La psicología refiere que la empatía es algo como “ponerse en los zapatos del otro”, colocarse en un lugar más allá de nosotros, pero compartiendo algunas de las mismas referencias subjetivas.
¿Cómo ser uno sin olvidarse del resto? En las sociedades modernas, esas que se devoran entre si, esas que viven en el darwinismo social y económico, el otro es un ente etéreo totalmente alienado.
Ahora, si “aquellos”, de antemano, despertaban diversos sentimientos en nosotros. ¿Qué pasa cuando el otro es nombrado desde las cúpulas del poder? Enemigos, daños colaterales, víctimas, victimarios, sujetos peligrosos…
En una “guerra” pocos distinguen quién es quién. ¿Es una víctima quién mata a 10, 20, 30, personas, y después es asesinado? ¿Es una víctima quién es acribillado a balazos? ¿Es una víctima quién vende droga? ¿Es una víctima quién desafía al poder? ¿Es una víctima quién recibe sobornos?
En las lógicas lineales del poder y la ignorancia, todo aquél muerto “la debía”; todo aquél victimario es un peligro. En ese espacio de subjetividades se vive de forma distorsionada nuestra realidad social.
En un experimento hace poco vivido un profesor hacía lo siguiente:
En un grupo de no más de veinte personas se hacen tres subgrupos (1,2 y 3). El grupo 1 y 2 serán observados por el grupo 3 durante la actividad.
La actividad consiste en ver el video de un decapitamiento, al grupo 1 se le deja en el aula junto con el grupo 3, el 2 sale del lugar, se reproduce el video sin sonido, la explicación la da el profesor y dice, “el sujeto decapitado es un padre de familia del cual no pudieron pagar su rescate y en sus ultimas palabras se despide de sus hijos y esposa”, al ver el video los compañeros del grupo 1 lloran, bajan la vista, no soportan la escena, el grupo 3 observa a los compañeros y el video.
Terminado el video se le pide al grupo 1 que abandone el aula y entre el grupo 2, el grupo 3 continua como observador, en esta ocasión el profesor dice: “El sujeto decapitado es miembro de una banda de delincuentes organizados, ha matado niños, hombres, porque la familia no puede pagar su rescate. Sus captores son criminales que se están vengando. Escuchen el audio”. En el audio se escucha como el delincuente confiesa sus crímenes, al grupo al que pertenece y pide que no lo maten.
Al ver el video con audio el impacto es mayor, escuchar como alguien se desangra, como intenta aferrarse a la vida es impactante, sin embargo los compañeros del grupo casi no se inmutan, ven de forma total el video. El grupo 3 observa.
El profesor junta a los grupos nuevamente, pidiéndoles al 1 y 2 que discutan el video.
Algunos compañeros discuten por lo horrible del acto de matar a un padre de familia, otros justifican ese homicidio, ya que era un criminal, después de un rato caen en cuenta de la contrariedad pensando que habían visto videos diferentes, sin embargo se les explica que vieron el mismo, ante lo que el profesor pide al grupo 3 que explique lo sucedido.
La conclusión a la que se llega es: los sujetos del grupo 1 sintieron el dolor en carne propia, una persona con una vida “normal”, como todos “nosotros”, es matado sin misericordia, “ese pude ser yo o mi padre”.
Los sujetos del grupo 2 se alejaron de esa subjetividad asesinada, esa persona era un delincuente, era de “ellos”, de los malos, era peligroso, nada parecido a mí, no tendría porqué identificarme con él, su dolor me es ajeno.
Sin embargo el caso apunta en el mismo sentido, el victimario fue victima de otro victimario, el cual probablemente en un fututo no muy lejano será victima de otro victimario, policías, militares, narcos, civilones, todos ellos, todos nosotros, víctimas de las dinámicas de nuestros sistemas económicos y políticos perversos.
Ellos, nosotros, marginados, damnificados, de un sistema que normaliza la muerte.
“En los zapatos del otro” es una propuesta que se desprende de un grupo de artistas que acompañan el movimiento encabezado por Javier Sicilia, intentan darles voz a las víctimas, pero en ese noble intento quizá olviden a muchos.
El lugar desde que se nombra a las víctimas es el de la parcialidad, sí, el del dolor, pero también el de la incomprensión de un fenómeno. Es loable que artistas, esos que están acostumbrados a vivir en la sociedad del espectáculo, y actuar para compañías que con el producto de ellos marginan la realidad, manden este mensaje.
Es alentador, es utópico, pero también es difuso… Utilizar su fama, su prestigio, en nombre de la justicia es algo loable, sin embargo esas voces se apagarán si no hay una articulación de objetivos.
Levantar la voz, darles voz a las víctimas, ponerse en los zapatos del otro, quizá no sea suficiente para que aquellos que “en los altares del orden sacrifican la justicia” (como escribiría Galeano), escuchen y sientan como “otros”.
Enrique Zúñiga @Zuva16 zugv@prodigy.net.mx