El movimiento antivacunas ha ganado adeptos entre la población mundial desde hace dos décadas y esto ha puesto en peligro a los niños. Enfermedades que se tenían controladas o erradicadas como el sarampión, han resurgido como una fuerte amenaza para los menores.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado sobre los efectos negativos del movimiento antivacunas de los últimos 20 años. El resurgimiento de ciertas enfermedades no se puede atribuir totalmente a estas medidas, pero coinciden con un aumento considerable de casos.

La repercusión de esta idea se hizo más grande con la aparición de las redes sociales y la influencia de celebridades o personalidades. A esto se suman las políticas de algunos gobiernos como el de Italia, donde se han intentado frenar las leyes que obligan a inocular a los niños.

Los movimientos antivacunas señalan que estas pueden producir autismo o que sus niveles de mercurio son dañinos para la salud. Sin embargo, estos argumentos han sido refutados por expertos, y las cifras de decesos en menores así lo demuestran.

En México los antivacunas han surgido en menor escala que en países de Europa o Estados Unidos. Hasta el momento no existen cifras oficiales de los integrantes de este movimiento en el país, pero las clases privilegiadas económicamente suelen ser las que llevan a la práctica esta idea.

Personas de alto nivel socioeconómico que tienen acceso a información y mejores servicios de salud no suelen preocuparse por vacunar a sus hijos. Por el contrario, escuelas públicas y guarderías exigen que los menores estén inmunizados para evitar contagios.

La OMS señala que el sarampión puede prevenirse con dos dosis de la vacuna triple durante la infancia. Las cifras indican que el 86% de los menores son vacunados con la primera dosis, pero menos del 70% acude para recibir la segunda.

Estudios recientes revelan que el sarampión facilita la aparición de otras enfermedades mortales como neumonía o encefalitis en niños menores de cinco años. Esta también debilita el sistema inmunológico durante meses o años, por lo que los enfermos se vuelven más vulnerables aunque se hayan recuperado.