IRREVERENTE

Les platico:

La vio por la ventana cortando el césped del jardín.

“Qué bonita se ve, siempre lo ha sido pero hoy la veo más bonita que nunca”, se dijo para sus adentros.

Apenas terminó de decirse eso, un fuerte dolor en el pecho lo hizo doblarse y presintiendo lo peor, a cómo pudo salió de la habitación.

Las columnas más leídas de hoy

Apoyándose en la pared, bajó las escaleras.

Pudo haber usado el celular para avisarle pero el estruendo de la podadora no la iba a dejar escuchar.

Además, quería verla.

Pero ella no.

El ruido en medio del que se encontraba no le permitió siquiera darse cuenta de que su marido se le acercaba muy a duras penas, dando tumbos a cada paso.

Apenas la tuvo enfrente, con una seña le pidió apagar la podadora; entonces, tomó su mano y le dijo:

“Me estoy muriendo y vengo a decirte que te quiero con toda mi alma”.

Sus labios siguieron moviéndose pero ya no salió palabra alguna de su boca.

Cayó a los pies de esa mujer que le había regalado siete años de su vida y él los mismos a ella.

Tenían varios días de haber entrado en lo que él llamaba “la zona del silencio”.

Los disgustos, como llegaban se iban.

A él se le olvidaban y también los motivos.

Pero, a ella no.

Cuando se enojaban, los buenos recuerdos mataban en él a los malos.

Pero en ella, no.

Y buscaba su abrazo en cualquier momento mientras le daba los suyos.

Pero ella, no.

Un día le dejó un mensaje entre sus cosas:

“Padezco de déficit de abrazos”.

Pero, ella no.

Cuando cayó a sus pies por última vez, la palabra que quedó en su boca sin poder decírsela fue:

“Abrázame”.

Pero ella… no.

Cajón de sastre:

“_”