Hace casi dos años, dos diferentes modelos de confrontar el coronavirus se implementaron de forma simultánea: el de China y otro puñado de países, consistente en la estrategia de “cero covid”; y el del resto del mundo, encabezado por los Estados Unidos: el darwinismo social de la inexistente “inmunidad de rebaño”.

Así, 24 meses y varios millones de muertos y decenas de millones de incapacitados por las secuelas del “covid largo” después, China enfrenta uno de sus peores brotes desde el inicio de la pandemia detectada por primera vez en Wuhan, con ciertas expectativas optimistas de que podrían volver a controlar este brote de la variante Omicron en unas semanas.

Mientras tanto, el resto del mundo, principalmente Europa y los Estados Unidos, ha decidido adoptar la “estrategia”, por llamarla de alguna manera, de la avestruz enterrando la cabeza en la arena. Eliminar todas las precauciones y restricciones, incluyendo los cubrebocas en interiores y dejar que el coronavirus haga lo suyo.

A estas alturas, es más que obvio que permitir que el virus se propague entre cientos de millones de personas y animales es garantía de nuevas y más peligrosas mutaciones. Desde la aparición de la variante Delta, las variantes que se propagan a nivel global ha sido progresivamente más contagiosa que la anterior.

Que las vacunas con las que se cuentan actualmente sean ”porosas”, mismas que protegen de una infección grave o mortal, pero que no evitan los contagios totalmente, significa que lo peor a estas alturas sería bajar la guardia. Sin embargo, gobiernos como el de Alemania y EU buscarán eliminar las medidas como las pruebas masivas y los cubrebocas en lugares cerrados. Esto tiene todo para volverse un caldo de cultivo para una enésima “ola” de otra variante. La realidad es que a estas alturas los países capitalistas no cuentan con una estrategia de salida para esta pandemia y se nota. Más allá de la “responsabilidad personal”, el único otro distintivo de esta prisa por intentar “olvidar” la existencia de una pandemia mortífera es el ignorar el peligro que sufren personas inmunocomprometidas y cientos de miles de personas que quedarán discapacitadas por un tiempo indeterminado con secuelas del coronavirus. El horror.