No será la primera vez que se enfrente Andrés Manuel contra sí mismo. Lo hizo en la campaña presidencial de 2006. Cuando todos le pedíamos que dejara de llamar chachalaca al presidente, López Obrador insistió en ello; luego se ausentó del primer debate a pesar de que todos—salvo Elena Poniatowska—considerábamos que no presentarse representaría un grave error. Los resultados los conocemos todos.

Posteriormente, se sabe que se le puso en bandeja de plata el triunfo en 2006. Lo único que tenía que hacer Andrés era salir en la foto con Elba Esther. El ego disfrazado de dignidad fue más fuerte que el pragmatismo. El resultado lo conocemos todos.

Y aunque el plantón de Reforma no fue una decisión popular; no obstante, considero que sirvió como una herramienta para liberar la presión de cientos de miles de personas indignadas y embargadas por la rabia y la frustración provocadas por el resultado de la elección de 2006. No se rompió un solo vidrio.

Lo de la Presidencia legítima sí fue grotesco.

Después vino el silencio. Hasta 2011, que se reanudaron los errores, pues el tabasqueño pudo haber creado consensos.

Las columnas más leídas de hoy

Al PRD y al PAN las coaliciones les estaban funcionando: se ganó en Oaxaca con Gabino Cue; en Sinaloa con Mario López Velarde; y en Puebla con Moreno Valle.

Lo interesante iba a ser en 2011 para la elección del Edomex unir a la izquierda en una coalición amplia y junto con Acción Nacional convencer a Eruviel Ávila para que encabezara dicha candidatura. Pero no. López Obrador amagó con romper al movimiento. Al final Bravo Mena y Encinas fueron apabullados por el PRI en el Estado de México.

2012 fue de Enrique Peña Nieto. Y a partir de entonces, Andrés Manuel López Obrador tuvo una racha de seis años de puros aciertos. Pavimentó su camino a la presidencia con decisiones correctas. Mas en seguida del triunfo, volvieron las equivocaciones.

Una vez en el poder, AMLO se equivocó en deshacerse de los políticos que siempre estuvieron a su lado. Los sustituyó por la familia: sus hermanos y sus hijos se quedaron como encargados del movimiento. Cuatro años después esta decisión habría de reventarle en la cara.

Durante la pandemia, Andrés Manuel se cansó de equivocarse.

En pretender salvar tanto a Gertz como a Julio, López Obrador se equivoca.

Sin embargo, el yerro más grande de su administración puede ser que sea el impulso de la consulta de revocación de mandato.

Como ya se dijo en este espacio, la idea de realizar una consulta de revocación de mandato a mitad del sexenio se antojaba tan brillante como maquiavélica. Porque desde que se puede hablar de una incipiente democracia en este país, el antecedente indicaba que todos los partidos en el poder comenzaban a debilitarse políticamente a partir de los comicios federales intermedios. Esto a resultas del inevitable desgaste político que va de la mano del simple y sencillo transcurrir del tiempo.

La intención original era que tanto las elecciones intermedias como el referéndum revocatorio coincidieran para que Andrés Manuel López Obrador compartiese boleta con las y los candidatos de Morena. Así sus correligionarios se beneficiarían de la popularidad del mandatario y su triunfo estaría garantizado.

Esto último no sucedió. Si bien es cierto que la ley de revocación de mandato sí fue promulgada; empero la oposición logró que la consulta se realizase un año después de las elecciones intermedias. Ahí empezó a desbaratarse el plan del oficialismo.

Sin la oposición en la boleta, sin candidatos opositores, sin un escenario policromático propio a una jornada electoral, la elección para la consulta revocatoria se perfilaba como un día cualquiera. Sin banderas, sin ruido, sin propaganda, sin nada en disputa. Silencio y apatía.

Entonces Andrés Manuel se tropezó con su idea, con su plan.

Debió haber ignorado el ejercicio democrático referido, tal y como acertó en hacer con la consulta anterior, la farsa que jamás pretendió vincular a que se juzgase a los ex presidentes, pero que así se le vendió a la gente.

Lejos de dar vuelta a la página de la revocación de mandato, AMLO la ha impulsado con recursos, escándalo y empeño. Hay consigna. Se está preparando a la maquinaria electoral del movimiento. Los y las gobernadoras de MORENA tienen la indicación de operar la elección para que acudan a votar la mayor cantidad de electores posibles. El 10 de abril habrá acarreo y movilizaciones masivas.

¿Dónde se materializará el error? Cuando el López Obrador de 2018 derrote al López Obrador de 2022.

Hace cuatro años, 30 millones de mexicanos eligieron a Andrés Manuel como presidente de la República. Sí. Ese día se instalaron 150 mil casillas. Sí. El 10 de abril se instalarán 50 mil únicamente. Pero lo que le preocupa a AMLO es que la proyección dentro del partido estima únicamente la cantidad de 7.5 millones de votos a favor del titular de Ejecutivo.

Para que AMLO alcanzara a pellizcar un empate con su álter ego del pasado requeriría de 10 millones de sufragios. Y no lo va a lograr. O por lo menos el día de hoy parece imposible que se obtengan.

He aquí el error. ¿Por qué insistir en pelear con su sombra? El presidente no puede insultarse. No se puede decir Andresín. No puede robarse a sí mismo la cartera. Sin contrincante a quien dirigir sus golpes, ¿para qué subirse al ring? Jamás le ha redituado política ni electoralmente el monólogo. Al contrario. El tabasqueño requiere de adversarios para enaltecerse. Por eso no se entiende su obcecación por enfrentarse consigo mismo. Más cuando uno acabará derrotado: o él; o él.