Es de celebrarse la intención de la prensa, la academia y demás opinadores profesionales, de tratar de proponer claves para entender el arreglo político mexicano, que sí sufrió una transformación con la llegada de Andrés Manuel López Obrador. No tiene tanto que ver con su ánimo revolucionario histórico; es decir, no es que la transformación esté siendo profunda ni dirigida, aún no sabemos si es a la derecha o a la izquierda, y depende a quién se le pregunte, es un avance o un retroceso. Por eso llama la atención el optimismo de algunos analistas y otros pensadores a sueldo, en el sentido de que ciertos grupos de poder no saben cómo dialogar con el gobierno, porque “ya es otro México. Y el de antes no volverá”. Uno se imagina que lo escriben con cara seria y todo.

Pero sin importar la ideología que se profese, lo que representó un cambio inmediato fue el regreso a la hegemonía de un solo partido político, en el poder ejecutivo y en las cámaras legislativas, así como en la mayoría de los gobiernos estatales (donde en algunos casos, al menos ya hay congreso morenista, y un gobernador agazapado, esperando que todo termine sin mayor sobresalto). Los pocos que no eran de MORENA, una vez que asumió AMLO el gobierno, se convirtieron de palabra o de obra, sin ambigüedades. Eso no quiere decir que MORENA sea “el nuevo PRI” ni otra sandez por el estilo, eso no podría estar más lejos de la verdad. De hecho, mi tesis principal en este texto es que no existía suficiente partido para dar el ancho a la articulación de legitimidad popular que consiguió López Obrador en las urnas. Y se está notando.

El PRI fue un partido de cúpula caciquil pero sobre todo militar, y por eso la disciplina era parte de su esencia. Se creó para salir de la crisis del magnicidio del presidente electo, como una garantía para “descaudillizar” a México. Si bien lo que le siguió a fue el maximato, el diseño del partido estaba hecho para garantizar la alternancia en la presidencia de la república, es decir, la no reelección. En ese sentido, el PRI fue el verdadero partido anti reeleccionista. Luego vino la articulación de las bases. El corporativismo de sus brazos obreros, campesino y popular, reflejaba bien ese estilo vertical y autoritario. En lo que respecta al incluyentismo político, el PRI convocó, y unió, sobre todo a quienes tenían fuerza política propia, fuese por virtud de sus armas, feudos de facto, o relaciones políticas de peso. MORENA no se reservó el derecho de admisión, y ahora en sus filas están ex delegadas panistas acusadas de corrupción, marxistas mala copa, diseñadores de política pública foxista (en SHCP y SSC, ni más ni menos) y escritores con ínfulas expropiatorias. Ninguno de esos personajes tenía fuerza, ni utilidad, ni influencia alguna para la llegada de AMLO a la presidencia; muy al contrario, la relevancia, o la impunidad poítica de la que gozan hoy, fue por haberse subido a tiempo a un carro que los dejó subir sin hacer preguntas.

Lo anterior sin demérito del conjunto de vicios y perversiones que el partido oficial tenía, también, desde su concepción, y que fueron acentuando su desgaste hasta que perdió el poder el año 2000. Su breve regreso en 2012 demostró ser una victoria de la mercadotecnia de un candidato, con cuadros corruptos y mediocres, abanderando una tradición de la que sólo tenía ya el nombre. Sin sorpresas, como llegó se fue.

MORENA es un partido de oportunidad, personalísimo, organizado alrededor de un solo hombre. Fue formado y fortalecido, además, de cara a una elección presidencial que se antojaba todo menos segura (digan lo que digan). Por eso aceptaron a todos, de todos los colores, con todos los pasados y sin ningún filtro más que el respaldo a Andrés Manuel; un respaldo que, hoy sabemos, no necesitaba y sólo lo llenó de compromisos con la gente más impresentable. Por eso, por su improvisación de cuadros, en MORENA hay legisladores que votan a favor y en contra del matrimonio igualitario (simultáneamente), alcaldes que rentan estadios de fútbol para sus fiestas, senadoras que se emborrachan con champagne y lo suben a youtube; y también académicos premiados, activistas sociales de reputación impecable, empresarios respetados, en fin, la diversidad de perfiles sólo puede deberse a una siniestra representación bíblica, o a la falta de filtros.

Creo que es lo segundo, es decir, “compañero es quien está con nosotros”, y sólo mientras lo esté. Cuidado con el disenso respecto de algún proyecto u opinión de la presidencia. En cualquier otra cosa se vale disentir. Como prueba más reciente, la primera vez que se realiza el procedimiento de cambio de presidencia en el senado de la República, Martí Batres y Ricardo Monreal, dos de los líderes indiscutibles de MORENA, protagonizan un escándalo público, y la votación queda 32 contra 29 en favor de quien será la nueva presidenta. Este, en todo caso, no es el nuevo PRI, sino el viejo PRD, ese que estaba en sus últimos estertores, repleto de facciones y tribus para quienes el partido no significaba nada. Caciquillos de escritorio, disciplinados hasta que se decide algo que no les parece. Se antoja difícil que luego de exhibiciones públicas de división y pleitos tan frecuentes y morralleros, MORENA se convierta en una fuerza política dominante que trascienda el sexenio. Lo más probable es que, cuando se acerque la elección intermedia, el presidente llame a todos a cerrar filas en torno a él, una vez más, y se haga una tregua electoral. Eso no construye partidos. La alternativa es institucionalizar el poder y pasarlo de las personas a los cargos. Hoy esto último se antoja más lejano que nunca.