“Felicidades a la Selección Mexicana por alcanzar un punto obteniendo el empate. La diferencia, obviamente, se llama Memo Ochoa”.

Andrés Manuel López Obrador

Esas fueron las palabras que Andrés Manuel López Obrador eligió para dirigir su mensaje de felicitación a la Selección Mexicana de Fútbol, y particularmente al portero Guillermo Ochoa, luego del partido de presentación en la Copa del Mundo Qatar 2022 en que el conjunto tricolor igualó a cero goles con el representativo de Polonia el pasado martes 22 de noviembre, y en el que el portero logró detener un tiro penal.

Si alguna capacidad hay que reconocerle al presidente López Obrador, es la que tiene para dividir a la gente, para marcar diferencias; dicha habilidad la ha venido perfeccionando de tal forma a lo largo de décadas, que ya ni siquiera es capaz de darse cuenta cuándo la aplica porque lo hace en automático. Pareciera que sus palabras están conectadas de tal forma con su cerebro que simplemente fluyen voluntaria o involuntariamente. Y de ello puede dar constancia la Selección Mexicana de Fútbol.

Y es que, no deja de llamar la atención el texto publicado por el presidente, quien momentos después del silbatazo final del partido, colgó ese polémico mensaje en el que marca, como ya decía, voluntaria o involuntariamente una divergencia entre el arquero que ciertamente cumple con un acierto al detener el disparo desde el manchón penal y el resto del grupo de seleccionados.

“Gracias Presi”, respondió Ochoa al tuit del Ejecutivo de la nación.

¿Y qué comentaron en el mensaje presidencial los otros 25 jugadores mexicanos o al menos los que tuvieron participación? Efectivamente, nada, porque el presidente marcó una división que impidió que el resto del plantel expresara palabras de agradecimiento a la felicitación en la que AMLO subraya: “La diferencia, obviamente, se llama Memo Ochoa”.

Primero lo catapulta como quien hace “la diferencia” del grupo y enseguida remata con “obviamente”, como si nadie más pudiese haber marcado esa diferencia.

Y en razón de que es algo innato en su personalidad es que no sorprende, y que tampoco ha generado mayor complicación, porque quiero pensar que no había alguna mala intención en sus palabras -al menos en este caso-.

También hay que reconocer que en la mayoría de sus comentarios de este tipo, sí se observa la mala entraña y ese afán de molestar, de hostigar, de provocar, de agredir y de generar enojo en los destinatarios.

Nada menos esta semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que en el reporte que le dieron de la marcha del pasado domingo 13 de noviembre en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), “entre otras cosas, ese día, es que hubo muchísimo robo de carteras, no se enojen eh” y los llamó (opositores) a organizar otra protesta en diciembre.

“También para que nuestros adversarios ahora en diciembre hagan otra, por cualquier cosa, por cualquier motivo y que en marzo también protesten, no que se opongan a la primavera, pero sí se pueden oponer a la expropiación petrolera del 18 de marzo”, enfatizó con su característico tono burlón.

También dijo: “Los conservadores rancios están muy amargados, andan con la cara dura, enojados, no, hay que alegrarse y además son nuestros adversarios, no son nuestros enemigos”.

Como ya lo dije, el tema no es nuevo, AMLO se ha dedicado por mucho tiempo a dividir a la población, lo hizo antes de ser presidente y lo ha hecho marcadamente después de haber recibido la investidura presidencial.

Por ejemplo, en un artículo del prestigiado diario “The Economist”, fechado el 28 de mayo de 2021, se afirma que el mandatario tabasqueño “divide a los mexicanos en dos grupos: ‘el pueblo’, por lo que se refiere a quienes lo apoyan; y la élite, a la que denuncia, a menudo por su nombre, como delincuentes y traidores a los que culpa de todos los problemas de México. Dice que está construyendo una democracia más auténtica. Es una criatura extraña. Convoca muchos votos, pero no siempre sobre temas que se resuelven mejor votando”.

Antes, una publicación del no menos importante diario estadounidense The Washington Post, había hecho una publicación en el mismo sentido en junio de 2020:

“Todos los días, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), elige un enemigo y lo embiste. Desde el púlpito presidencial insulta a los científicos, descalifica a los médicos, trivializa a los técnicos, minimiza a las mujeres víctimas de la violencia, e inventa complots en su contra.

En cada conferencia, un presidente que se dice pacifista y humanista se vuelve peleonero y pugilista.

El plan polarizador de la autodenominada Cuarta Transformación no es nuevo, original ni distintivo. Forma parte de un libro de jugadas que se utiliza en países como Estados Unidos, Hungría, Rusia, Turquía, Filipinas y Brasil, gobernados por líderes que usan a la democracia para estar en el gobierno y, una vez ahí, buscan desmantelarla.

Alrededor del mundo, el verdadero peligro para los regímenes democráticos son los hombres fuertes que subvierten las reglas que los llevaron al puesto. Suelen ser políticos insurgentes y anti-establishment, que vociferan contra la corrupción, capitalizan el coraje con el status quo, ofrecen instaurar una democracia más auténtica, prometen gobernar en nombre del pueblo y asumen su voz. AMLO es la versión mexicana del líder desdemocratizador.

El problema es que esa rijosidad no es solo una cuestión de personalidad. Hay método detrás de lo que parece locura. Pelear le permite desdemocratizar. Combatir le permite desinstitucionalizar. Reñir le permite destruir. Cuando AMLO declara que “son tiempos de definiciones” y se está con él o contra él, convierte a los críticos en adversarios. La oposición legítima pasa a ser una fuerza ilegítima”.

Es todo un caso el de López Obrador, que incluso merecería quizá un estudio clínico, pues resulta toda una patología, con el mecanismo instaurado que tiene para generar divergencias, división, y odio, al que ni siquiera los jugadores de la Selección Nacional han podido escapar.

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