Baja California.- No se cuentan por miles, como señala el gobierno de Donald Trump, pero si son cientos los migrantes centroamericanos que avanzan, a pie algunos, otros pidiendo el tradicional “aventón”, en el tramo final de casi 200 kilómetros que separan a Mexicali, la capital de Baja California, de Tijuana, en donde se concentra el grueso de la denominada “Caravana Migrante”.
A paso lento pero constante, con espacio de cientos de metros entre cada grupo, avanzan los migrantes que hace más de un mes emprendieron el camino desde Centroamérica, principalmente desde Honduras, con la intención de alcanzar un evasivo sueño americano que puede enfrentarse con la brutal realidad de la retórica anti inmigrante de Donald Trump y los gobiernos de EU y de Baja California.
En la Colonia Progreso, una de las zonas más pobres de Mexicali pese a su nombre rimbombante, cientos de personas descansan en los camellones que se encuentran frente a la histórica Casa de la Cultura del poblado.
Un par de patrullas, una unidad del Cuerpo de Bomberos y un par de vehículos oficiales “vigilan” a los migrantes, quienes en realidad, más allá de caminar y pararse a descansar en el lugar en donde sus piernas ya no pueden responderles, no causan ningún problema ni a las autoridades, ni a los residentes de la ciudad.
Algunos migrantes -los más afortunados, los que aún cuentan con algo de recursos- compran víveres en tiendas de conveniencia. Otros piden a los automovilistas un “aventón” rumbo a la ciudad de Tijuana, con el fin de evitar el duro camino que implicaría subir a pie, por una autopista que carece de espacios delimitados para peatones, 30 kilómetros de montañas que los llevará al poblado de “La Rumorosa”, ubicado a más de 1200 metros de altura. Muy pocos tienen éxito.
Más allá de la Colonia Progreso se encuentra una planta empacadora de carne y un panteón. Adelante, el Cerro del Centinela y la Laguna Salada, que de "laguna" solo queda el nombre porque tiene décadas completamente seca. Más allá, decenas de kilómetros del desierto y la nada. Construcciones abandonadas, brechas en donde personas de clase media o alta gustan de recorrer en vehículos "Off-Road" y un eternizado retén militar que sirve para hostigar a quienes viajan en coche o autobús y de poco más, ya que la droga y las armas fluyen casi sin obstáculo por esta frontera.
¿Quién les dijo a los migrantes que se dirigieran a Tijuana? ¿Desconocen que en Mexicali, Nogales, Sonora y muchas otras ciudades fronterizas también se pueden hacer trámites de asilo? ¿Cómo fue que comenzó esta especie de sicosis por dirigirse a una ciudad tan hostil y violenta, en donde un día con 10 o más ejecutados ya es tan normal que no amerita a veces ni la primera plana de los diarios?
Sin embargo, la travesía sigue. Los migrantes siguen avanzando. Se protegen del sol con gorras, con sombreros vaqueros, con trapos o con las propias manos. Caminan algunos kilómetros y después se sientan a descansar en pleno desierto, sobre la orilla de la carretera, en las piedras, en las piletas de agua sucia utilizada para los autos que se sobrecalientan.
La mayoría son hombres jóvenes, muy jóvenes, aunque no faltan las mujeres e incluso las madres jóvenes con bebés en los brazos. Algunas cargan mochilas. Los más afortunados cuenta con alguna carreola para transportar las pocas posesiones que traen a cuestas. Y para ellos todo eso valdrá la pena, las privaciones, el racismo, el cansancio, el encontrarse a miles de kilómetros de su país, todo eso para emprender el trayecto final que los depositará en la antesala de un sueño que puede convertirse en una pesadilla a medio camino entre el nacionalismo a ultranza de Trump y sus seguidores y la abierta xenofobia de algunos tijuanenses.