¡¡¡De rodillas!!!

Hace años, cuando empezaba a tomar forma el proyecto del diario Milenio, viajamos de Monterrey a la Ciudad de México el dueño de esa empresa periodística, Francisco González, y yo, director de la misma.

En el aeropuerto de la Sultana del Norte, antes de subir el avión de Aeroméxico, Pancho saludó a Armando Garza Sada, en ese momento directivo de una compañía de telecomunicaciones controlada por el Grupo Alfa, que en la actualidad él preside.

Recuerdo que el señor Garza Sada dijo que iba a la CDMX a una reunión con Carlos Slim. En broma, pero también muy en serio, comentó que con el poderosísimo hombre de negocios capitalino solo podía recurrirse a un método de negociación: ¡¡¡de rodillas!!!

Después de escucharlo, pensé que era muy positivo el espectáculo de un heredero de la familia más influyente de Monterrey admitiendo su inferioridad empresarial.

Los güevitos

Las familias tradicionalmente ricas de Monterrey han hecho mucho bien a la ciudad, pero al mismo tiempo la han enfermado de arrogancia, ya que la gente que trabaja en sus empresas llega a creer que todo lo tiene permitido.

Los grandes hombres de negocios regiomontanos —casi no hay mujeres al frente de las compañías más importantes— se sienten los dueños de la cultura, que ven como un adorno; de la religión católica, que por fortuna sin éxito, han tratado de imponer al resto de la sociedad, y de la política, lo que se refleja en el trato de empleados de segunda que suelen dar a gobernadores y alcaldes.

Particularmente engreídos son tales empresarios en el zona en la que residen casi todos, San Pedro Garza García. A sus presidentes municipales se les complica bastante la tarea de gobernar por las presiones de la gente de dinero, que se considera con el derecho de hacer lo que se le pegue la gana pisoteando reglamentos y hasta leyes.

El papá de Pancho González, don Jesús Dionisio, fue alcalde de San Pedro. Para minimizar la altanería de los vecinos poderosos colocó un gancho de carnicería en su oficina. Cada vez que llegaba algún Garza, algún Sada o algún Zambrano con un ilegal o, al menos, irregular proyecto de desarrollo, el presidente municipal, antes de saludarlo, le decía: “¿Ves ese gancho? Por favor, cuelga ahí tus güevitos y empezamos a negociar”.

Aquella vez Armando Garza Sada, consciente de su menor nivel empresarial comparado con Carlos Slim, dejó colgados sus güevitos en casa y así, humildito y convencido de que debía inclusive arrodillarse para ser escuchado, viajó a la Ciudad de México.

Arturo Elías y El Negociador

Ha publicado un libro, todo un éxito de ventas, el señor Arturo Elías Ayub, inteligente y eficaz directivo de las empresas de su suegro, Carlos Slim.

El Negociador, así lo presenta el autor, es una especia de manual “para triunfar en la vida y en los negocios”. Recomiendo su lectura.

Arturo no es una mala persona. De hecho, es un muy buen ser humano, pero si no todo, lo más relevante que sabe del arte de negociar lo ha aprendido, en la práctica, en reuniones de todo tipo teniendo al lado al ingeniero Slim.

Es decir, para bien y para mal, Arturo Elías Ayub debe estar más que acostumbrado a que, antes de iniciar la negociación, la otra parte se arrodille. Él y Slim han visto postrados, suplicando un favor, inclusive a presidentes de México.

La Línea 12

Pocas veces —solo tengo la certeza de una— Carlos Slim ha tenido que arrodillarse en una negociación.

Contra su costumbre —lo que seguramente le hizo crecer como persona—, hace poco tiempo el ingeniero Slim, supongo que a solas, esto es, sin Arturo o sus hijos acompañándolo, acudió a negociar entregando, de arranque, una oferta de rendición: ocurrió frente al presidente López Obrador y la jefa de gobierno Sheinbaum después de la tragedia de la Línea 12 del metro que con tantos defectos se construyó en la administración encabezada por Marcelo Ebrard.

Como bien se sabe, una empresa de Slim fue la encargada de construir el tramo de la Línea 12 que se vino abajo. Para no entrar en mayores conflictos, el poderoso ingeniero ofreció pagar todos los daños y en eso está. Era lo más conveniente para la ciudad, y ya se verá la calidad de las reparaciones que se realicen, que quiero pensar será óptima para evitar una crisis todavía más complicada.

Tratado de humildad

Aunque en El Negociador se menciona por ahí a la humildad como una virtud necesaria para concluir con éxito las negociaciones, pienso que después del desastre de la Línea 12 su autor, Arturo Elías Ayub, podrá redactar la segunda parte del libro profundizando en ese concepto moral.

Nos vendría muy bien a todos un tratado de humildad elaborado por el talentoso integrante de la familia más poderosa de México, que seguramente ya ha aprendido la lección: siempre hay alguien más fuerte, en este caso, el presidente del país decidido a recuperar para el Estado el mando y la dignidad que sus antecesores entregaron a los ricos muy ricos, que no son, claro que no, los propietarios de la nación.