Muy atrás están quedando los blasones ostentados por el futbol mexicano, básicamente desde la primera era del serbio Velibor Milutinovic bajo el mando de la Selección Mexicana y su exitosa conducción en el Mundial 1986. Decisión suicida tras decisión absurda, el futbol de los Estados Unidos, un país en dónde el deporte más popular del mundo está reservado prácticamente a las mujeres, habiendo por lo menos otros cinco mucho más populares, es hoy categóricamente superior al nuestro. El título del “gigante de la Concacaf” se ha perdido, porque por si poco fuera, también Canadá luce ya mucho más sólido en la materia. En el último año, de cinco importantes pruebas de nuestro país ante el vecino del norte, México perdió en cuatro y sólo pudo rescatar un infumable empate sin goles, esto en el antes castillo inexpugnable, el estadio Azteca.

La principal razón es pues, sin duda, la progresiva destrucción del formato de competencia del torneo doméstico: prácticamente nulo límite a extranjeros en los clubes, talento joven que se pierde por privilegiar el negocio sucio de traer bultos extranjeros comprados baratos para venderlos a precio de oro, la eliminación del descenso y el ascenso, la proscripción de la CopaMx, torneo que servía para debutar jóvenes, la no existencia de un reglamento rígido que obligue a los equipos a alinear un número mínimo de canteranos, la falta de voluntad para llegar a un mínimo acuerdo con la Conmebol para que México pueda volver a algunas (s) de sus competencias, el ridículo repechaje, que permite dejar con vida después de la fase regular a prácticamente TODOS los equipos en la última jornada, y a nivel selección, una serie cada vez más errática retahíla de pésimas decisiones, justo cuándo nos toca albergar, dentro de cuatro años la justa mundialista en casa, por tercera vez en la historia.

¿Cómo podría ser un formato del futbol mexicano, que no deje el negocio, pero tampoco la espectacularidad y sobre todo, el nivel de competencia de alto rendimiento? Volteemos a ver los torneos europeos y lo que en México funcionó bien por tantos años; tomemos lo mejor de ambos:

  • Una liga donde sólo califiquen ocho equipos a la liguilla por el título (por obviedad, los mejores de la etapa regular).
  • Retorno inmediato del ascenso/descenso, subiendo hasta tres el número de posibles movimientos entre el circuito de primera y el de segunda, mediante la celebración de un cuadrangular (una “promoción”) final cada año, dónde compitan penúltimo y antepenúltimo de la primera contra los segundo y tercero de la categoría de plata, subiendo y bajando en automático el primero y el último de la tabla porcentual (tres últimos años), dejando la posibilidad abierta de que no sólo bajen y suban uno, sino incuso hasta tres equipos (en España, por ejemplo, ascienden y descienden hasta tres, cada año), lo que trae como natural consecuencia un mucho mayor nivel de exigencia en la competencia; el castigo de cobrar una multa a los equipos, a los futbolistas poco importa, así les pegue también en el bolsillo, puesto que un descenso y/o ascenso DEPORTIVO, marca al futbolista profesional de por vida, ya sea para bien o para mal.
  • El retorno de la CopaMx, resulta inaudito que en la actualidad en México sólo cuatro clubes disputen además de la Liga una sola copa (Concacaf), cuándo en Europa lo hacen TODOS, cuándo menos en una, y siete de cada país lo hacen en dos: la doméstica y una de las tres copas continentales: la Champions League, la UEFA League y la CONFERENCE League, lo que hace que prácticamente todos los equipos estén jugando varios torneos de máxima exigencia al mismo tiempo, y no sólo los de primera división, sino también los de categorías de menor rango.
  • Un premio deportivo para los ganadores de la CopaMx, ya que sin este, el premio se reduce a levantar un trofeo de hojalata; el premio bien pudiera ser un boleto a alguna de las copas de la Conmebol (Libertadores o Sudamericana) ó también algún tipo de ventaja en caso de este equipo estar en problemas de descenso. En fin, se trata de sacudir un formato que está llevando al fútbol mexicano al naufragio, uno dónde (cómo el mítico TITANIC) los directivos, con especial énfasis en el itamita neoliberal priista Mikel Arriola (que nadie entiende que diablos hace manejando la Liga mexicana) sigue tocando su violín (no tomando acción real alguna para revertir el anunciado desastre) mientras la nave zozobra irremediablemente en las gélidas aguas de la inmensidad de la mediocridad.

No está de más decir que estos posibles cambios no están peleados con un muy exitoso modelo de negocio, sino que al contrario, máxime a un plazo a que al mexicano, en general, no parece mirar nunca: el largo.