El balón está en la cancha de Díaz Canel, pero obviamente también en la de Joe Biden.

“Cubanólogos” salen por todas partes, ante la coyuntura de una suerte de segundo ‘periodo especial’, provocado por la crisis pandémica, época caracterizada por carestía de una isla, otrora enclave del bloque soviético en América, en los años de un mundo bicéfalo y de tensión y hasta paranoia continua en el marco de aquellas décadas convulsas de la llamada guerra fría.

Terminando ese orden mundial, en 1989, con la derrota del mundo del ‘socialismo realmente existente’, se esfumaron también todos los apoyos de la URRS por los que vivía la mayor de las Antillas, vía comercio ventajoso con y para Cuba, y apoyos de todo tipo; si en Cuba la transición de sistema (político y/o económico) no llegó, fué en parte porque el taimado Fidel, dió un golpazo sobre la mesa, fusilando al Comandante, héroe de la Revolución, y mejor amigo de su herrmano Raúl, Arnaldo Ochoa, mediante un juicio tipo “reality show”, y es que con esa jugada mataba Castro varios pájaros de un tiro: por ejemplo, se quitaba de encima cualquier amenaza estadounidense vía el pretexto de narcotráfico (esencia de aquel multi proceso penal televisado en vivo), pero a la vez eliminaba al único miembro de la élite gobernante que se atrevió a hablar, o pensar en voz alta, de la posibilidad de una inminente necesidad de una apertura, un inicio a una transición de modelo económico, que llevaría aparejado, se quisiera ó no, un cambio de régimen político.

Cuándo los ya citados cubanólogos gritan a los cuatro vientos por una transición relámpago, vía el levantamiento de “todo” el Pueblo cubano, nunca han pisado Cuba; en dicho país la polarización existe, me tocó presenciar discusiones en plena calle por parte de ciudadanos cubanos, unos en contra del régimen de la Revolución, pero ojo: otros también a favor del mismo, ya fuera porque gracias a él sabían leer y escribir, vivían en paz y seguridad, tenían una dignidad cómo pocas naciones en el planeta, y otros aspectos no negativos, que, lo mismo que sus grandes penurias, son innegablemente reales. Ya sea por adoctrinamiento desde la cuna hasta la tumba, ó por firmes convicciones, hay un porcentaje considerable de cubanos que siguen dispuestos a defender a su Revolución; no es casualidad el llamado, en cadena nacional, del Presidente Díaz Canel a sus gobernados a salir a las calles a hacer lo propio.

En resumidas cuentas, y sin afán alguno a asumirme como un experto en Cuba ni mucho menos, un hecho no tiene lugar para la discusión: la transición en Cuba DEBE ser muy gradual, y por diversos motivos, el primero es para evitar un estéril derramamiento de sangre entre hermanos, otro más es el que prácticamente todos los cubanos no conocen otra cosa que no sea vivir bajo el castrismo, con todos sus oscuros y claros, y tanto gobernantes cómo gobernados no están listos para una transición abrupta, cómo la de Libia, por ejemplo, que no haría sino acarrear todo tipo de consecuencias indeseables, resultando peor el remedio que la enfermedad.

Se debe ya volver al esperanzador punto al que habían llegado Obama y Raúl, y que de manera desoladora, Trump echó para atrás, y el falto de luces y más que opaco Joe Biden, no a atinado ni a actuar en consecuencia de una forma expedíta, para volver al mismo punto, que significaría la repetición de la primera de tuerca hacia una, ya dicha, gradual transición. Por cierto, otro de los efectos perniciosos de un intento alocado de transición, sería el que los cubanos de Miami se intenten adueñar de la Isla, comenzando una obscena desigualdad social en la isla: los cubanos ricos de Miami, y los pobres que han permanecido en Cuba.

Cuba debe ir transitando, y para eso se requiere una inmensa altura de miras y talento político, a una apertura económica y política pues, pero muy gradual, y pido una disculpa por lo repetitivo, para que el capital que vayan entrando, vía inversión extranjera, complementada con la pública y la incipiente nacional, y con el inmenso y sin duda número uno en Latinoamérica, capital humano cubano, comiencen una sinergia que conviertan en círculo virtuoso a todo el potencial cubano, y no se tenga que empezar a construir de cero, y sobre cadáveres, y con cicatrices que tardarían años en sanar, algo así cómo las que dejó la fratricida guerra civil española. El balón está en la cancha de Díaz Canel, pero obviamente también en la de Joe Biden, y sin lugar a dudas aún en la de Raúl Castro Ruz.