Le han llovido críticas a Juana Cuevas, la esposa de José Antonio Meade, candidato presidencial del PRI. 

Es normal. Ella se metió al campo de batalla y ahí no se respeta a nadie.

Dos artículos de hoy miércoles en El Financiero me llaman la atención; el tema de ambos es Juana, por supuesto.

En uno de tales escritos, Pablo Hiriart cuestiona a las personas que en las redes sociales ofenden a Juana Cuevas; son los mismos hombres y las mismas mujeres simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, dice Hiriart, que aplauden todo lo que hace la esposa del candidato de Morena, Beatriz Gutiérrez.

Le molesta a Hiriart que a Juana Cuevas la hayan criticado bastante por una foto suya comprando la comida en el súper. 

En el fondo, y Pablo Hiriart debería saberlo, no se criticaba a Juana, sino a los periodistas —sobre todo a Joaquín López-Dóriga— que sin venir al caso dieron a conocer la foto y elogiaron a la señora.

El otro texto de El Financiero sobre la esposa de Meade es de Salvador Camarena, quien habla de lo peligroso que resulta que las familias apoyen a los candidatos.

Peligroso, desde luego, para las propias familias de los contendientes presidenciales, especialmente para las señoras que se exponen a que se les exhiba en todas sus debilidades.

Quizá por el exceso de notoriedad que ha tenido Juana Cuevas Rodríguez desde el destape del candidato del PRI, el 2018 empezó para José Antonio Meade Kuribreña en Zacatecas… y no estuvo con él su compañera.

Estoy seguro que los estrategas profesionales ya operaron: ya hicieron algunos grupos focales, aplicaron un par de encuestas y reflexionaron muy profundamente acerca de los riesgos de que Juana sea tan importante en la campaña, y convencieron al candidato de ocultarla un poquito.

Ni hablar, ya tienen miedo en el PRI de haber lanzado a Juana al ruedo, donde los toros son bien bravos.

Qué pena. Porque, con críticas o elogios, lo cierto es que Juana Cuevas es lo más llamativo de la campaña de Meade, y por mucho.

¿Que, como dice Camarena, le van a preguntar a la señora Cuevas por la casa de Angélica Rivera, esposa del presidente Enrique Peña Nieto? Pues que conteste.

¿Qué debe contestar? No lo sé, lo que ella piense con toda sinceridad sobre el tema.

Nunca hay que tenerle miedo miedo a las respuestas ni, muchísimo menos, a las preguntas: alguna opinión tendrá, como todos en México, que la dé y ya.

El hecho es que si Meade se deja atrapar por la sabiduría de los estrategas profesionales, no crecerá tanto como necesita para alcanzar a López Obrador, un político que, me consta, hace más caso a su instinto que a los tecnócratas expertos en campañas.

Cuando Andrés Manuel ha atendido las recomendaciones de los especialistas en estrategas, le ha ido de la patada.

En Nuevo Léon, por cierto, El Bronco Rodríguez arrasó, vapuleó, noqueó al PRI que tenía a los mejores, más estudiados, más trabajadores estrategas que nomás no supieron cómo torear las puntadas del hoy aspirante presidencial independiente.

¿Estoy diciendo que los estrategas son un fraude? Exacto: eso mero estoy diciendo.

Un fraude, además, carísimo. Que conste.