Sorpresas no faltan al enterarse de personas que obtienen una cuota ínfima de poder y pierden el piso. En días pasados, al tener que ir seguido, por cuestiones de la salud de un familiar cercano a un conocido hospital de la ciudad de Acapulco (en la que, muy lamentablemente nací y crecí), me encontré con la novedad de un intenso operativo, por parte de la policía de Transito del municipio y reforzada por (lo que a simple vista parecía) policía ministerial estatal, dedicada esa movilización intensa de fuerzas del orden, no a poner orden en el desorden imperante en una ciudad de suyo anárquica, sino que a impedir el estacionamiento en la vialidad dónde se encuentra el nosocomio de nombre “Farallón”, quitando placas, impidiendo el estacionarse e incluso amagando con utilizar grúas a los automovilistas. Varios obviamente acongojados (ya de por sí) en su mayoría familiares de pacientes ahí internados que pedían algo de sentido común a los oficiales con oídos sordos al ciudadano, dado que el estacionamiento del lugar es insuficiente, pero además, porque en esa avenida siempre se pudieron estacionar los vehículos por ambas aceras, dejando aún así, más que suficiente espacio para la amplia circulación en los sentidos. En fin, discutir ahí es estéril, porque además entiendo, reciben órdenes superiores, por fin encontrando lugar para mi auto, casi milagrosamente, dentro del estacionamiento del hospital.

Pero con el mismo hartazgo con el que viven todos en esta ciudad del inframundo, dado los paupérrimos servicios públicos municipales, la inseguridad y la cochinada como norma de vida, sumado a ‘la cosquilla’ del reportero y mi obvio y evidente enojo, me di la tarea de preguntar la razón (absurda, tenía forzosamente que ser) por la cual había un disco (que hace tiempo nunca estuvo) con la prohibición a estacionarse y un operativo más propio de la detención de un peligroso criminal. La respuesta por parte de personal adscrito al hospital me dejó perplejo: “la presidenta municipal, Abelina López, vive casi al terminar la avenida, y al salir y al volver a su casa, le gusta pasar por - SU- calle y que esta luzca impecable y completamente limpia de carros”, fue lo que lacónicamente escuché, además que fue por parte de dos elementos de seguridad privada de dicho centro de salud, lo cual sólo me hizo recordar los operativos que ordenaba armar el General Arturo Durazo en el entonces Distrito Federal de 1976 a 1982 cómo Jefe de la dirección de policía y tránsito, ordenando cerrar vialidades para su paso, así fuera el mismísimo anillo periférico.

La CLEOPATRA tropical no gusta entonces de ver coches de sus súbditos mortales al salir y entrar a su domicilio, no importandole que la inmensa mayoría estén ahí debido a circunstancias nada agradables de por sí, incluso las más de las veces, dolorosas, lo que contrasta, por cierto, con la cooperación y empatía con la que siempre se ha manejado el presidente Andrés Manuel López Obrador en su carrera política, sin ir más lejos el caso del desafuero en el 2005, el origen de su “gran falta al Estado de derecho” fue no obedecer a la letra un amparo otorgado en contra de una calle que hacía su gobierno para dar paso a la vialidad a un hospital, así haya sido privado, lo que además, pone de manifiesto que el hoy presidente siempre ha gobernado para TODOS, independientemente de su condición social y/o económica.

Finalizo mi columna con una reflexión que siempre me acompaña: el final del lopezobradorismo en el poder, se dé esto cuándo se dé, vendrá forzosamente desde los ámbitos locales (municipios y estados) hasta el nacional (federal) y llegará hasta la Presidencia de la República misma; si no se encuentra un mecanismo de control eficaz para los órdenes locales y municipales, nuestro federalismo seguirá atrofiado y por ende también siendo el eslabón más fragil, quizás, del Estado mexicano en su conjunto.