IRREVERENTE

Les platico:

Acabo de hablar con mi compadre Juan Surá. Es compadre de a deveras; fui padrino de Primera Comunión de su hijo mayor Santiago, que era tan mayor como que tenía 21 años cuando cumplió con esa ceremonia de la Iglesia Católica.

Ambos viven en las primeras “bajadas” de la Barranca La Sinforosa, del municipio de Guachochi, en el corazón de la sierra tarahumara.

Cuando me platicó lo que en seguida les voy a compartir, lo primero que le dije al terminar de escucharlo fue que lo escribiría omitiendo su nombre, como otras veces lo he hecho, pero en otras sí que lo he mencionado, porque él lo ha querido.

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Fue tan agraviante su relato que me sorprendió cuando me pidió que publicara mi nombre.

“Es más -compadre- si tienes todavía por ahí esa foto mía que has publicado antes, pos ponla también”, me dijo, para sorprenderme todavía más.

Y agregó en forma de sentencia: “Más daño no nos pueden hacer esos cabrones, por eso, me voy a ir con el gusto de ponerles una cruz más a las que debe”.

Entonces, como soy más facilito y obediente que la Singer (*), va lo que mi compadre Juan Surá (que significa “corazón”, en lengua rarámuri) me contó por teléfono. ¡Arre!

(*) Singer, la legendaria máquina de coser de pedal, que usaban nuestras abuelas.

Una historia paralela

Hoy se cumplen 121 días del asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar, a manos de “El Chueco”, José Noriel P.G. dentro de la iglesia de Cerocahui, Chihuahua.

En los mismos hechos fueron ultimados el guía de turistas Pedro Palma y el joven Paul Berrellaza.

El criminal y sus secuaces siguen libres, pese a toda la alharaca de estos días sobre la militarización de la seguridad en México; de las “acciones” de las fuerzas armadas; de la Guardia Nacional -o más bien “Guarida”- y todos esos moles del oficialismo que pretenden esconder tras un dedo la lacerante realidad que se vive en México en materia de inseguridad.

El domingo 17 del pasado julio se corrió en Guachochi el tradicional Ultramaratón de los Cañones, que atrajo como todos los años desde hace más de 20 años a corredores de todo el mundo.

Un mes antes ocurrió el asesinato de los jesuitas y las otras dos personas a 263 kilómetros de Guachochi, en la iglesia de Cerocahui, del municipio de Urique.

La afluencia de ultramaratonistas al evento de este año fue notoriamente baja, se inscribieron menos del 50% de los registros habituales. Es que el miedo no anda en burro, ni siquiera en la Sierra Tarahumara.

Todos los fines de semana en que se corre esa desafiante prueba en sus versiones de 21, 63 y 100 kilómetros por las calles y dentro de la impresionante Barranca La Sinforosa, el pueblo de viste de fiesta.

Todos, menos el de este año 2022 por la razón ya mencionada.

Un tipo que se identificó como Jesús Fierro se hospedó desde el jueves anterior a la carrera, en la casa de un sobrino de mi compadre Surá.

Es que los poquitos hoteles que hay en Guachochi se llenan con motivo del evento y aunque este 2022 hayan sido menos de la mitad que normalmente asisten, pues ni para 500 hay suficientes cuartos hoteleros.

Los pobladores de este lugar acostumbran ofrecer sus casas para que los corredores que no tengan donde hospedarse.

El tal Fierro fue acompañado por dos personas y la noche del viernes 15 de julio que llegó “medio alegre”, le confió al dueño de la casa donde se hospedaba que él había acompañado al “Chueco” el domingo 19 de junio al juego de beisbol donde perdió feo el equipo patrocinado por el narco en Cerocahui.

Incluso dijo haber escoltado a su “principal” el día que asesinaron a las cuatro personas, a los dos sacerdotes y al guía en la iglesia San Francisco Javier, y al joven Paul en las calles aledañas a su domicilio.

El guía Palma trató de refugiarse en la iglesia y hasta ahí fue seguido por el “principal” y sus escoltas.

Mataron a los sacerdotes cuando al escuchar los disparos increparon al “Chueco” sobre lo que acababa de hacer.

Fiscal de Chihuahua sobre el Chueco

Así reaccionaron los “sardos”

Todo esto platicó el mentado Fierro la noche del viernes 15 de julio al dueño de la casa donde se hospedaban y esa misma noche, el sobrino de Surá de armó de valor y denunció lo anterior a uno de los jefes del “campamento de los sardos” ubicado en Guachochi.

El militar escuchó al denunciante y le respondió: “No le muevas, ese es un asunto serio que ni a nosotros nos toca. Hazte güey y disfruta de las fiestas. No te metas en problemas ni nos metas a nosotros”.

¿Por qué te tardaste tanto en platicarme esto?, le reclamé a mi compadre Surá.

“Por si o por no, mi sobrino se fue del pueblo a la casa de un pariente que tiene en Douglas (Arizona) y como apenas ayer me llamó para decirme que habían llegado bien, entonces quise avisarte, compadre. Espero que si lo publicas no te vayas a meter en problemas, allá tú sabes. Mi nombre y mi foto puedes publicarla, no tengo problemas, ni yo ni mi gente”.

Tal cual me dijo, y después de “mandar saludos” para la irreverente de mi Gaby, terminó su llamada... que me hizo desde el lugar donde él y toda su gente viven a buen resguardo desde hace 6 años en la comunidad de los Kikapú, reserva del lado americano en la frontera con Coahuila... muy cerca de donde operan los casinos propiedad de esa comunidad de originarios norteamericanos...

CAJÓN DE SASTRE

“Esa es la realidad del México que vivimos, mientras el secretario de Gobernación baila al son de las cifras alegres del gobierno federal sobre este tema y muchos otros”, remata la irreverente de mi Gaby.