“No queremos olimpiadas, queremos revolución.”

Cántico estudiantil de 1968

Más de medio siglo después, ese grito resuena nuevamente. No ya como consigna estudiantil, sino como una amenaza velada desde los rincones oscuros de la narcopolítica mexicana. Ante la creciente presión internacional, particularmente de Estados Unidos, por combatir el crimen organizado, el huachicol y el tráfico de estupefacientes, las estructuras criminales que por años se han incrustado en el poder comienzan a sentirse acorraladas.

Y como todo animal herido, responden con furia.

Como las muertes masivas y las tragedias cotidianas han perdido impacto mediático, la nueva táctica parece ser prender fuego simbólico al corazón del país: la Ciudad de México. Convertirla en un escenario de caos, de confrontación y de tensión social amplificada por la atención internacional no es casualidad. Es un mensaje: si caemos, nos llevamos todo.

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Por eso vemos cómo causas legítimas, como la lucha contra la gentrificación o la crítica al modelo económico, son utilizadas como pretextos para movilizaciones violentas. No se trata de buscar justicia, sino sabotaje. No se protesta: se amenaza. Incluso se sugiere el boicot deliberado de eventos internacionales como el mundial de futbol.

Caos como estrategia

El miedo no es menor. Personajes como “El Mayo”, Ovidio Guzmán, Genaro García Luna y otros detenidos en Estados Unidos, algunos de ellos ya testigos protegidos, pueden derrumbar estructuras enteras de poder político y económico con su testimonio. Esto explica la radicalización de ciertos sectores y la infiltración del crimen organizado en movimientos sociales.

En las dos últimas semanas, previo a la comparecencia de Ovidio Guzmán, se han registrado múltiples movilizaciones que parecen tener un hilo conductor:

La marcha contra la gentrificación del 8 de julio, donde jóvenes y colectivos urbanos, muchos de ellos bases clientelares de Morena, protestaron por el encarecimiento de la vivienda en zonas como Roma y Condesa. Curiosamente, quienes protestaron no viven ni han vivido en esas colonias. Las consignas incluyeron ataques simbólicos a Estados Unidos e incluso a Israel, en relación con el conflicto en Irán.

Las protestas del magisterio, como siempre presentes en los momentos estelares de la 4T. La CNTE ha mantenido paros y bloqueos por la abrogación de la reforma al ISSSTE, afectando vialidades clave como Reforma, Juárez e Iztapalapa. Esta central ha funcionado como puente entre grupos violentos disfrazados de luchadores sociales y redes criminales.

Trabajadores de la extinta Ruta 100 y del SUTGCDMX también han protagonizado movilizaciones para exigir pagos atrasados. Cabe recordar que el sindicato de la Ruta 100 que desapareció en 1994 ha tenido vínculos históricos con el grupo guerrillero EPR.

Manifestaciones estudiantiles, como el llamado “tendedero político” en la UAM Xochimilco, o los paros en la UNAM contra la privatización de comedores universitarios. Facultades como la de Psicología han estado paralizadas por semanas, provocando un ambiente de tensión y fragmentación interna.

Colectivos indígenas, como las mujeres mazahuas, protestaron por falta de acceso a vivienda frente a la SEDUVI. También hubo bloqueos en Paseo de la Reforma por carencia de medicamentos en el IMSS.

A ello se suma que el Poder Judicial de la Ciudad de México lleva casi un mes paralizado, haciendo de la capital una ciudad sin ley, sin justicia y en pleno estado de ingobernabilidad, situación que ya tiene repercusiones a nivel internacional.

Mientras tanto, crímenes de alto impacto, incluidos los asesinatos de dos cercanos colaboradores de Clara Brugada, continúan sin resolverse.

El frente internacional: mundial en riesgo

La inestabilidad ya está generando repercusiones globales. Trascendió que el gobierno de Canadá, liderado por Mark Carney, está presionando para reubicar el partido inaugural del Mundial de Fútbol 2026 fuera de la CDMX. El argumento: la dinámica migratoria y los riesgos en la capital mexicana podrían disuadir a visitantes y afectar la logística internacional. Estados Unidos también estaría evaluando opciones alternativas.

El paralelismo con 1968

El escenario recuerda, inquietantemente, a 1968. En ese entonces, Luis Echeverría, como secretario de gobernación, operó la represión al movimiento estudiantil para proteger su ascenso político y asegurar la celebración de las Olimpiadas. En ese contexto se desplegó el Batallón Olimpia, que abrió fuego contra estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas.

Hoy, Clara Brugada, en coordinación con su operador político Jesús Ramírez Cuevas, ex vocero de AMLO y asesor en la sombra, parecen estar alentando protestas que no buscan justicia, sino caos. Este sabotaje a la gobernabilidad daña no solo la imagen de la Ciudad de México, sino también la de la presidenta Claudia Sheinbaum, y genera alarma internacional.

El enemigo está dentro

Lo más grave es que el enemigo está dentro del propio gobierno. Hay quienes, desde el círculo cercano de Sheinbaum, no solo boicotean su proyecto, sino que lo minan para proteger intereses personales, negocios turbios y pactos con el crimen organizado.

Frente a este escenario, la unidad nacional debería ser la respuesta. Pero esto es difícil cuando se tiene una presidencia debilitada, una oposición partidista desdibujada, y una ciudadanía que legítimamente está más enfocada en sobrevivir que en organizarse.

México en llamas

Hoy, quienes buscan incendiar la ciudad no lo hacen para exigir justicia, sino para impedirla. Y la Ciudad de México, centro neurálgico del país, corre el riesgo de convertirse en rehén de los mismos poderes que juraron transformarla.