Tenemos un comercio estúpido. ¡El mundo nos está estafando!, Donald Trump.

Como el último clavo en un ataúd, así se sintió la degradación de la calificación que le asignó Moody’s a los bonos de tesoro estadounidenses. Sobre el tema economistas y analistas han hecho un conjunto de comentarios y aun los más fervientes trumpistas se han visto sacudidos por la percepción que tiene la agencia calificadora sobre la situación económica y financiera de Estados Unidos. No es de extrañarse - sin importar corriente económica - que casi todos coincidan: quien ahora gobierna el país norteamericano ha abandonado fundamentos económicos racionales y mantiene una estrategia desarticulada y balbuceante en la que se entremezcla la prepotencia con ideas económicas que estuvieron en boga en el siglo XIX y que se percibía se habían superado. El mundo da vueltas, avanza, pero también está sujeto al pavoroso ascenso de mentalidades retrogradas y a la decadencia intelectual y moral de sociedades concebidas como “avanzadas”.

Los comentarios en torno a la rebaja de calificación son convergentes, pero quien pone el punto sobre las íes es Ernesto O’Farrill Santsocoy. Es importante reproducir textualmente su comentario:

“Que… Estas tres importantes rating agencies (S&P, Fitch Rating y Moody’s) tengan calificada a la deuda soberana estadounidense por debajo del AAA tiene repercusiones enormes en todo el mundo. Pensemos en esto: ¿cómo que la deuda soberana del gobierno, que tiene como moneda al dólar, no tiene calidad AAA? En principio debería de ser el único en tener un AAA+“.

Las razones que da Moody’s sobre la degradación de la nota crediticia de Estados Unidos de AAA a Aa1 son contundentes:

Las columnas más leídas de hoy

1.- “Las sucesivas administraciones y el Congreso estadounidense no han logrado un acuerdo sobre medidas para revertir la tendencia de los grandes déficits fiscales anuales y el aumento de los costos de intereses”.

2.- “No creemos que las propuestas fiscales actualmente en discusión logren reducciones significativas plurianuales del gasto obligatorio y del déficit”, agregando que prevé mayores déficits públicos durante la próxima década.

3.- Los aranceles perjudicaran al crecimiento económico de Estados Unidos en el largo plazo y prevé que en 2035 la deuda federal alcance 134% del Producto Interno Bruto (PIB).

4.- Extender los recortes de impuestos, como lo hizo en 2017 el presidente Trump, significaría añadir 4 billones de dólares en la próxima década al déficit primario federal (que no incluye el pago de intereses).

Para poder articular la opinión de O’Farrill con las consideraciones de Moody´s, es importante contar con un marco de referencia, mismo que vale la pena señalarlo puntualmente:

1.- Para contar con una política fiscal sostenible se requiere que la relación deuda a PIB se mantenga estable o disminuya en el largo plazo.

2.- El PIB mide el tamaño de una economía nacional en términos del valor total de todos los bienes y servicios finales producidos en un año.

3.- Los resultados financieros en relación con el PIB dan el resultado más aproximado para medir la capacidad de una economía para sostener los programas gubernamentales.

Algunos analistas y economistas cuando hablan de deuda se refieren sólo a cifras absolutas para confundir a la gente. Estas cifra elevadísimas generan la idea de insolvencia o de insostenibilidad o de que existe un gobierno imprudente con incontinencia fiscal. En realidad, sólo cuando se hace referencia al ratio deuda a PIB se puede tener una clara idea de la existencia o no de una economía emproblemada. Vayamos punto por punto para entender por qué la actual trayectoria fiscal de Estados Unidos es preocupante:

1.- La ratio déficit primario a PIB en 2024 fue de 3.4%, es decir, se trata de una economía que gasta por encima de sus ingresos propios. Como bien se sabe el balance primario excluye el pago por intereses, lo que indica que para mantener el gasto gubernamental se requiere de un déficit creciente que sólo puede ser apalancado con deuda. Lo peor es que conforme a la situación actual se prevé que el resultado de ese cociente se mantendrá en 3.1% durante los próximos diez años. En números absolutos dada la relación deuda a PIB esto significa incrementar la deuda anualmente en una cifra que oscila entre 900 y 950 mil millones de dólares.

2.- El costo financiero de la deuda alcanza alrededor de 870 mil millones de dólares; es decir, existe ya una gran inhibición para impulsar programas sociales; incluso, se prevé que en los próximos 10 años el pago por intereses supere al perniciosos gasto de defensa. La deuda acumulada más la nueva generada por el déficit primario hace prever que en ese lapso de tiemplo el costo financiero de la deuda aumente a 1.5 billones de dólares en 2033 y que absorba alrededor de 30% de los ingresos fiscales, frente al 18% de 2024.

3.- El déficit federal representa 6.4% del PIB en 2024 y conforme a la trayectoria proyectada por Moody’s se espera que en 2035 represente 9.5% como resultado de los incrementos en el pago de los intereses por la deuda y en el gasto de prestaciones sociales, así como de una generación de ingresos que se estima relativamente baja; por ahora el déficit presupuestal se acerca a los 2 billones de dólares anuales. En el mismo sentido, se estima que la deuda federal pasará de 98% en 2024 a 134% del PIB en 2035.

4.- Otros datos indican que la deuda total del gobierno federal representa para 2024 el 124.3% del PIB. Los datos que ofrece Trading Economics son interesantes porque muestran una preocupante trayectoria.

Deuda pública de Estados Unidos en términos del PIB

Es decir, Estados Unidos es el país más endeudado del mundo, con una deuda que rebasa los 36 billones de dólares y lo más grave es que alrededor de 30% de los bonos de tesoro de Estados Unidos se encuentran en poder de entidades extranjeras, siendo Japón y China los principales acreedores. El análisis de las cifras fiscales y de deuda ponen en duda no sólo su estabilidad económica, sino el predominio del dólar como moneda global. Con cierta perífrasis Moody’s señala que: “Aunque reconocemos las importantes fortalezas económicas y financieras de Estados Unidos, creemos que estas ya no contrarrestan plenamente el deterioro de las métricas fiscales”. Me parece, en este sentido, más honesto lo que plantean O’Farrill y Gabriela Siller, quienes hablan de una economía débil, con finanzas públicas muy comprometidas; lo que ha puesto en duda al dólar como activo refugio y moneda de reserva. “El dinero - dice O’Farrill - se ha refugiado en otras clases de activo, particularmente en el oro”.

Trump ha sido disruptivo y se ha negado a entender que el mundo - y particularmente las principales potencias del orbe - ya no está dispuesto a cubrir los principales hoyos fiscales y financieros de Estados Unidos. Reta, pensado en un pasado que ahora es inexistente: ¿quién está dispuesto a mantener a un ogro perezoso, que cierra su economía con barreras arancelarias y qué quiere atraer cuantiosas inversiones, sin importarle los efectos recesivos que esto tendría para las economías del planeta, incluyendo a sus aliados históricos? Puede ser que los capitales – sobre todo los productivos – se muevan de un país a otro, pero no deberían moverse mediante una competencia desleal, en donde el uso a modo de los impuestos implique dejar de invertir en los países de origen, afectando con desempleo a la parte nodal de un Estado nacional, que es su pueblo. ¿Qué gobierno puede coincidir o someterse a semejante estupidez?

Ahora el energúmeno y sus partidarios congresistas quieren afectar a millones de trabajadores que le generan con su trabajo enorme riqueza a Estados Unidos. Quiere Trump castigar a muchos privilegiando a sus votantes blancos, imponiendo un impuesto a las remesas, como si los migrantes de primera, segunda o tercera generación no se sometieran a los gravámenes que le imponen los gobiernos federal, estatales y locales. Es decir, cubren los impuestos que gravan, en su caso, la renta, la nómina, las propiedades, las ventas, las ganancias de capital, los dividendos, las importaciones, las herencias y las donaciones, así como otras diferentes tasas. Sé que las consecuencias podrían ser nefastas para Estados Unidos y el mundo, pero por qué Estados Unidos no se somete a una política de shock como la que impone el Fondo Monetario Internacional; o mejor aún, por qué no es capaz de instrumentar una reforma fiscal integral; más cuando los números indican que cuenta con espacio fiscal: la recaudación de impuestos representa 27% del PIB frente al 34% promedio de los países del OCDE.

A manera de provocación: ¿Qué dirían los economistas y los analistas “chuecos”, si comparáramos los números de Estados Unidos y México? ¿Reconocerían el esfuerzo actual del gobierno de la presidenta Sheinbaum?

1.- Al primer trimestre de 2025, México alcanzó un superávit primario de 182 mil millones de pesos, dentro de la perspectiva de reducir el déficit fiscal del 5.7% observado en 2024 a 3.9% durante el presente ejercicio fiscal. En Estados Unidos, el escenario de Moody’s indica una déficit que sobrepasará 6% del PIB y que de no cambiar el contexto actual, continuará aumentando hasta alcanzar un tasa superior a 9% en 2035.

2.- El Saldo Histórico de los Requerimientos Financieros del Sector Público - la expresión más amplia de la deuda pública - se sitúo a marzo de 2025 en 17.7 billones de pesos, lo que representa 49.2% del PIB. En Estados Unidos la ratio deuda pública a PIB se sitúa en un índice mayor a 124%. Esto es, la capacidad de pago de México es de 2 a 1, mientras que a Estados Unidos le faltaría añadir casi una cuarta parte de su PIB para cubrir la totalidad de su deuda.

3.- La deuda neta del gobierno federal mexicano muestra la siguiente composición: 82.8% se mantuvo en el mercado interno y 17.2% en el externo; por otra parte, más de 70% de la deuda se ha contratado a tasa fija y con vencimientos a largo plazo y así se sigue reestructurando. En contraste, la comprometida deuda gubernamental de Estados Unidos y su importante tenencia en manos extranjeras (Japón y China) afectan negativamente su endeudamiento, específicamente, a los rendimientos de sus bonos gubernamentales. Esta presión financiera ahora se incrementó por la calificación asignada por Moody’s.

Hay más datos que ofrecer, pero concluyamos: ¿cómo es posible que con esos números, Moody’s le otorgué una calificación de Baa2 a la deuda soberana de México a largo plazo en moneda extranjera, atribuyéndole una perspectiva negativa? Cierto, le rebajó la calificación a Estados Unidos, pero aun cuando pudieran existir criterios adicionales o complementarios, la calificación que le otorga a nuestro país está muy por debajo de la de Estados Unidos; lo que lleva a conjeturas y al desconcierto. Ojalá y algún día esta agencia explique cuáles son esos criterios o por qué mide con distinta vara a un país y a otro. Por lo pronto ahí están las cifras del déficit fiscal y de la deuda pública de México en torno al PIB. Ojalá y algún día las comenten los agoreros del desastre.