Son los números que presenta Roberto Rock en su columna de este domingo en El Universal. Y añade “un número imposible de medir entre secuestrados, intimidados o forzados a retirarse de la contienda para que los nuevos funcionarios electos obedecieran al dictado de las mafias”.

No sé si en los “más de 90 políticos asesinados” que menciona el señor Rock estén incluidos los cinco perredistas muertos en un enfrentamiento, en Chiapas, que hoy mismo da a conocer Reforma en su portada, y el ataque a balazos de un candidato en Puebla que es nota principal en SDPnoticias.

En Milenio, Álvaro Cueva habla de las “elecciones del terror” porque, en su opinión, “nada de lo que tuvimos antes, nada, se compara en mentiras, odio y hasta en cantidad de balazos a lo de este 6 de junio”.

La revista de Proceso es durísima: “Elecciones 2021. Triunfo anticipado de la delincuencia”.

Mi nieto mayor estuvo ayer, unas horas, en el hospital, donde recibió un medicamento biológico en la vena. La mitad del tiempo durmió; la otra mitad se entretuvo jugando con su iPad, buscando videos chistosos en YouTube y consultando páginas de internet sobre Nuevo León, ya que está interesado en las elecciones de gobernador de su lugar de origen. Tiene 10 años de edad y por lo tanto no votará, pero apoya a uno de los candidatos.

Después de salir del centro de salud, ya en su casa, el niño me llamó para hacerme una pregunta: “¿Por qué dicen que estas serán las elecciones más sangrientas de la historia?”.

Le contesté, rápidamente, que hay gente mala, como los narcos y algunos políticos, que intentan dominar municipios de México al costo que sea, y por esa razón asesinan a candidatos con posibilidades de ganar que no convienen a sus intereses.

Ya habrá tiempo de explicarle con más detalle que la terrible crisis de violencia de nuestro país —originada para intentar ocultar el fraude electoral de 2006, no lo olvidemos— tiene por fortuna una salida: seguir participando en los procesos electorales, por sangrientos que sean.

Ojalá hoy domingo y mañana lunes vivamos jornadas de normalidad democrática. Es decir,

  • con ganadores humildes,
  • perdedores valientes y decentes a la hora de reconocer sus derrotas,
  • autoridades electorales justas, y
  • un poder ejecutivo que se abstenga de complicar las cosas castigando candidatos ganadores por irregularidades cometidas en el pasado; si no hubo sanciones en ya más de dos años de gobierno, será de pésimo gusto recurrir ahora a las mismas solo para lograr la repetición de votaciones que, la verdad sea dicha, nadie necesita.

Mi nieto mayor me hizo otra pregunta: “¿Tito, eres chairo?”. Aunque no me gusta tal palabra, respondí que sí lo soy. No quisiera que ganaran todos los candidatos de Morena y ni siquiera la mayoría porque el poder debe distribuirse entre todas las opciones políticas, pero si ser chairo es apoyar la idea de gobierno de López Obrador, lo soy y con orgullo.

Estoy confiado en que Andrés Manuel sabrá leer el mensaje de las urnas, tanto de aquellas en las que arrase Morena como de las otras, en las que la gente rechazará fuertemente su proyecto. El presidente de México deberá tener como su prioridad en la segunda parte de su gobierno la tarea de conciliar a quienes lo apoyan y a quienes no están de acuerdo con lo que ha hecho desde Palacio Nacional. Sin unidad no superaremos los problemas. Pero, conste, unidad no es unanimidad.

Respetando las diferencias políticas, podemos y debemos unirnos en la búsqueda de una meta a la que todos en México deseamos llegar a la brevedad posible: pacificar a la nación como condición sine qua non para lograr todos los otros objetivos.