una elección que reflejó vivamente las profundas divisiones existentes en la sociedad brasileña.

En suma, los simpatizantes de izquierda (o de lo que ellos llaman izquierda) se regocijarán ante el triunfo de Lula. Sin embargo, no debemos perder de vista que una verdadera izquierda (y no la de los dictadorzuelos como la cubana o venezolana) tiene el deber de paliar la pobreza y la desigualdad mediante verdaderas políticas de Estado, y no a través de recetas populistas que poco contribuirán al mejoramiento de vida de sus sociedades.