El asesinato de Ximena y José, dos funcionarios clave del gobierno de la Ciudad de México, no es un hecho aislado ni una coincidencia trágica: es un mensaje brutal, directo y, sobre todo, estratégico. La elección del momento —en plena mañanera de Claudia Sheinbaum y mientras Omar García Harfuch rendía su informe de seguridad— convierte este crimen en una declaración política. Es la confirmación de que la Ciudad de México, lejos de ser un bastión blindado, es vulnerable, y que la narrativa oficial de estabilidad y control se resquebraja ante la realidad.
La 4T ha sostenido con insistencia una visión de la capital como territorio pacificado, casi ajeno al caos que vive el resto del país. Este doble homicidio destruye esa fantasía. No es sólo la violencia en sí, sino su carga simbólica: el crimen organizado o quien esté detrás quiso dejar claro que puede actuar cuando quiera y donde quiera, incluso en el corazón del poder. Esto no sólo pone en entredicho la eficacia de la estrategia de seguridad, sino la misma autoridad del gobierno local.
Los llamados a “no politizar” el asesinato suenan hipócritas cuando provienen de los mismos actores que convirtieron el velorio en un acto partidista. Afuera de la funeraria, mientras las familias de Ximena y José se despedían de sus seres queridos en medio del dolor, se escuchaban porras y consignas a favor de la jefa de gobierno. ¿Eso no es politizar la tragedia? ¿Dónde queda el respeto mínimo al duelo, a la dignidad de las víctimas y sus familiares?
El uso político del dolor ajeno no sólo es indecente, es una muestra del cinismo con el que algunos sectores del oficialismo operan. Exigen silencio, pero montan espectáculos. Hablan de unidad, pero actúan con cálculo. ¿Qué mensaje envían a la ciudadanía cuando ni siquiera pueden guardar luto sin convertirlo en plataforma electoral?
Clara Brugada, figura central de Morena en la capital, no puede ignorar lo que ha ocurrido. Este crimen fue también un mensaje para ella. La inseguridad ya no está tocando las periferias ni los márgenes: está atacando a sus cercanos. No basta con discursos o promesas. Se necesita un golpe de timón real, porque este episodio ha desnudado la fragilidad del aparato de seguridad y la arrogancia con la que se ha venido negando el problema.
La narrativa del “todo está bien” se ha vuelto insostenible. Si el gobierno no reconoce el tamaño de la amenaza, no sólo quedará exhibido ante la ciudadanía, sino que pondrá en riesgo a más funcionarios, a más inocentes y, finalmente, a la gobernabilidad misma de la ciudad. Ya no es momento de minimizar ni de maquillar cifras: es hora de actuar con seriedad.
La Ciudad de México ha sido alcanzada por la violencia que tanto se presume haber contenido. Negarlo sería irresponsable. Lo ocurrido con Ximena y José no puede quedarse en una estadística más. Es un punto de inflexión. La capital está a prueba, y con ella, también lo está el proyecto de nación que dice representarla.
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