En un mundo donde el talento muchas veces choca con fronteras burocráticas, Estonia está apostando por un modelo distinto: uno que facilita, en lugar de frenar. Un ejemplo inspirador es el caso de Aïo, una compañía biotecnológica que opera desde Tallin, pero que tiene alma brasileña.
Aïo fue fundada por un científico de Brasil que llegó a Estonia para realizar su doctorado. Ahí, al entrar en contacto con el ecosistema local y colaborar con un colega estonio, entre los dos decidieron establecer su empresa. Gracias al programa de visa de startup, no solo pudieron hacerlo legalmente y sin fricciones, sino que también lograron atraer a más científicos brasileños de alto nivel para trabajar desde Estonia. Hoy, su equipo cuenta con al menos cuatro investigadores brasileños desarrollando ciencia de punta en suelo europeo. Ya han captado inversiones por más de 10 millones de euros y exploran ahora la posibilidad de abrir una planta en Brasil.
Esta historia es más que un caso de éxito. Es una muestra de lo que sucede cuando los gobiernos entienden que el talento no tiene nacionalidad. La visa de startup de Estonia no exige nacionalidad europea, ni antecedentes locales, ni capital inicial imposible. Exige una idea viable, un equipo comprometido y el deseo de crecer. Gracias a ese enfoque, emprendedores de todo el mundo —incluyendo América Latina— están encontrando en Estonia una base sólida para escalar ideas globales.
Además de la visa de startup, Estonia cuenta con opciones como la e-Residency y el programa Work in Estonia, que permiten abrir empresas y contratar talento internacional sin barreras innecesarias. Esta visión, que combina inclusión digital con eficiencia institucional, ha posicionado al país como un polo emergente para emprendedores de alto impacto.
Casos como el de Aïo revelan algo profundo: cuando se derriban las trabas administrativas y se abren las puertas al talento global, florecen nuevas formas de colaboración, innovación y crecimiento compartido. América Latina, con su enorme caudal de talento científico y emprendedor, tiene mucho que ganar si mira hacia modelos como el estonio, donde fracasar no es penalizado y donde emprender no es un privilegio, sino un derecho respaldado por políticas públicas inteligentes.
Estonia nos recuerda que el futuro no se trata solo de tecnología, sino de las condiciones que se crean para que las personas puedan soñar, construir y volver a intentarlo. Porque cuando la ciencia y el emprendimiento pueden cruzar fronteras, ganamos todos.