México.- Miedo y tensión es lo que se vive cotidianamente en la sierra Tarahumara, Chihuahua, donde el crimen organizado ha aprovechado el abandono oficial y la marginación para imponer su ley. 

Un estremecedor reportaje del diario La Jornada nos lleva hacia la terrible realidad de la que sólo por extractos se da cuenta y el gobierno calla, pues basta recordar que el propio gobernador de Chihuahua, César Duarte, aseguró que pese a la hambruna los indígenas rarámuris son felices

Pero el asunto es más complicado que llevar alimentos a esa zona porque el narco no sólo realiza robos, también bloquea caminos y realiza ejecuciones con toda impunidad. 

Al adentrarse a la sierra, los corresponsales destacan que pese a la sequía y la depredación de que ha sido objeto la Tarahumara, el camino, al que describen como “un interminable subir y bajar por laderas y cañadas”, les llamó la atención porque se encuentra transitable, amplio, bien trazado. 

Pero en conversaciones con conocedores de la región los desengañaron: 

El gobierno no es el constructor de esos caminos. Algunos fueron creados por las empresas mineras que tienen concesiones en la sierra para sacar su producción; otros los abre el narco para transportar los enervantes que se producen en la zona, principalmente mariguana. 

En una tierra donde el crimen gobierno a su antojo, todos tienen una anéctoda qué contar. 

En un diálogo con el párroco del municipio de Carichic, Ignacio Becerra, reconoce la presencia del narco, no obstante, asegura que aún no llega a los niveles de violencia que ha alcanzado en la región de Creel. 

El sacerdote, que tiene 16 años viviendo en la Tarahumara, resalta que es inevitable tomar precauciones por la violencia. 

Relata que por el municipio “sí se pasean las camionetas a las dos o tres de la mañana y la gente dice que por aquí cerca hay una pista clandestina de aterrizaje. No me consta. Curiosamente, durante una buena temporada la luz se iba todos los días, a las dos o tres de la mañana. También me he enterado de que algunas personas han sido golpeadas porque las confundieron con otros. Sé que en algunas comunidades se han metido a las casas y han maltratado a la gente, y un conocido acaba de perder una pierna porque se encontró a unos individuos de noche y lo balearon”.

Por su parte, el vicario general de la diócesis de Creel, Héctor Fernando Martínez, considera que el narcotráfico está causando estragos sociales sin precedente en las comunidades rarámuris. 

“Si no llueve, si no hay maíz, si los trabajos temporales remunerados están desapareciendo, el dinero aparentemente fácil que promete el narcotráfico se convierte en tentación irresistible para los jóvenes”, advierte. 

Los adolescentes son seducidos por el dinero del crimen organizado y una situación se vuelve común en una comunidad rarámuri aledaña a San Ignacio, en el municipio de Bocoyna y es que los jóvenes que ingresan al narco arrebatan las tierras y pertenencias a las familias  a las que sólo les queda de dos: tiene de dos: acepta trabajar para ellos o abandona su propiedad. 

El sacerdote Héctor Fernando Martínez recuerda una ‘macabra’ historia: Acudió a la iglesia de una comunidad rarámuri a bautizar y en el templo había niños jugando con una bola de madera, de las que utilizan en sus carreras a campo traviesa. 

Y como hacían mucho ruido y molestaban a los feligreses, el sacerdote les pidió que jugaran afuera. 

“Al rato oí como si se hubiera ponchado una llanta. De pronto entró alguien con uno de los niños en brazos y lo puso en el altar. Traía un balazo en la cabeza”, recuerda. 

Sucedió que “a los niños se les fue la pelota y ésta le pegó a uno de los narquitos que habían ido a una tesgüinada y habían estado bebiendo toda la noche. Los que estaban con él se burlaron, y cuando el niño se acercó y se agachó para recoger la pelota sacó la pistola y le disparó”. 

Aunque el padre acudió con los padres del niño a presentar una denuncia, ésta se convirtió en una odisea legaloide y al final no se hizo justicia. 

Recuerda que el Ministerio Público en turno le exhortó a olvidarse del asunto, con un argumento que resume otro de los grandes problemas que enfrentan los indígenas en la Tarahumara, el acendrado racismo: 

“Ya déjelo así, al cabo era un niño y además indio”, recuerda el sacerdote.