Fueron las últimas palabras de Dante, un niño de apenas doce años que fue asesinado por unos sanguinarios. Un inocente que apenas empezaba a vivir, que tenía sueños…  pedía a gritos que no lo dejaran morir; la ambulancia tardó media hora en llegar. “Le cortaron las alas”, dijo su mamá. Estos engendros también acabaron con la vida de su madre, de su abuela y de toda su familia. Su dolorosa ausencia será la presencia de todos los segundos, de las horas, de todos los días, de los años.

Una pesadilla real, eterna para la familia. “Justicia divina”, pide la mamá. ¿Existe?, pregunto yo. No. ¿Resignación? ¡Imposible! ¿Cómo habrán de vivir su madre, su abuela sin Emiliano? Subsistirán. Es lo que habrán que hacer como muchos otros padres que han perdido a sus pequeños hijos.

La maldad, la injusticia, la impunidad acabaron con la vida de Dante. Quedará por siempre su eterna ausencia, sus pertenencias tal y como las dejó, para sentir ahí su calor en cada cosa que tocó. Vendrá el terror, el suplicio de ver su recámara por siempre a oscuras, el silencio de las buenas noches; el amanecer sin sus buenos días. Su cama sin volverse hacer jamás, su uniforme listo siempre de la misma talla porque Emiliano jamás crecerá, su banca vacía…

¿Y nosotros? Estamos ahora indignados por su muerte. ¿Será como siempre por tan solo unos días y olvidarlo como a los demás? ¿Seguiremos con nuestras vidas sin pensar nunca en el dolor de sus familias? ¿Somos acaso tan  insensibles? Somos cómplices, eso somos. Si en realidad reaccionáramos ante estas atrocidades como debe ser, que mantuviéramos vivo su recuerdo, si no olvidáramos tan fácil, tal vez podría haber un cambio.

La violencia no cesa, la maldad incrementa paralela a nuestra indiferencia. ¿Nos hemos acostumbrado a los asesinatos, a las violaciones de niños y niñas? Somos faltos de memoria, somos egoístas y viles al olvidar tan pronto estas atrocidades.

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Padecemos de amnesia…

Pasamos la hoja, seguimos con nuestras vidas y no recordamos los crímenes de estos niños y niñas tan vulnerables, tan frágiles que fueron violentados y asesinados. Seres puros que jamás volverán a dormir en sus camas, que nunca  volverán a sentarse en la banca de su escuela. Sus padres escucharán cada noche el aterrador silencio, porque su voz y risa fueron apagadas para siempre. Sus pasos ahora imaginarios… una habitación rosa o azul vacías para siempre; sus papás sentados en la oscuridad llorando de manera eterna su ausencia. ¿Y nosotros? ¿Qué hemos hecho? Indignarnos por tan solo unos días…

El 11 de febrero de 2020, Fátima Cecilia desapareció cuando esperaba a su mamá al salir de clases. Una mujer se la había llevado. El protocolo de la escuela no se llevó a cabo. Entregaron a Fátima a una mujer. Se hizo público el video, el aterrador recorrido de Fátima hacia la muerte, iba confiada de la mano de este monstruo, de esta maldita mujer. Tenía tan solo siete años…

Días después, el frágil cuerpo de la niña fue encontrado con huellas de violación y tortura dentro de un costal. Este aborto de mujer se la entregó a su pareja… el secuestro no fue por dinero. ¿Ya olvidamos a Fátima? ¿Y a su familia? ¿Jamás nos ponemos a pensar en ellos? En la vida de infierno que han de llevar sus padres… ¡qué mezquinos somos!

Somos una sociedad egoísta, indiferente, cómplice.

El 28 de marzo de 2024, secuestraron y asesinaron a Camila, una niña de ocho años. Salió de su casa para ir a jugar a casa de una amiga. Cuando su mamá fue por ella, le dijeron que no había llegado nunca. La madre recibió mensajes en la que le exigían rescate. La niña murió por asfixia mecánica. Los vecinos y familiares identificaron a los presuntos responsables y los lincharon. ¿Eso es “justicia divina”? El infame secretario seguridad de Taxco, Doroteo Eugenio Vázquez dijo que “hubo responsabilidad maternal. Hubo omisión, la madre dejó salir a la niña”.

Su madre aseguró que ella siempre había cuidado a su hija. Que siempre estuvo al pendiente de ella. “La gente que me conoce lo sabe”. Además del dolor inimaginable de la mamá llega este funcionario imbécil e insensible a culparla.

¿Cómo serán de silenciosas las noches y los días en casa de Camila? El silencio que habla sin que lo pidamos que tortura y resuena como eco siniestro en la mente de su mamá todo el día, todas las noches, en cualquier lugar en cada instante. Una vida bella truncada y una madre que además de su irreparable pérdida fue culpada, revictimizada.

¿Y nosotros? ¿Nos hemos olvidado de Camila y de Fátima? ¿Nos olvidaremos de Dante Emiliano? ¿Seguiremos con nuestras vidas como si nada pasara, con esa indiferencia e insensibilidad, con la crueldad de pronto olvidar?

¿En qué momento nos volvimos tan perversos?