Tantas personas cansadas de oír sobre la lucha de las mujeres; cansadas de las protestas, de las marchas, de los reclamos; de las mantas, las pintas y los discursos; cansadas de los pañuelos verdes, de los bailes, de las denuncias y de las formas; cansadas del tema.
Pero es que cuando tienes que luchar por la justicia, no es que seas una vieja argüendera, es que el reconocimiento de un derecho, de algo que debiera ser tuyo, se exige, se demanda y si no, se arrebata.
Los últimos años han sido intensos y difíciles. Se han incrementado los reclamos de muchos grupos organizados de mujeres, y el diálogo con todas las autoridades, en los diferentes ámbitos de la vida diaria se ha roto. Es cierto que el tema se ha usado políticamente y lo han apropiado sectores oportunistas. Sin embargo, la igualdad, una condición que debiera ser obvia por naturaleza humana, ha tenido que ser motivo de lucha.
Esa condición igual que existe entre hombres y mujeres, por la simple razón de ser personas, nos fue arrebatada en la construcción social y legal. La historia nos colocó en un lugar inferior, en una categoría distinta, y entre muchas otras distinciones, se nos negó la voz y el voto. Y es que algo tan obvio y tan normal para las mujeres de hoy, como es ir a votar y ejercer el derecho de elección de los representantes populares, antes era un derecho exclusivo de los hombres.
Desde principios del siglo XX comenzó la lucha de las mujeres por obtener la posibilidad de hablar y de incidir por medio del voto en la vida política de nuestro país. Hasta que finalmente, el 17 de octubre de 1953, el Presidente Adolfo Ruiz Cortines promulgó las reformas al marco constitucional para que las mujeres gozaramos de la ciudadanía plena y por consiguiente, pudiéramos ejercer el derecho al voto. Esto es, se reformó el artículo 34 Constitucional para quedar de la siguiente manera: "son ciudadanos de la República los varones y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: haber cumplido 18 años, siendo casados, o 21 si no lo son, y tener un modo honesto de vivir". Pero, ¿por qué tuvimos que luchar por algo que debiera ser nuestro?
Si reflexionamos al respecto, el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas mexicanas y, por tanto, el reconocimiento del derecho al voto, fue establecido en la Constitución en un día como hoy, hace apenas 67 años. Sesenta y siete años no son muchos. A la fecha, todavía viven mujeres de una generación que en algún momento de sus vidas no pudieron votar. Mi abuela, por ejemplo, ya era una mujer mayor de edad que no podía incidir en la vida política del país. Cuando mi madre nació no tenía la posibilidad de votar por sus gobernantes cuando cumpliera 18 años. Son pocos los años que nos separan de esa realidad y si bien hemos avanzado en el reconocimiento legal, todavía no hemos alcanzado el ejercicio pleno de la totalidad de nuestros derechos.
Es obvio que la historia nos indigne, que el hoy nos indigne, que la realidad nos indigne, porque constantemente tenemos que arrebatar lo que es nuestro. Sin embargo, es muy importante que no equivoquemos el discurso; que no abusemos de nuestra condición; que no utilicemos a los medios y a la empatía social para obtener ventaja. Sólo busquemos, lo que nos toca, lo que es justo; porque la historia del mundo nos ha demostrado que las causas reales y sinceras se pierden cuando se quiere obtener ventaja de ellas. Exijamos, demandemos y arrebatemos, pero ni menos ni más, sólo igualdad.