El pasado mes de julio se realizó en la ciudad de Nueva York el Segundo Encuentro de Soneros y Jaraneros enfilando esta fiesta al asentamiento de una nueva tradición que se suma al mosaico musical rabiosamente cosmopolita que caracteriza a la Gran Manzana.

 

Durante tres días se difundió el son jarocho —una de las aristas más sólidas de la cultura veracruzana— con música a cargo de grupos de Los Ángeles, Veracruz, Washington y Nueva York, talleres de jarana, versada y de zapateado y, como invitado especial, desde Veracruz, Rafael Figueroa Hernández, el decimista e investigador especializado en la música de Veracruz.

 

En Queens y Manhattan se escucharon los sonidos inconfundibles de las jaranas, los requintos y los tacones de las bailadoras contra la tarima que colocaban en el aire esta reafirmación de la identidad en la que se empeñan un puñado de mexicanos, algunos de ellos nacidos en Estados Unidos, para abrazar sus orígenes y estar preparados para manejar con dignidad y fortaleza su inserción en otra cultura.

 

La cara cultural de la migración permite comprender el proceso que se produce cuando por razones diversas una persona decide cambiar su lugar de residencia y asentarse en un país distinto, donde los elementos de identidad no están disponibles tan fácilmente como en la propia tierra. Lejos, los mexicanos descubren o redescubren lo suyo, lo que les da sentido de pertenencia. Este hecho y la gran vitalidad que ha mostrado en los últimos años el son jarocho son parte de la explicación de los encuentros de jaraneros que cobran fuerza en California, donde se realiza —en Los Ángeles— el de más larga tradición, en Chicago y ahora en Nueva York, donde ya logró traspasar el primer festival de arranque y se encamina a fortalecerse con más estructura, gracias al entusiasmo de Sinuhé Padilla, un talentoso y entusiasta músico defeño que ejecuta una leona no sólo para el son jarocho, sino que también la utiliza para darle singularidad a otros géneros, y quien se ha echado a cuestas la organización de este encuentro.

 

La sesión del sábado 14 de julio fue emblemática porque se realizó en solidaridad con el Fandango Fronterizo que se estaba llevando a cabo, a la misma hora, en la línea fronteriza entre Tijuana y San Diego, donde los músicos se colocan a un lado y otro de la malla que divide a nuestro país de Estados Unidos. Una reunión musical con la malla de por medio. Los músicos tocan alternadamente y los versadores entablan una conversación poética, porque la regla es que la participación de cada versador sea en respuesta al del otro lado de la malla. La aparente debilidad de los instrumentos musicales y los versos se derriba y adquiere una fuerza de huracán ante la presencia amenazante de la patrulla fronteriza y de la malla misma. Los sonidos no admiten fronteras y allí lo demuestra irrebatiblemente el son jarocho. A esa fortaleza simbólica de la cultura de los migrantes se sumaron los sones ejecutados desde Nueva York.

 

Las gestiones de Sinuhé Padilla y las voluntades de muchas otras personas se conjuntaron para llevar a cabo este Segundo Encuentro. Los grupos Son de Montón, Aparato, Cosita Seria, Las Cafeteras, Jarana Beat y los Hermanos Villalobos participaron sin cobrar, como ya es tradición en los encuentros, pero el hábito no les debe restar reconocimiento, pues algunos de esos grupos viajaron desde Los Ángeles hasta la costa este para participar; también hubo patrocinadores cuya colaboración fue fundamental, como el Terraza 7 Train Café, un interesante bar en el barrio de Queens, donde se realizó el encuentro del primer día y la Casa Azul Bookstore, café-librería enclavado en El Barrio, la legendaria zona latina de Nueva York, lugar que invita a leer y en el que se impartieron los talleres.

 

Vale la pena comentar el caso de los Hermanos Villalobos, músicos xalapeños formados en instituciones de Estados Unidos y Europa donde impera la tradición clásica europea, quienes recuperaron sus raíces musicales y volvieron, con sólidas herramientas técnicas, a la música popular; esto ha hecho que los hermanos Villalobos, que ahora abrazan con un estilo muy característico el son jarocho, se hayan presentado en el Carnegie Hall y otros escenarios importantes de Nueva York y hayan participado en eventos como los Grammy Latinos.

 

Esperemos que haya un encuentro número tres. Son tan importantes y significativas estas acciones de la cultura que bien merecen más apoyo institucional y gubernamental. La colaboración de los migrantes no es sólo económica, sino que despliegan un esfuerzo por mantener vivas las tradiciones de su tierra más allá de las fronteras nacionales que ninguna institución podría suplir y que debe ser reconocido son más soporte. Cualquier mexicano alejado por mucho tiempo de su tierra se inunda de recuerdos, de amor por las cosas valiosas de su tierra y de nostalgia cuando escucha el sonido atronador de las jaranas y los requintos. Bien, muy bien por el Segundo Encuentro de Jaraneros y Soneros de Nueva York.

 

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