Desde el ascenso de AMLO al poder, el presidente mexicano y su autoproclamada 4T decidieron adoptar la bandera de los liberales, en un peregrino intento de reivindicar la memoria de Benito Juárez y de los hombres del siglo XIX que combatieron valientemente contra los conservadores y los franceses.

Acto seguido, AMLO, buscando pintar a la oposición como traidores a la patria, retrógradas y mafia del poder, decidió llamarles “conservadores”, con la idea de tergiversar la historia del México decimonónico y convertir a sus opositores en lo mas vilipendiado, es decir, en hombres como Félix Zuloaga, Lucas Alamán o Miguel Miramón, quienes, según nos relata la historia oficial, cometieron actos de traición en contra de los intereses generales.

La oposición, por su parte, enmudeció ante el nuevo apelativo acuñado por AMLO contra ellos. Ciertamente no pueden llamar a los corifeos de la 4T liberales, pues ello implicaría dar la razón al régimen y pintarles como hombres de valor comprometidos con la lealtad a México y con el combate contra la pobreza y la corrupción.

Sin embargo, el término “radicales” les viene como anillo al dedo. Y lo son, al menos un grupo importante dentro de la camarilla de políticos y legisladores que integran los partidos que apoyan a AMLO y a su malogrado proyecto.

Personajes como Gerardo Fernández Noroña, Yeidckol Polevnsky, entre otros, han dado muestras ostensibles de buscar impulsar al partido oficial hacia la radicalización. Por un lado, han apoyado públicamente a los regímenes autoritarios de Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro, y por el otro, no han dudado en expresar sus simpatías hacia el rancio comunismo latinoamericano, cuyos valores, en pleno siglo XXI, han quedado desfasados y dado muestras de no haber contribuido al mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos.

Ha quedado claro, a la luz de los hechos, de que en Morena y en el PT existen elementos radicales que, lejos de buscar la evolución del país, pretenden impulsar reformas que conduzcan a México hacia la suspensión de la democracia, al desmantelamiento de los contrapesos, al debilitamiento de la Suprema Corte y a la manipulación de la Constitución mediante la narrativa populista.

La tibia oposición, siempre carente de argumentos y de eslóganes que contrasten con la narrativa lopezobradorista y que hagan mella en el imaginario general, debería normalizar llamar “radicales” a ese grupo de políticos morenistas que no cejan en su empeño de descarrilar a los elementos más moderados del partido y de convertir a México en un régimen abiertamente antidemocrático.