La Ciudad de Monterrey no puede seguir postergando sus decisiones estratégicas. cuando se enfrenta una crisis crónica como las de su movilidad y la preocupante degradación en la calidad del aire. Crisis que exige respuestas firmes, viables y sobre todo pensadas a largo plazo. En ese contexto, hablemos del proyecto del Viaducto elevado sobre el Río Santa Catarina que representa una solución integral y moderna que no sólo busca dar fluidez al tránsito vehicular y mejorar la calidad del aire, sino también recuperar y dignificar el entorno urbano. No es una ocurrencia ni una improvisación: es una apuesta técnica, ambiental y social que articula movilidad, sustentabilidad y participación del sector privado para transformar uno de los espacios más subutilizados, por no decir abandonados, de la ciudad. 

Con una inversión proyectada de 10,000 millones de pesos, el viaducto será financiado mayoritariamente con capital privado bajo un esquema de concesión, lo que evita comprometer los recursos públicos destinados a salud, educación o seguridad. Se trata de una infraestructura que procura el suelo para los peatones, el transporte público y la movilidad activa, mientras eleva el flujo vehicular sobre un eje de conexión clave para el poniente y el oriente de la metrópoli. A diferencia de obras del pasado que arrasaban con barrios, parques o viviendas, este proyecto no desplaza a nadie ni invade reservas ecológicas; utiliza un cauce seco que, durante décadas, ha permanecido en el olvido. 

Desde luego, se escuchan las voces de los colectivos ambientalistas. Su labor es valiosa y necesaria para que temas como el cambio climático, la justicia ambiental o la protección de áreas verdes formen parte del debate público. Sin embargo, no podemos romantizar al Río Santa Catarina sin reconocer la realidad urbana que vivimos: un cauce fragmentado, inseguro, con acceso limitado y rodeado de congestionamientos diarios. La propuesta no es cubrir, entubar, ni destruirlo, sino integrarlo de forma respetuosa en una estrategia de transformación urbana. El viaducto irá sobre pilotes, sin interrumpir el flujo natural del agua.

Y debajo del viaducto no habrá abandono. Habrá corredores peatonales, ciclovías protegidas, parques lineales, zonas arboladas y espacios recreativos. No se trata de imponer concreto, sino de equilibrarlo con vegetación, accesibilidad y seguridad. Por tanto, por qué negarnos a un proyecto que contempla un rediseño del entorno que permitirá no solo recuperar el río como espacio urbano, sino convertirlo en un pulmón verde capaz de mitigar las olas de calor y mejorar la calidad del aire, uno de los retos ambientales más urgentes de Monterrey. 

Según la Secretaría de Medio Ambiente del Estado, más del 40% de las emisiones contaminantes PM2.5 en la zona metropolitana provienen del parque vehicular. Reducir los embotellamientos a través de una infraestructura elevada permitirá disminuir las emisiones de CO2 de forma significativa. La obra forma parte de un plan integral de movilidad que también incluye la llegada de nuevos trenes para el Metro, más de 1,800 camiones eléctricos y rutas suburbanas que conecten los municipios periféricos con el centro. Y seamos francos justo este es el punto en el que se cruzan los proyectos que traen bienestar, desarrollo y por qué no, felicidad, con la vil politiquería, que con afán de sostener dinámicas de poder impiden la implementación de proyectos como este. 

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Y para finalizar, no menos importante: señalar el modelo de coinversión evita que el Estado se endeude, mientras garantiza estándares internacionales de calidad en desarrollo, operación y mantenimiento. A mediano plazo, el proyecto también revalorizará zonas aledañas, generará oportunidades económicas, generará miles de empleos, reducirá tiempos de traslado y contribuirá a una ciudad más competitiva y saludable. 

El Viaducto del Río Santa Catarina no es una solución mágica, pero sí es una decisión valiente. Es el resultado de planear con visión, ejecutar con responsabilidad fiscal y pensar en una ciudad para todas y todos. No estamos en contra del activismo ambiental; lo necesitamos, de los estudios serios, pero no cortoplacistas, ni politiqueros. Este proyecto nos invita a reflexionar en no podemos quedarnos atrapados en la nostalgia o el miedo al cambio. Monterrey merece soluciones reales, funcionales y sostenibles. Lo que está en juego no es solo una vialidad: es el futuro de la ciudad en la que queremos vivir.