En un mundo donde la tecnología avanza a un ritmo exponencial, la relación entre la democracia y la información ha tomado una nueva dimensión. La Inteligencia Artificial (IA), una creación del ingenio humano, se ha convertido en un protagonista inesperado en el escenario de la gobernanza moderna, prometiendo no sólo transformar nuestras instituciones, sino también ampliar los horizontes de lo que consideramos posible en términos de transparencia y rendición de cuentas. Sin embargo, para comprender la magnitud de este cambio, es necesario primero entender la naturaleza de la información en el contexto de una democracia y cómo la IA puede ser la llave para abrir puertas que antes parecían selladas.
La información es la savia que nutre el árbol de la democracia. Sin un flujo constante, libre y veraz de datos e información, la toma de decisiones se vuelve opaca, la corrupción se esconde en las sombras, y la ciudadanía se desvincula y desencanta del proceso político. La democracia es, en su esencia, algo compartido. Es un ejercicio de participación y de control ciudadano sobre las autoridades. Para que este ejercicio sea efectivo, es indispensable que las personas tengan acceso a información clara, precisa y oportuna. Sólo así pueden evaluar el desempeño de sus representantes e instituciones, exigir cuentas y tomar decisiones informadas, tanto en las urnas como en su vida diaria.
La transparencia y la rendición de cuentas, por lo tanto, no son meros accesorios de la democracia; son sus pilares. Sin ellos, corre el riesgo de degenerar en un sistema de decisiones arbitrarias y de poderes ocultos. Aquí es donde la IA entra en escena, ofreciendo soluciones que pueden fortalecer estos pilares de maneras que, hasta hace poco, pertenecían al ámbito de la ciencia ficción. Ello, porque este nuevo jugador del tablero político tiene el potencial de transformar la manera en que manejamos y procesamos la información. A través de algoritmos avanzados de aprendizaje automático, la IA puede analizar cantidades inmensas de datos, identificar patrones y detectar irregularidades que en otro contexto sin IA podrían pasar desapercibidas y, de hecho, pasan desapercibidas para el ojo humano. Esto no sólo permite una gestión más eficiente de la información, sino que también abre nuevas posibilidades para la transparencia y la rendición de cuentas.
¡Tenemos que pensar grande! Imaginemos, por ejemplo, un sistema de IA diseñado para analizar en tiempo real las transacciones financieras de las administraciones públicas. Este sistema podría identificar automáticamente cualquier transacción sospechosa o inusual, alertando a los organismos de control antes de que ocurra un desfalco o una malversación de fondos. Más aún, podría hacer esto con una velocidad y precisión que superan con creces las capacidades de los auditores humanos. Este tipo de tecnología no sólo haría más difícil la corrupción, sino que también generaría una especie de “vigilancia” permanente, donde cada acción pública estaría bajo el escrutinio de un sistema que no conoce fatiga ni distracciones.
Sin embargo, la IA no se limita a la detección de irregularidades, ya que también tiene el potencial de mejorar la accesibilidad de la información. Uno de los grandes desafíos en las democracias modernas es el exceso de datos. Con tantos documentos, informes y registros disponibles, puede ser difícil para los ciudadanos encontrar la información que realmente necesitan. Aquí, la IA puede actuar como un filtro inteligente, capaz de responder preguntas complejas en lenguaje sencillo, dirigiendo a las personas hacia los documentos más relevantes y resumiendo la información de manera comprensible. Esto no sólo facilitaría el acceso a la información, sino que también empoderaría sustancialmente a las personas, permitiéndoles no sólo participar de manera más activa y crítica en el debate público sino, sobre todo, beneficiarse de los productos de una sana democracia como la que pensamos posible.
Una democratización así, como la que nos promete la IA, también podría llevarnos a la creación de nuevas formas de participación ciudadana. En lugar de limitarse a votar con cierta periodicidad, las y los ciudadanos podrían participar de manera continua en el proceso de toma de decisiones, utilizando plataformas basadas en IA para expresar sus opiniones, debatir propuestas y votar en consultas públicas.
Así, un sistema de IA podría analizar millones de opiniones y sugerencias ciudadanas, identificando las tendencias y preocupaciones más comunes. Estas podrían luego ser presentadas a los responsables políticos en forma de recomendaciones o propuestas de políticas públicas. De esta manera, la IA no sólo serviría como un canal de comunicación entre el gobierno y la ciudadanía, sino que también actuaría como un intermediario inteligente, capaz de sintetizar la diversidad de opiniones en propuestas concretas y viables.
Por si fuera poco, el uso de la IA podría garantizar que la participación sea inclusiva. Ello, al facilitar el diseño de mecanismos para asegurar que todas las voces, incluidas aquellas de las comunidades marginadas o subrepresentadas, sean escuchadas y consideradas en el proceso de toma de decisiones. Es decir, salvando las brechas sociales, económicas y digitales prevalecientes.
Ahora bien, es claro que el uso de la IA en la gobernanza no está exento de desafíos. La transparencia y la rendición de cuentas son doblemente importantes cuando se trata de sistemas automatizados. Los algoritmos de IA, por su naturaleza, pueden ser opacos y difíciles de entender para quienes no tienen un conocimiento técnico profundo. Esto plantea la pregunta de cómo asegurarnos de que estos sistemas se utilicen de manera justa y ética.
Para que la IA realmente cumpla su promesa de mejorar la transparencia y la rendición de cuentas, es esencial que su funcionamiento sea, a su vez, transparente y sujeto a supervisión. Esto significa que los algoritmos deben ser auditables, y que las decisiones tomadas por la IA deben ser explicables en términos comprensibles para todos. La creación de marcos legales y regulaciones que aseguren esta transparencia será crucial en los próximos años.
Resueltos o administrados de forma efectiva, tales desafíos, la promesa de la Inteligencia Artificial no reside sólo en su capacidad para procesar grandes volúmenes de datos o en su velocidad de respuesta. Su verdadero valor se encuentra en su potencial para ayudarnos a imaginar y construir una “democracia posible”, donde el poder esté realmente en manos del pueblo y donde las decisiones se tomen de manera más informada y equitativa.
La democracia, en su esencia, es un proceso en constante evolución. La Inteligencia Artificial es sólo la última herramienta que tenemos a nuestra disposición para perfeccionar este proceso. Si la utilizamos con creatividad, conocimiento y sobre todo ética, podría ayudarnos a superar muchos de los desafíos que enfrentamos hoy y abrir nuevas posibilidades para el futuro. Una democracia fortalecida por la IA no es sólo un ideal lejano, sino una meta alcanzable, siempre y cuando estemos dispuestos a trabajar juntos para hacerla realidad.
Dr. Julio César Bonilla Gutiérrez, Comisionado Ciudadano del INFO CDMX y Académico de la UNAM.