No puedo saber si la columna Templo Mayor publicada este domingo en Reforma la escribió su director editorial, Roberto Zamarripa. En realidad, el título de su puesto es todavía más rimbombante: Director general editorial. Apantalla. Sea lo que fuere, lo redacte o no, él es el responsable de lo que se difunde en ese espacio anónimo. Porque decir que el autor es F. Bartolomé cae en la categoría metafísica de la vacilada.

Anticomunismo chafa

Es una vergüenza el siguiente párrafo del Templo Mayor dominical:

  • “Para quienes especulan si el nombre propio de la nueva ministra de la Suprema Corte, Lenia Batres, de verdad es un homenaje de sus papás a Lenin, pues resulta que están en lo correcto”.
  • “De hecho su hermano, el jefe de gobierno de la CDMX, se llama Martí por el escritor cubano José Martí; su hermana, la diputada local capitalina, se llama Valentina por el militante comunista Valentín Campa, y su otra hermana, la periodista Viétnika, debe su nombre a una combinación de las palabras Vietnam y Nicaragua”.
  • “Por si quedaba alguna duda, pues”.

“Todo anticomunista es un perro”

En 2012, Mario Vargas Llosa publicó en algunos diarios el artículo “Sartre y sus examigos”. Ahí leí lo siguiente:

  • “El ensayo sobre Merleau-Ponty es, también, una autobiografía política e intelectual, un recuento de los años que compartieron, como estudiantes de filosofía en la École normale supérieure, su descubrimiento de la política, del marxismo, de la necesidad del compromiso”.
  • “En este ensayo aparece la famosa afirmación sartreana (’Todo anticomunista es un perro’) que llevó a Raymond Aron a preguntar a Sartre si había que considerar a la humanidad una perrera”.

La humanidad no es una perrera porque no es anticomunista. El diario Reforma, propiedad de la familia Junco, por lo visto sí lo es.

Si Jean Paul Sartre resucitara, se aficionara a los periódicos mexicanos y leyera la crítica que Reforma ha hecho de la nueva ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, diría que la escribió un perro y que fue el perrero quien permitió que se publicara.

¿No le da vergüenza a un periodista que se suponía era serio como Roberto Zamarripa autorizar que en la columna de la que él es directamente responsable se ataque a las personas solo por el fanatismo anticomunista de los propietarios del periódico?

Cuestionar a cualquier persona por su nombre es ridículo. En el caso de Lenia Batres, más que ridículo, resulta absolutamente inmoral condenarla porque su padre la llamó Lenia en honor a Lenin. Si fuera cierto —no tengo información para afirmarlo—, ¿cuál sería la falta? No mame usted, señor Zamarripa: pónganse serio.

Reforma es la perrera del fanatismo anticomunista, ni duda cabe. ¿No le da vergüenza a don Roberto Zamarripa trabajar de perrero?